El sonido del motor del auto era lo único que acompañaba el silencio pesado en el aire. Mis padres iban al frente, y yo, como una sombra, los seguía en el asiento trasero, mirando el paisaje que comenzaba a alejarse cada vez más de Aspen. Las montañas, que antes me parecían imponentes y hermosas, ahora solo eran figuras lejanas que quedaban atrás, dejando espacio para un horizonte extraño y desconocido.
A lo lejos, las primeras señales de Wyoming comenzaban a aparecer: vastos campos de hierba, cielos interminables y la promesa de un mundo en el que nada me era familiar. Me preguntaba qué encontraría allí, qué cosas nuevas tendría que aprender y qué cambios tendría que hacer en mí misma para poder adaptarme.
El viaje era largo. De hecho, había comenzado a sentir que el tiempo se estiraba, como si el reloj estuviera en desacuerdo con mi deseo de llegar rápido. Con cada kilómetro que recorríamos, más me sentía atrapada entre el ruido del motor y el constante pensamiento de que algo de mi vida se quedaba atrás.
Mi madre, desde el asiento del copiloto, trataba de mantener una conversación tranquila, pero mis respuestas eran cortas y apenas perceptibles. Estaba más preocupada por lo que vendría, por lo que dejaría de ser. La idea de llegar a ese lugar apartado, sin internet, sin la facilidad de hablar con mis amigos, sin mis cómodas rutinas... todo eso me asfixiaba un poco más con cada hora que pasaba.
Papá, por su parte, permanecía en silencio, pero podía ver la tensión en su mandíbula, como si estuviera esperando que dijera algo, que me quejara o, de alguna manera, hiciera el viaje aún más difícil de lo que ya era.
—Violet —dijo mi mamá, tratando de romper el silencio—, ¿has pensado en qué harás allá? Tal vez podrías comenzar a escribir más, o explorar el rancho. No sabes lo que podrías descubrir.
La mencionada "explorar" me hizo pensar en lo vasto que debía ser Wyoming, un lugar tan diferente a la ciudad bulliciosa y llena de vida en la que crecí.
—Sí, tal vez —respondí, sin mucha convicción, mirando por la ventana y observando los campos que parecían no tener fin—. Tal vez escribir sea lo único que pueda hacer para no perderme allí.
Mi mamá me sonrió, aunque pude ver que la preocupación seguía brillando en sus ojos. Ella solo quería que estuviera bien, que adaptarme a ese cambio fuera lo menos doloroso posible.
El viaje continuó en silencio durante más horas. A medida que nos adentrábamos más en el estado de Wyoming, los paisajes se volvían más agrestes y solitarios. La carretera parecía un hilo delgado que atravesaba la vasta tierra, mientras las montañas se desvanecían y daban paso a llanuras abiertas. El aire ya no olía a pino y frescura como en Aspen. Aquí, el viento era más seco, el aroma de la tierra más áspero.
Casi al final de la jornada, después de un largo día de viaje, comenzamos a acercarnos a lo que sería mi nuevo hogar. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas del auto, pintando el cielo de tonos naranjas y rojos. El sol se estaba poniendo, y eso me hizo pensar que, tal vez, era una señal. Quizás todo esto no era tan malo. Quizás el sol siempre se pone para dar paso a un nuevo día.
En ese momento, al ver el sol desvanecerse en el horizonte, sentí una extraña mezcla de temor y esperanza.
—Ya casi llegamos —dijo papá, rompiendo el silencio que se había asentado sobre nosotros.
—¿Falta mucho? —pregunté, con la voz casi inaudible. No quería que la distancia entre mi vida anterior y la nueva fuera más grande de lo que ya se sentía.
—No, ya estamos cerca. En unas dos horas llegaremos al rancho —respondió él, su voz más grave que nunca.
La idea de ese lugar comenzó a tomar forma en mi mente. Imaginé un rancho grande, con tierras inmensas y tal vez una casa sencilla. Pensé que, a pesar de no tener muchas comodidades, el trabajo duro y la vida tranquila podrían ser todo lo que necesitaba para empezar de nuevo.
De pronto, la figura de un pequeño pueblo se asomó en el horizonte. Unos pocos edificios, algunas casas dispersas y una granja aquí y allá. Era un paisaje más familiar de lo que pensaba, pero también algo inquietante. Este era un lugar que parecía detener el tiempo.
A medida que el auto se adentraba en el pueblo, mis pensamientos se apoderaron de mí. El miedo a lo desconocido, la angustia por dejar todo atrás y la pequeña chispa de curiosidad que comenzaba a surgir. ¿Qué me deparará este lugar? me pregunté mientras observaba las casas con tejados de paja y los establos dispersos entre las vastas tierras.
El viaje había sido largo, pero el final estaba cerca. Mi futuro comenzaba a desvelarse, y con él, una nueva historia que tal vez estaba destinada a vivir.
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Editado: 22.02.2025