Darice Morcaran
Después de dos días de viaje con Mavi y la guardia real protegiendo mi espalda, el reino de Talyrios apareció ante nosotros. A pesar de tener fama de frialdad y arrogancia, el pueblo de Talyria transmitía una paz que me sorprendió. A lo lejos, el castillo se alzaba imponente, oscuro, como la silueta de su rey, Ihan.
-Princesa, quizás sea conveniente que un guardia anuncie su llegada. No podemos confiar en este reino.
-Tienes razón. Hazlo cuanto antes. Cuanto más rápido se realice este tratado, más pronto volveremos a casa.
La escarcha cubría los ventanales del castillo como si la nieve quisiera husmear la conversación. Permanecí de pie, aún con el abrigo de viaje. El salón en el que el Rey Ihan me recibió tenía muros de piedra negra, alfombras apagadas y un silencio hostil. No había corona en su cabeza, ni oro en su trono. Solo él y su mirada indescifrable.
-No esperaba que Haco enviara a su hermana como paloma mensajera. ¿Acaso ya no quedan hombres en Velmara capaces de negociar un tratado de paz? -dijo, con tono irónico-. Menos aún cuando saben que no creo en tratados.
Alcé el mentón. Su voz era tan fría como el aire del norte. Ya no era el joven que conocí.
-No vengo a convencerte. Solo a entregar el mensaje de mi reino.
-¿Tu reino… o el de tu hermano?
Fruncí el ceño.
-¿Hay alguna diferencia?
Ihan se levantó con lentitud y caminó hacia una mesa baja con mapas y cartas. Tomó un pergamino sin leerlo.
-Curioso. Este mensaje propone un tratado de paz, pero la última vez que alguien de tu reino vino con esa intención, olvidó un pequeño detalle.
-¿Cuál?
-Yo no negocio con herederos que repetirán la historia de su padre. No me alío con quienes arrastran la sombra de su linaje.
Sus palabras cayeron como piedras. Cerré los puños, pero mi voz se mantuvo firme.
-¿Esperas que crea eso? Es fácil hablar cuando vives entre sombras.
Ihan se acercó. Su rostro estaba a un paso del mío. La luz del fuego lo dividía en dos: mitad humana, mitad espectro.
-¿Y tú no vives entre sombras, princesa? ¿Cuánto hace que tu hermano te mira a los ojos? ¿Te has preguntado por qué te envió sola?
Di un paso más, sin miedo.
-Haco confía en mí.
-No insinúo lo contrario -respondió lanzándome el pergamino, que atrapé por reflejo-. Quédate con él. Quémalo si quieres. Pero antes, pregúntate por qué no tienes un consejero a tu lado. Pregúntate quién decide cuánto tiempo pasarás en estas tierras… si es que el tratado se firma.
El silencio se apoderó de la sala. Ni Ihan ni yo nos movimos.
Bajé la mirada, solo un instante, hacia el pergamino.
Me giré hacia la ventana. Las montañas blancas se extendían como un mar inmóvil.
-Si esto es verdad… si Haco quiere alejarme…
Su voz, desde la distancia, pareció más cercana.
-No te pido que creas en mí princesa. Pero deberías cuestionar tu papel ahora que tu hermano lleva la corona.
No respondí. Solo observé el horizonte hasta que Ihan me dejó sola, Me acerqué al fuego. Y sin pensarlo, lancé el pergamino al centro de las llamas. No por él. No por Haco. Sino por mí.
Porque ya no quería ser parte de un juego donde solo era un peón. Justo antes de marcharme del castillo, sentí su mirada desde el balcón, era fria y lejana.
La última vez que me miró así… Su mirada era más cálida.