Darice Morcaran
Tras las ceremonias del velorio del rey, los sacerdotes coronaron a mi hermano. Tal como prometió, usó la capa que le regalé, una señal silenciosa de que necesitaba mi apoyo. Para mi sorpresa, también mandó a hacer una nueva corona para mí. No la veía necesaria. Nunca quise el trono.
Pero como nuevo rey, Haco decretó que mis entrenamientos con espada y daga serían libres: cuando yo lo deseara, los guardias reales estarían obligados a entrenar conmigo.
—No era necesaria una nueva corona, Haco. Sigo siendo princesa, no reina.
—No permitiré que sigas usando la tiara que padre te impuso. Ahora tienes voz en el consejo. Tienes libertad para entrenar, vestir como quieras… incluso portar armadura si así lo deseas.
—Pero sabes que nadie me toma en serio en esas reuniones. No tengo voto entre sacerdotes y nobles.
—Lo tendrás ahora que yo soy rey. Y no solo eso… hoy anunciaré al consejo que las provincias de Cirenei estarán bajo tu mando. Gobernarás ahí. Además, Cirenei tiene el campo de entrenamiento más preparado del reino. Y ahora será tuyo.
—¿Cirinei? Bien sabes que nunca se ha visto que alguien gobierne ese lugar, es solo un sitio para intercambios entre los aliados al reino.
—Recuerda Darice, ahora es nuestro turno de hacer cambios; cree en nosotros hermana, lograremos grandes cambios.
Un guardia llegó a anunciar que todo estaba listo para mi entrenamiento. Decidí tomarle la palabra a Haco. Me armé con mi daga, mi armadura y fui al campo de Cirenei. Me sorprendió ver a tantos guardias listos para entrenar conmigo, aunque les costara algunas heridas.
Pasaron semanas de entrenamiento hasta que decidí entrar a una de las reuniones del consejo con Haco. El tema era la tensión con el reino de Talyrios.
—Debemos llegar a un acuerdo con Talyrios —dijo Haco—. No es posible que, después de veinte años, sigamos siendo enemigos.
—No es fácil negociar con ellos, majestad —respondió uno de los ancianos—. El rey Ihan no acepta trato alguno con otros reinos.
Haco me miró.
—¿Qué opinas tú, princesa Darice? Eres la embajadora de Cirenei, la provincia más cercana a Talyrios.
Todos giraron hacia mí. ¿Qué pretendía Haco? ¿Exponer mi distracción? Titubeé.
—Yo… opino que se debería enviar un embajador del reino. Tal vez el rey Ihan no sea tan arrogante como se cree, y esté dispuesto a firmar un tratado de paz.
El consejo estalló en murmullos. Unos afirmaban que era ingenuo buscar paz con el enemigo, otros decían que una princesa no debía opinar en asuntos de estado. Ignoré sus miradas y busqué el rostro de Haco. Sonreía. Esa sonrisa de niño cuando sabía que lograría lo que quería.
—¡Está decidido! —declaró en voz alta.
El salón enmudeció.
—Preparad a Mavi y elegid a los guardias necesarios. Partirás mañana por la mañana.
—¿Mi Mavi? ¿Mi corcel? Él no permite que otros lo monten, Haco. ¿Quién irá al reino enemigo?
—¿Quién más? Tú, princesa Darice.
Quedé atónita. ¿Yo? ¿Ir a Talyrios?
—Podemos hablar… a solas.
Uno de los ancianos protestó, pero lo fulminé con la mirada. Nos dirigimos al escondite secreto del castillo, nuestro lugar.
Caminé de un lado a otro, frustrada. Cuando escuché sus pasos, le lancé un libro al hombro.
—¡Por todos los dioses, Darice! —se quejó, masajeando su hombro—. Olvido lo buena que eres apuntando.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando? ¿Enviarme al reino enemigo?
—Déjame explicarte.
—¿Explicarme qué? ¿Cómo planeas deshacerte de mí?
—¡Nunca haría eso! Eres mi hermana. Estamos juntos en esto.
Lo miré, con la misma dureza que uso contra los guardias que se rehúsan a entrenar conmigo.
—Eres hábil con las armas, y has mejorado en diplomacia. Confío en que puedes lograrlo. Los embajadores anteriores eran inútiles en combate. Tú no.
—¿Y por qué ahora? ¿Por qué tanto interés en la paz con Talyrios?
—Porque nuestros padres murieron por este reino. No quiero seguir esta guerra eterna. Si amas al pueblo, haz esto por ellos.
—Si tan buen diplomático eres… deberías ir tú.
—Soy el rey. Debo quedarme. No alarguemos esto más. Te irás mañana.
No tuve tiempo de seguir discutiendo. Haco se fue. Me quedé sola, atrapada en pensamientos oscuros.
Al amanecer, me vestí con el vestido negro que mamá me regaló y la capa que Haco mandó a hacer. Porté mi daga, tomé las riendas de Mavi y partí hacia Talyrios con la guardia.
—¿Segura que irás en vestido? —preguntó Haco.
—Eso debiste pensarlo antes de encomendarme esta misión.
—Solo comentaba —dijo, levantando las manos con fingida inocencia—. Viaja por el sendero de las montañas. Es más seguro.
—¿Y si fracaso? ¿Y si el rey Ihan no acepta?
—No fallarás. Estoy seguro, ¿Te ayudo a montar?
—Como si eso fuera necesario.
—Buen viaje, Darice.
—Cuida del pueblo, Haco.
Y así, tomé las riendas de Mavi y partí, dejando atrás mi hogar, mis recuerdos… rumbo a lo desconocido. Solo el destino sabía lo que me esperaba.