La lluvia caía fina, apenas visible, pero suficiente para empapar las calles y borrar huellas. Kairo corría por los techos, su respiración sincronizada con el golpeteo del agua. Había recibido una pista anónima: una reunión secreta del Cuervo Mayor en el antiguo teatro. Algo le decía que era demasiado perfecto para ser verdad… pero la tentación de acabar con él era más fuerte.
Mientras tanto, Atenea lideraba a un pequeño escuadrón de la Alianza hacia el mismo lugar, sin saber que Lobo Gris ya había dado aviso al enemigo a cambio de una promesa de poder. Él no lo veía como traición… lo veía como supervivencia.
El teatro estaba en penumbras. Las butacas vacías parecían observarlos desde la oscuridad. Kairo entró por el escenario, Atenea por el vestíbulo. Justo cuando se encontraron en medio de la sala, se encendieron los reflectores.
—Bienvenidos… —la voz del Cuervo Mayor retumbó desde lo alto—. Justo a tiempo para su último acto.
De las paredes laterales emergieron decenas de encapuchados armados. El sonido de espadas desenvainadas y cerrojos ajustándose llenó el aire. Kairo y Atenea se miraron apenas un segundo… y entendieron que no había escapatoria fácil.
El primer ataque llegó rápido: una flecha silbó desde las alturas y rozó el rostro de Atenea. Kairo saltó hacia un balcón, derribando a dos enemigos, mientras ella cubría su espalda con movimientos precisos.
Pero no tardaron en descubrirlo… Lobo Gris estaba entre los encapuchados, su mirada cargada de un dolor frío.
—No lo entiendes, Kairo… aquí no gana el más noble, gana el que sobrevive.
Las sombras se movieron como olas negras alrededor de ellos. El suelo se tiñó de rojo. El eco de la traición ya no era un susurro… era un grito que rebotaba en cada esquina.