Latidos entre sombras

Reflexión Ep:3

Los días se llenaron de reflexiones sobre la vida, la libertad y el tiempo. Lucas
comprendió que la rutina no era enemiga del crecimiento; que cada momento, por
pequeño que pareciera, tenía un valor cuando se compartía con alguien que
realmente importaba. Valeria, por su parte, entendió que pertenecer no era una
obligación de lugar, sino de conexión con personas y experiencias significativas.
Juntos caminaron por la vida como aprendices de sí mismos, enfrentando
obstáculos reales: discusiones, inseguridades, proyectos fallidos y decisiones sobre
el futuro. Pero cada paso los acercaba más a la comprensión de que el amor, como
el río, fluye constantemente y enseña a adaptarse, a ceder y a crecer. El verano
continuaba y el pueblo parecía un escenario detenido entre el calor del sol y la brisa
que bajaba del río. Lucas y Valeria pasaban largas tardes caminando por las calles
empedradas, hablando de todo y de nada al mismo tiempo. Lo trivial adquiría
significado: una piedra redonda junto al río, un pájaro que se posaba sobre la
barandilla del puente, la luz que se filtraba entre los árboles. Lucas empezaba a
darse cuenta de que no había belleza sin atención; que la vida, por sencilla que
pareciera, estaba llena de detalles que a menudo pasaban desapercibidos.
—¿Nunca te cansas de observarlo todo? —preguntó Valeria un día, mientras
miraban el reflejo del sol en el agua.
—No —respondió Lucas—. Creo que mirar es la única manera de entender algo,
aunque sea un poco.
Valeria sonrió, entendiendo lo que decía. Para ella, cada palabra de Lucas tenía
peso; cada silencio, un significado. Había algo en su manera de pensar que lo hacía
diferente de todos los que había conocido en la ciudad: no se dejaba llevar solo por
las emociones; las sentía, sí, pero también las cuestionaba.
Aquella tarde, mientras caminaban por un sendero entre árboles, encontraron un
claro donde el río se ensanchaba y el agua brillaba como un espejo. Se sentaron en
la orilla, y Valeria comenzó a dibujar mientras Lucas lanzaba pequeñas piedras al
agua, observando las ondas que se formaban y desaparecían.
—¿Sabes? —dijo Lucas, rompiendo el silencio—. A veces creo que la vida es como
este río. Siempre sigue su curso, a veces rápido, otras lento, pero nunca se detiene.
Uno puede intentar controlarlo, pero siempre encontrará obstáculos que lo obligarán
a cambiar de dirección.
Valeria levantó la mirada y lo miró a los ojos. Había algo en su voz que no era solo
filosofía juvenil; era un intento de comprender la realidad, de darle sentido a los días
que pasaban sin que parecieran extraordinarios, aunque lo fueran.
—Y entonces… ¿no es mejor dejar que fluya? —preguntó ella.
—Sí, pero también creo que uno debe decidir cómo navegarlo —contestó Lucas—.
No podemos detener el río, pero sí podemos elegir cómo enfrentarlo.




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