Laura Hermetica
Este podría haber sido un buen día, como el lunes y el martes en la oficina. Llegue a las ocho y media, puntual un poco antes de la llegada de las compañeras de estación, no tan temprano como para tener que quedarme hablar con Hilda de mantenimiento y aceptar el súper dulcísimo mate cargado de hierbas al estilo misionero, hirviendo de caliente, que por horas queda flotando en el estomago, llenándolo, ocupándolo todo.
A mí me gustan los mates de Hilda, pero los viernes, los viernes llego temprano y disminuyo la velocidad de mis pasos cuando llego a la altura de su cubículo, justo antes de los escritorios, se que estará sintonizando la radio, y me enfocara con sus ojos celestisimos…
”Seño Laura, ¿como dice que le va? Tan temprano, cayo de la cama...jajaja (y toserá mate calentísimo al estilo misionero repleto de hierbas), tomate un mate Laura, si… guarda no te quemes eh… acá se toma buen mate… con el yuyito que traje de misiones las vacaciones pasadas….tomate Laura... ¿si? no somos nada Laura, estas más gorda vos?”.
Solo los viernes, Hoy que no es viernes llegue como siempre puntual justo un segundo antes de que se ocupen las estaciones de trabajo, se encienden impresoras, monitores, corramos las sillas, antes que suenen los teléfonos, y piten las maquinas. Y hasta las cinco, nadie pero nadie quedara en silencio, y nadie pero nadie se acerca a mi estación, ni Hilda que ya esta repasando baños y mesadas.
Este también podría haber sido un día de esos, incluso un viernes de mate misionero, pero no hoy, este ha sido el peor dia de la semana, al llegar, no pudimos encender las computadoras, no intentamos con las maquinas de café, porque enseguida nos dimos cuenta que altísimas y brillantes las lámparas de emergencia estaban encendidas todas, cada una, a lo largo de los pasillos, y como un espíritu sobre todas las mesas.
No , no fue un día perfecto, de hecho, este corte de luz que duro bastante tiempo hizo que me retorciera una y otra vez las manos debajo de mi mesa, por encima todo calma y rectitud, como se espera de Laura, la de la estación cinco, debajo ni mires, tamborilear de pies, retorcimiento de dedos. Después me fui calmando, tenía un kit de emergencia, en el rincón derecho al fondo de mi cajon: guardaba un libreta, unos papelitos de colores con escrituras, y una agenda.
Cuando comience la danza de silla arrastradas, de una estación a otra, Laura la de la estación cinco estará preparada, abrirá la agenda cuando le digan “Lau, acércate a tomar un mate”, no, no tranqui termino de completar la agenda y voy “lauri veni ¿que hace ahí sola? Es un corte general, la luz no va a volver hoy…” Si, reviso las tareas (señalo los papelitos y voy…. “che Laura, no seas hermética, Tere está contando un chisme de la gerencia”… (Señalo el teléfono, estoy en una llamada… mentira…solo sonó la alarma…). Y así, se rendirán, como yo, que odio y amo estos apagones. Que espero cada día que no sea otro día igual, otro día con tareas como siempre, otro día que termine a las cinco con una Laura acomodando la estación cinco impecable ella y su mesa, recogiendo el bolso negro, caminado lento detrás de las demás, escuchando sus conversaciones, saliendo por la entrada principal y viéndolas de rabillo alejarse, todas juntas, siempre juntas, riéndose, saludándose. Que sea otro día, que pase algo, que me aleje de mi auto, que me aleje de mi departamento vacio y obscuro, del incienso de lavanda a medio quemar, de él te de limón, cae una lagrima, cae otra moja la almohada, apago la luz, y duermo.
Y cuando sucede, y cuando sucede, por ejemplo como hoy un apagón, aquí estoy, doblando papelitos, hojeando una agenda vieja, contestando llamadas imaginarias para no hablar con nadie.
Allí van todas las silla, arrastradas, como si las atrajera Tere, como si Tere fuese un imán, y se llevase con ella el mate, los bizcochitos y a las chicas. Como si Tere fuese un cacique, y su mesa un fogón, y cuando llega el apagón como un eclipse reune a la tribu entera.
Yo no pertenezco a esa Tribu, por más que el imán a veces también me atraiga, soy más hermetica, y resisto, entre esa tribu y yo está el mar inmenso, está el Everest, está el iceberg del titanic, esta la selva entera. Yo lo siento así, me gustaría ser distinta, o me gustaría ser igual, me gustaría no estar rota o descompuesta. Pero Laurita esa si, diría Hilda el viernes pasado, es buena gurisa la Laura, pero media sonsa, ni le gusta hablar ni le gustan los bizcochitos. De pasada la escuche, repasando la mesada de la cafetera, quien sabe de dónde vendría esa conversación sobre mí y a quien le estaría hablando, pues manejo el arte de la invisibilidad, puedo pasar sin que me sientan y vean por cualquier puerta, y si me ven, de seguro igual dirán que es solo Laura, la de la cinco, que solo se ocupa de sus tareas.
Nadie me pregunta estas cosas, dan por sentado por mis acciones, que así me gusta la vida y los apagones. Si me preguntaran, diría que con el rabillo del ojo las veo reírse de tonterías, y quisiera yo también, y que aunque no me mueva, haya una mueca forzada en mis labios, que se aguanta las ganas de reírse del último chiste. Después de un tiempo, ya todos me conocen, nadie mas ya pregunta si me acerco al improvisado fogón, ya saben que no y que estoy bien.
Pero no, no lo estoy, estoy atrapada con mi silla de este lado Everest, en lo más profundo de esta selva misionera, congelada en el centro de este Iceberg. Así ha pasado con todo, después de un tiempo, no hay invitaciones a cumpleaños, nadie me ofrece asientos para el cine, ni me preguntan si después de las cinco voy a tomar mi te con limón en algún cafetín, no acompaño a nadie a ver los bolsos de la vidriera nueva, ni miro las fotos del nieto de Tere en ningún celular, con el tiempo el Everest crece en altura y es un infortunio, un desastre, ni yo intento arrastrar mi silla tampoco, para que, demasiado alto, demasiado obscuro, demasiado frio y congelado el camino, demasiado esfuerzo.