El viejo almacén del puerto, abandonado desde hacía años, olía a sal y madera húmeda. La luz de las lámparas colgantes creaba sombras alargadas que parecían moverse con cada respiración de los presentes.
Era la primera vez que todos los grupos aliados estaban reunidos en un mismo lugar… y el ambiente era tan denso que se podía cortar con un cuchillo.
En una de las mesas, el Club de la Calle observaba en silencio. Detrás, la Pandilla Centinela se mantenía alerta, con los brazos cruzados y miradas duras. Y en la esquina más oscura, los Corredores de la Noche —expertos en información— cuchicheaban entre ellos.
—Bueno… —rompió el silencio Naira, líder de los Centinelas—. Estamos aquí por una sola razón: atrapar al Cuervo Mayor antes de que desaparezca otra vez.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos asentían, otros apretaban los dientes.
—¿Y cómo piensan hacerlo? —dijo Lázaro, del Club—. No olvidemos que el Cuervo siempre sabe nuestros movimientos antes de que los hagamos.
—Por eso —intervino Elías, uno de los Corredores— vamos a hacer algo que no espera: dividirnos, pero no para huir… sino para cerrar su jaula desde adentro.
Sacó un plano manchado de café y lo desplegó sobre la mesa. Era un mapa del distrito industrial.
—Aquí —dijo señalando un círculo rojo— estará el señuelo. Una carga que parecerá un envío de armas. El Cuervo no resistirá la tentación.
—¿Y si no muerde el anzuelo? —preguntó con tono escéptico Tania, del Club.
—Entonces habremos perdido nuestra mejor oportunidad —contestó Elías, sin levantar la vista.
La tensión creció. Algunos comenzaron a discutir sobre quién debía ser el señuelo, otros sobre la seguridad de la operación. Naira golpeó la mesa con fuerza.
—¡Basta! Si seguimos peleando aquí, él gana. Necesitamos a alguien rápido, astuto… y dispuesto a arriesgarlo todo.
Un silencio incómodo se apoderó del lugar… hasta que una voz firme se alzó desde el fondo.
—Yo lo haré.
Todos se giraron. Era Jairo, el más joven de los Centinelas, con la mirada fija y los puños cerrados.
—Si voy yo, el Cuervo pensará que es un movimiento desesperado… y bajará la guardia —añadió.
Nadie respondió de inmediato. El murmullo del mar se filtraba por las rendijas del almacén, como si incluso las olas esperaran la respuesta.
Finalmente, Naira asintió.
—Entonces, Jairo… prepárate. Esta noche, cazamos cuervos.
Pero mientras todos comenzaban a detallar el plan, en la azotea, un cuervo negro real observaba en silencio. Sus ojos brillaban con inteligencia y malicia.
Y en algún lugar, muy cerca, el Cuervo Mayor sonreía