Latidos Entre Sombras
El sol caía suavemente sobre el pueblo, tiñendo de dorado cada tejado, cada árbol,
cada rincón de las calles empedradas. Lucas caminaba con paso lento hacia la
panadería, sintiendo el aroma del pan recién horneado como un ancla de seguridad
en su vida tranquila. Los veranos siempre habían sido iguales: escuela, fútbol,
ayuda en la panadería y tardes junto al río, donde a veces se sentaba a mirar el
agua fluir y a reflexionar sobre la quietud del tiempo.
Pensaba en lo extraño que era que los días parecieran repetirse, como si el mundo
no quisiera cambiar para él. Sin embargo, en lo más profundo de su interior, existía
un deseo silencioso de que algo inesperado ocurriera, algo que rompiera la rutina
sin pedir permiso. La vida, se decía, tenía esa capacidad: sorprenderte justo cuando
menos lo esperas.
Fue entonces cuando la vio. Valeria bajó del autobús con una energía que parecía
contradecir la calma del pueblo. Su mirada exploraba todo, cada esquina, cada
rostro, con una curiosidad que Lucas solo había visto en los libros que leía por la
noche. Tropezó con su mochila mientras intentaba acomodar el pan, y ella se
acercó, riendo suavemente.
—¿Estás bien? —preguntó, con una voz cálida que parecía derretir el hielo de la
rutina.
—Sí… sí, estoy bien —balbuceó Lucas, sin poder mirar directamente sus ojos.
Algo en su sonrisa lo desarmaba; no era solo belleza, sino la manera en que parecía
abrirse al mundo sin miedo, como si todo fuera posible. Lucas sintió, por primera vez
en mucho tiempo, que su corazón latía con una curiosidad nueva, con un deseo de
conexión que no sabía cómo manejar.
Los días siguientes estuvieron llenos de encuentros fortuitos: en el mercado, en la
plaza, en la panadería. Cada vez que sus caminos se cruzaban, Lucas descubría
algo nuevo de Valeria, algo que lo hacía sentir que el mundo era más grande de lo
que había imaginado. Ella, por su parte, parecía fascinada por su tranquilidad, por la
manera en que observaba los detalles más simples con atención.
—Este pueblo parece dormido —comentó Valeria mientras caminaban por la
plaza—. Pero tú lo haces parecer lleno de historias.
—Tal vez siempre estuvieron aquí y nadie las vio —respondió Lucas—. Solo hay
que mirar con cuidado.
Y así comenzaron a compartir secretos y lugares escondidos: un árbol enorme
donde Lucas solía trepar para ver el río desde lo alto, un callejón con flores
silvestres, un rincón en la orilla del agua donde se sentaban a contemplar el reflejo
del cielo. Cada espacio se volvía significativo, no por su belleza, sino por la
compañía que compartían.