Lavanda Y Cuero

CAPITULO 5

El auto finalmente giró en una entrada de tierra, y la última parte del trayecto estuvo llena de baches y polvo que se levantaba por los costados, llenando el aire con un olor terroso y cálido. A lo lejos, pude ver las primeras señales del rancho: un gran portón de madera, una casa de dos plantas que parecía algo antigua pero bien cuidada, y varios establos que se extendían a lo largo del terreno. Todo esto me parecía tan ajeno, tan distante de la ciudad vibrante y llena de vida que había dejado atrás.

Mi madre, que había estado callada la mayor parte del viaje, fue la primera en hablar cuando nos acercamos a la casa.

—Aquí estamos, Violet —dijo, su voz un tanto temblorosa, como si también estuviera procesando el cambio. Yo, por mi parte, apenas pude emitir una respuesta. Solo miraba el paisaje, observando el rancho que ahora iba a ser mi hogar.

Papá detuvo el coche justo frente al portón, apagó el motor y, por fin, se giró hacia mí.

—Nos quedaremos aquí por unos minutos para asegurarnos de que todo esté en orden —comentó él, aunque sabía que él mismo estaba evaluando si esto era lo correcto. Yo no dije nada, solo asentí con la cabeza.

Miré por la ventana, intentando hacerme a la idea de que este sería mi hogar ahora. A pesar de la paz que el paisaje ofrecía, una sensación de vacío me invadió. Todo me resultaba extraño y ajeno, como si fuera una historia ajena que me había tocado vivir.

—¿Te sientes bien, cariño? —preguntó mi mamá mientras me observaba fijamente.

Me giré hacia ella y sonreí con tristeza.

—Sí, mamá… solo… es mucho para asimilar.

Ella asintió, dándome un apretón de manos. Luego, miró a mi papá.

—Vamos a ayudarla con las maletas —dijo mi madre, con una determinación que solo alguien que estaba tratando de aferrarse a algo familiar podría tener.

La idea de que todo esto estaba ocurriendo realmente me golpeó de frente. Mientras ellos descargaban las maletas del coche, me quedé en el asiento del auto, mirando la casa. El aire era más fresco aquí, más seco, y el sol estaba comenzando a bajar, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados.

Un hombre se acercó caminando, con una postura erguida y una expresión seria. Su rostro, marcado por el sol y las arrugas, me dio la sensación de alguien que había pasado mucho tiempo al aire libre, trabajando bajo el implacable sol de Wyoming. Su camiseta, algo desgastada, y sus pantalones de mezclilla le daban una apariencia ruda, pero había algo en su mirada que me hacía pensar que, a pesar de su aspecto, no era del todo intimidante.

—¿Eres Violet? —me preguntó con voz grave.

Asentí lentamente, nerviosa ante su mirada penetrante.

—Soy Tomás, el capataz del rancho. Tus abuelos me dejaron al cuidado del lugar cuando ya no pudieron encargarse de él. —Me extendió la mano, y al estrecharla, noté la firmeza en su saludo.

—Encantada —respondí, con un tono nervioso que no pude disimular.

Tomás observó el coche y luego a mis padres, que estaban descargando las maletas con una mezcla de cansancio y alivio.

—Espero que el viaje haya sido llevadero —dijo él, con una calma que contrastaba con la tensión que sentía en mi pecho.

—Ha sido largo, pero estamos bien —respondió mi mamá, sonriendo levemente. Sabía que estaba tratando de mantener las cosas lo más ligeras posible, pero yo podía ver que ambos estaban igual de inseguros que yo.

Papá se acercó a Tomás para estrecharle la mano.

—Gracias por estar aquí, Tomás —dijo papá, con un tono más suave de lo habitual. "¿El rancho está en buenas manos?"

—Claro que sí —respondió Tomás, asintiendo con seriedad—. Aquí he estado, cuidando todo como si fuera mío. A tus abuelos les prometí que mantendría el rancho como ellos lo dejaron.

Miré hacia la casa de nuevo. Era grande, pero no como las casas de la ciudad. Era más bien robusta, con una estructura que mostraba años de historia y trabajo. No podía evitar preguntarme cómo serían mis días aquí. Qué tan solitarios se sentirían.

—Bueno —dijo mamá, mientras miraba a papá y luego a mí—, no podemos quedarnos mucho más. Te dejamos en buenas manos, Violet.

Mi corazón dio un vuelco. Ellos ya se estaban preparando para irse, para dejarme aquí, en un lugar que apenas conocía. Tenía tantas dudas y temores, pero, al mismo tiempo, un sentimiento de soledad empezó a invadirme, como si todo lo que había sido mi vida en Aspen se estuviera desvaneciendo.

—Mamá… papá… —mi voz sonó quebrada.

Ellos se giraron hacia mí, y pude ver el dolor reflejado en sus rostros.

—Te vamos a extrañar —dijo mamá con una ternura que me hizo sentir aún más triste. Se acercó a abrazarme con fuerza, como si quisiera transmitir todo su apoyo a través de un abrazo. Yo me aferré a ella por unos segundos, sin querer soltarla, como si de alguna manera pudiera llevarme un pedazo de su amor y seguridad conmigo.

Papá, por su parte, me dio un rápido abrazo, algo más corto, pero igualmente lleno de significado.

—No te olvides de escribirnos —dijo él, su voz más suave de lo habitual—. Prometemos que estaremos al tanto de todo.




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