06:17 a. m.
Regreso a la avenida como un eco que no muere. El fuego todavía baila en los charcos de gasolina, y las sombras se mueven como depredadores sin rostro.
Entre el humo, distingo a Lince. Sus baquetas están rotas, pero sus manos no tiemblan.
—Llegaste tarde —dice, con media sonrisa.
—Nunca llego tarde al final de la canción —respondo.
El Cuervo Mayor está en medio de la calle, sobre el capó de un carro, dirigiendo la batalla como un director de orquesta endemoniado. Su voz se mezcla con los rugidos de los motores y el choque del metal.
06:19 a. m.
Cargo contra él, esquivando cadenas y tubos. Un Cuervo me cierra el paso, pero Lince lo derriba de un solo golpe. La chica de las Serpientes aparece por el otro lado, golpeando a cualquiera que me apunte.
No somos aliados… pero por un momento, el enemigo es el mismo.
06:21 a. m.
Salto sobre el capó, quedando frente al Cuervo Mayor. Él sonríe, como si hubiera esperado este momento toda la noche.
—Te crees músico, pero no sabes tocar el silencio —dice.
—El silencio no mata… yo sí.
Su cadena silba en el aire. Bloqueo con el tubo y el golpe me sacude hasta los huesos. Intercambiamos golpes como si cada uno fuera un acorde final.
06:23 a. m.
Un botellazo ardiendo explota cerca. El calor me quema la piel, pero no suelto el tubo. Lince, desde abajo, golpea el asfalto con las baquetas partidas, marcando el compás de la pelea.
Cada golpe mío entra en el ritmo.
06:25 a. m.
Encuentro una apertura. Golpe seco en su rodilla, luego en su mandíbula. El Cuervo Mayor cae de espaldas sobre el capó, el metal se hunde bajo su peso.
Podría acabarlo ahí… pero la chica me detiene con una mano ensangrentada.
—No hoy. Si lo matas ahora, no habrá segunda canción… y créeme, la vas a querer tocar.
Me quedo mirándola, jadeando. El Cuervo Mayor, aturdido, apenas logra incorporarse. Sé que si lo dejo ir, esto no acaba… pero también sé que tiene razón.
06:27 a. m.
Lince deja de golpear el suelo. El silencio vuelve, y ese silencio pesa más que cualquier ruido de guerra.
Bajo el tubo.