El silencio en la sala pesaba como una manta gruesa, ahogando las palabras que todos queríamos decir. Pero en algún punto, acepté lo inevitable. No había forma de que mis padres cambiaran de opinión. Esta decisión, aunque me doliera, no era solo por mi bien, sino por lo que creían que sería lo mejor para mi futuro.
—Está bien —dije, con voz temblorosa, pero decidida—. Iré.
Mis padres me miraron, sus rostros con una mezcla de alivio y tristeza. Sabían que me costaba aceptar, pero agradecieron que, por fin, hubiera dado mi consentimiento.
—Eso es lo mejor, cariño —dijo mamá, con la voz suave pero firme—. Sé que es difícil, pero con el tiempo lo entenderás. Wyoming te dará la paz que necesitas.
Mi papá asintió, su rostro más serio que nunca.
—No te preocupes, todo estará bien. Nos aseguraremos de que tengas todo lo que necesites.
—¿Cuándo me voy? —pregunté, mis palabras más suaves, pero con un destello de desesperación. No quería que llegara ese momento, pero sabía que tenía que estar lista.
Papá miró a mamá y luego me respondió.
—Lo mejor sería que te fueras la próxima semana. El traslado está listo, y podemos hacer que llegues a tiempo.
Una ola de ansiedad me recorrió el cuerpo. Una semana. Solo una semana más aquí, en mi hogar, en el único lugar donde me sentía segura.
—Una semana... —repetí en voz baja. La idea de dejar Aspen me parecía irreal, un sueño del que no podía despertar.
—Lo sé, hija, lo sé. —Mi mamá me abrazó de nuevo, sus manos suaves, pero llenas de amor. —Te vas a sentir mejor, ya lo verás.
Asentí en silencio, aunque por dentro me sentía atrapada en un mar de emociones contradictorias. No sabía si estaba haciendo lo correcto. Pero una cosa era cierta: no tenía otra opción.
Subí a mi habitación, el sonido de mis pasos resonando en las escaleras mientras trataba de calmar mi mente. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba escuchar una voz que me entendiera, una voz que me ayudara a mantenerme conectada con la vida que estaba dejando atrás.
Entré a mi cuarto y, al cerrar la puerta, me dirigí directo al teléfono de línea. Sabía que el contacto con mis amigos se reduciría drásticamente en Wyoming. No había internet, ni Wi-Fi, ni redes sociales que me ayudaran a mantenerme al tanto de lo que sucedía en el mundo. Solo cartas y teléfonos viejos. Pero no me importaba. Lo único que necesitaba en ese momento era hablar con Emma.
Tomé el teléfono de la mesa, marqué su número y, mientras escuchaba el sonido de la marcación, sentí un nudo en el estómago. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo le explicaba todo esto sin desmoronarme?
El teléfono sonó varias veces antes de que su voz familiar llegara al otro lado.
—¿Violet? ¿Eres tú? —dijo Emma, su tono alegre pero inmediatamente notando algo extraño en mi voz.
—Soy yo —respondí, tratando de forzar una sonrisa. Mi voz salió apagada, triste.
—¿Qué pasa? Te escucho rara. —Emma sabía que algo no andaba bien, siempre lo sabía.
Cerré los ojos, respirando profundamente. No podía seguir escondiéndolo, no podía seguir guardando este dolor.
—Mis papás decidieron que me voy a Wyoming la próxima semana. —Mi voz se quebró al final, como si decirlo en voz alta me desgarrara por dentro.
Hubo un silencio del otro lado de la línea, luego Emma habló, sorprendida.
—¿A Wyoming? ¡Pero, Violet, ¿por qué? ¿Qué vas a hacer allí?
Me recosté en la cama, abrazando mis rodillas contra mi pecho, mientras las lágrimas comenzaban a asomarse sin control.
—No sé... lo que sé es que no tengo otra opción. —Las palabras salían solas, mientras me sentía cada vez más atrapada en mi destino. —Ni siquiera hay internet allá, Emma. No voy a poder hablar con nadie. Me siento… como si me estuviera alejando de todo lo que conozco.
Emma, al otro lado, guardó silencio por un momento. Sabía que no podía darme respuestas que me calmara, pero lo que dijo fue lo que más necesitaba escuchar.
—No importa dónde estés, Violet. Siempre voy a estar aquí para ti. Y aunque estés en Wyoming, sé que seguirás siendo la misma Violet que siempre he conocido. El lugar no cambia lo que eres.
Eso me hizo sentir un poco mejor, aunque solo fuera por un segundo.
—Gracias, Emma. Gracias por estar siempre. No sé qué haría sin ti.
—Nos escribiremos, te lo prometo. Y cuando salgas de ese rancho, te voy a visitar. ¡Te llevo a un festival de flores si hace falta! —intentó hacerme reír, y aunque una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, la tristeza seguía latente.
—Te prometo que te voy a escribir mucho. Y que, en cuanto pueda, voy a volver. Esto no es un adiós, solo un… "nos vemos pronto".
Al menos, eso era lo que tenía que creer.
—Lo sé, lo sé. ¡Te quiero mucho!
—Yo también te quiero, Emma. Nos hablamos luego.
Colgué el teléfono y me dejé caer en la cama, sin poder dejar de pensar en todo lo que estaba perdiendo. Todo lo que estaba dejando atrás. Wyoming parecía ser un lugar tan lejano, tan desconocido, pero ¿quién sabía? Tal vez ese lugar que ahora me aterraba podría darme algo que Aspen no podía ofrecerme.
#2047 en Otros
#31 en No ficción
#5327 en Novela romántica
vaqueros viejo oeste, vaquero, romance acción aventura drama celos amor
Editado: 22.02.2025