La reunión había terminado, pero las palabras aún flotaban como humo en el aire. Cada líder se retiró con una mezcla de orgullo y preocupación en el rostro, sabiendo que la alianza recién formada era tan frágil como una hoja bajo la lluvia.
En una esquina oscura de la ciudad, Zaid caminaba con paso firme, escoltado por dos miembros de su escuadrón. No habían pasado ni diez minutos desde que abandonó el Consejo cuando una figura encapuchada se deslizó desde las sombras.
—El Cuervo Mayor ya sabe de la reunión —susurró la voz grave—. Se está moviendo.
Zaid apretó la mandíbula.
—¿Hacia dónde?
La figura dudó, como si las palabras le pesaran.
—Está reuniendo a sus propios aliados. No quiere pelear directamente… quiere que ustedes se desgasten primero.
Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, Aisha inspeccionaba una bodega abandonada junto a Polar y el resto del Club. El lugar estaba repleto de mapas, radios viejos y cajas marcadas con un símbolo que todos reconocieron: un cuervo pintado a mano.
—Esto no estaba aquí hace dos días —dijo Polar, levantando una de las cajas—. Nos están dejando migas de pan…
—O una trampa —añadió Aisha, observando cada rincón.
Pero antes de que pudieran analizarlo más, una ráfaga de disparos rompió el silencio. Desde los techos, siluetas encapuchadas los observaban como depredadores midiendo a su presa. No atacaban del todo… solo se aseguraban de que el Club supiera que estaba siendo vigilado.
En otro punto de la ciudad, dentro de un vehículo blindado improvisado, un hombre desconocido revisaba imágenes en una tableta.
—Que se muevan, que se reúnan… que crean que tienen la ventaja —murmuró, con una sonrisa torcida—. Al final, todos caen.
El tablero estaba en movimiento.
Las piezas, cada vez más cerca unas de otras.
Y la ciudad… al borde de un estallido.