Latidos entre sombras

La nota más peligrosa

10:42 a. m.
El territorio de las Serpientes huele a caucho quemado y perfume barato. Las paredes están cubiertas de murales con serpientes enroscadas, dientes afilados y miradas que parecen seguirte. Cada callejón es una garganta lista para tragarte.

Entro solo. Lince quería venir, pero no es su guerra hoy.
La moto retumba en las calles estrechas hasta que un par de muchachos con chaquetas verdes me bloquean el paso.
—El Cuervo viene a buscarte —dice uno, mostrándome una sonrisa sin dientes.
—Pues que venga él mismo —respondo.
El otro me revisa de pies a cabeza, encuentra el tubo cromado en mi espalda y lo agarra. Yo lo retengo con fuerza.
—Eso es mío —gruño.
—No aquí. Aquí todo es de la Reina —dice, y se lo lleva.

10:50 a. m.
Me escoltan hasta un almacén abandonado. Adentro, las luces parpadean y el piso está cubierto de aceite. Y ahí está ella, sentada sobre una mesa de trabajo, con botas manchadas y las manos vendadas.
La chica de las Serpientes.

—Viniste —dice, como si lo hubiera sabido desde el principio.
—Necesito que te unas a la canción —respondo sin rodeos.
—¿Canción o guerra?
—Es lo mismo.

Ella se ríe, pero sus ojos siguen fríos.
—Si me uno, no será por ti. Será porque quiero que el Cuervo Mayor escuche su última nota antes de que le arranquen los oídos.

11:00 a. m.
Parece un sí, pero el ambiente no me gusta. Hay demasiado silencio. Entonces lo escucho: el clic de un seguro de pistola detrás de mí.
Me giro despacio. Cinco Serpientes me apuntan.
—Trajiste enemigos a mi puerta —dice la chica.
—¿Qué?
—Un dron de los Cuervos te siguió desde que entraste a mi territorio. Ahora saben dónde estoy.

11:03 a. m.
Motores rugen afuera. El vidrio de las ventanas estalla y granadas de humo llenan la sala.
La chica me lanza una pistola.
—Si quieres que esta alianza viva, tendrás que salir de aquí conmigo… o morirás antes de tocar tu primera nota.

No pienso. Disparo a las sombras, corro hacia la puerta, y ella va detrás, golpeando con un machete.
Afuera, los Cuervos caen sobre nosotros como buitres. El humo arde en los ojos, pero el instinto me guía.

11:08 a. m.
Logramos llegar a una moto. Ella arranca sin preguntar y yo me agarro con fuerza. Las balas silban detrás. Un proyectil rebota en el tanque, pero seguimos.
El motor ruge más fuerte que los gritos.

11:12 a. m.
Ya fuera de su territorio, ella no afloja la velocidad.
—Ahora sí —dice, sin mirarme—. Vamos a afinar esa bomba que llamas canción.

Y yo sé que, con ella en la orquesta, no habrá redención… solo el sonido brutal del final.




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