Laurel

Capitulo 1

Darice Morcaran

Despertar justo antes del alba debería ser considerado una traición. Pero ya estoy tan acostumbrada que se ha vuelto una costumbre. Siempre es la misma voz la que me despierta, desde que cumplí la mayoría de edad: sueño con lo mismo, noche tras noche. Me veo en un bosque tan denso y oscuro que es imposible ver el suelo. Y siempre está ahí esa voz que susurra: “Naces, creces y mueres”. He intentado descifrar su significado. ¿Será acaso una profecía?

Me levanto de la cama aún con la túnica puesta. Camino hasta el armario y me coloco mi atuendo de montar, poco apropiado para una princesa —o al menos eso murmuran las mujeres a mi servicio. Pero me siento más segura así. Si algún día atacan el reino, no quiero que me encuentren atrapada en un vestido abultado y colorido que no me deje mover.

Como cada mañana, me dirijo a las caballerizas y tomo las riendas de Mavi, el hermoso percherón que mi padre, el rey Vaelor, me regaló. Nadie me impide visitar el pueblo del reino. Me gusta estar allí. Me siento libre, segura.

El anciano Elmer me recibe como siempre, con una reverencia que un leve soplo de viento podría derribar.

—Mi princesa.

—Elmer, ya te he dicho que no son necesarias las reverencias. Paso por aquí cada mañana y tú me saludas como si fuera la primera vez.

—Para mí nunca será de más inclinarme ante usted, majestad.

—No soy una futura reina, Elmer. Y si llegara a pasar, creo que sería Haco quien reinaría, ¿no?

Elmer no disimula bien. Cada vez que menciono a Haco, su rostro pierde el brillo. No entiendo por qué desconfía tanto de mi hermano. Ha tomado lecciones con nuestro padre, ha aprendido sobre el reino, sobre sus aliados y sobre el enemigo, Talyrios. Un lugar frío y sombrío, gobernado ahora por el rey Ihan Duskbane, quien heredó el trono tras la muerte de su padre, el rey Taric.

—¿Otra vez perdida en tus pensamientos, princesa?

—No… Solo estaba… pensando.

—¿Ese mismo sueño otra vez?

—Sí. No sé qué significa.

—¿No sería más fácil preguntarle al rey su significado que buscar respuestas en libros viejos?

—Tus libros no son viejos, Elmer. Son interesantes. A diferencia de los de la biblioteca del reino, llenos de guerras y nombres antiguos. Ya los he leído todos. Ninguno me da respuestas.

—Aun así, querida, no descartes que tu padre pueda saber algo útil.

Elmer me entrega un objeto envuelto en papel viejo, atado con un listón rojo. Sus manos tiemblan y sus ojos brillan.

—Sé que no es de tu agrado, princesa, pero hoy es tu cumpleaños. Esto es para ti.

—Elmer, no…

—No estés triste. Tómalo como un obsequio sincero de un anciano que cree en ti.

Para mi sorpresa, es uno de mis libros favoritos. Cuenta la historia de una reina que se convierte en guerrera. Estoy por abrazar a Elmer cuando la guardia real irrumpe.

—¿Era necesaria esa entrada? —pregunto con evidente molestia.

Los guardias forman filas, dejando un pasillo por donde entra la única persona que podría encontrarme aquí.

—Siempre aprecié las entradas triunfales, querida Dari.

—Mi príncipe —dice Elmer, con otra reverencia, aunque algo torpe.

Haco frunce el ceño al ver a Elmer.

—No entiendo cómo puedes visitar estos lugares, hermana.

—Tal vez porque aquí encuentro paz, cosa que las asambleas del reino no me dan.

—¿Esto te da paz? —pregunta, señalando la biblioteca con desdén.

—Soy una princesa, no una prisionera. Si no me permiten estar donde quiero, al menos vengo donde me siento viva.

—Y tu imagen… ¿Qué hay del respeto al trono?

—El pueblo me respeta más aquí que en la corte.

—Nuestro padre no debe saber que saliste. Vamos, volveremos al castillo. Fingiremos que no te salvé de un castigo más.

Podría desobedecer a Haco, pero la última vez que lo hice, Elmer pagó las consecuencias: su biblioteca fue destrozada.

De camino al castillo, Haco no deja de sermonearme.

—Tienes que pensar como futura reina, Dari. No puedes seguir escapando antes del alba.

—Solo son caminatas, Haco. Deberías probarlo alguna vez.

—Si padre te descubre, no podré ayudarte con lo que tengo planeado.

—¿Qué planeas?

—Espera a que lleguemos.

En mis aposentos hay una caja de madera tallada con enredaderas. Haco aparece detrás de mí.

—Feliz cumpleaños, hermana.

—¿No vas a abrirlo? Me costó conseguirlo —dice, poniendo una mano en el pecho con fingida tristeza.

—Te ves ridículo con esa expresión.

Le entrego una pequeña caja con un lazo dorado. Su expresión se suaviza.

—No creas que eres el único que hace favores en este castillo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.