La tarde había caído lentamente, y el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas lejanas. El rancho parecía tomar una nueva vida en la luz cálida de la puesta de sol. Estaba sentada en el porche trasero de la casa de mis abuelos, observando el vasto horizonte. La brisa era fresca, y el sonido de las aves y los insectos creaba una especie de calma en mi interior.
Carla salió por la puerta trasera, un poco sorprendida al verme tan quieta, mirando al paisaje.
—Violet, ¿todo bien? —preguntó con una sonrisa suave, pero con los ojos llenos de una curiosidad que no pude evitar notar.
—Sí, todo está bien —respondí, girando hacia ella con una sonrisa un poco forzada. Mi mirada volvió a las montañas, como si algo en su lejanía me pudiera dar el consuelo que no encontraba en mis palabras.
Carla se sentó junto a mí, buscando ese espacio silencioso entre nosotras, como si ella también supiera que no era fácil empezar una conversación sobre algo tan difícil.
—Es solo que… —dijo Carla, tocándose el cabello con nerviosismo—, me preguntaba, ¿por qué decidiste venir aquí? Dejar atrás la ciudad y todo eso… debe ser un cambio grande.
Mi respiración se volvió más pesada al escuchar la pregunta. No quería hablar de eso. No con nadie. No con nadie que no conociera el dolor. El simple hecho de que Carla me estuviera haciendo esa pregunta me obligaba a pensar en algo que había estado tratando de dejar atrás.
Miré a Carla, y por un momento, nuestras miradas se encontraron. Vi en sus ojos una empatía que no me esperaba. Me relajé un poco, pero aún así, las palabras parecían no querer salir.
—Es complicado… —murmuré, bajando la vista hacia mis manos. La piel se me erizó un poco, como si las palabras mismas pudieran cortarme. Pero no podía mentir. No podía seguir callando.
Carla se inclinó un poco hacia adelante, como si esperara que le hablara más. Su presencia era reconfortante. Parecía que ella quería escuchar, pero no presionar.
—No tienes que decirme nada que no quieras, Violet. Pero si alguna vez necesitas hablar de algo… sabes que estoy aquí.
Respiré hondo. El viento soplaba suavemente, y tomé la decisión de compartir lo que más me dolía, aunque mi voz temblara.
—No… no fue algo que planeé, Carla. No fue algo que quería. —Hice una pausa, mi estómago se apretó, y mi mente empezó a volver a esos momentos oscuros que trataba de bloquear.
Carla me miraba con esa paciencia que tanto necesitaba.
—¿Un chico? —dijo, animándome a seguir, pero sin presionar.
Asentí, mirando el suelo. Mi corazón palpitaba con fuerza, y de alguna forma, decir las palabras en voz alta me hizo sentir más vulnerable de lo que ya estaba.
—Sí… un chico. —La voz me salió baja y quebrada. Mi pecho se sintió como si estuviera a punto de explotar. Tomé una respiración profunda y seguí. —No lo planeé, Carla. Fue un error. Al principio, no entendía lo que pasaba. No me di cuenta de lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde… y, al final, me quedé sola, con algo que no quería, algo que no estaba lista para tener.
Mi voz se rompió un poco al final, y me sentí abrumada por las emociones que intentaba contener. Me dolía, pero a la vez, sentía que tenía que soltarlo. Tomás y Carla no me juzgarían, no lo harían. Aún así, el peso de lo que había pasado me aplastaba el pecho.
Carla puso su mano suavemente sobre la mía, en un gesto de apoyo.
—Violet, no te estoy juzgando. Solo quiero que sepas que, sea lo que sea lo que haya pasado, estás aquí, y eso es lo importante. Y si decidiste quedarte y tener al bebé, eso es valiente. Más valiente de lo que muchos pensarían.
La mención del bebé hizo que mi corazón se acelerara un poco. Sentí una mezcla de miedo y amor al mismo tiempo. Decirlo en voz alta me hizo sentir más real. Carla tenía razón: quedarme y enfrentar lo que venía era una decisión que muchos no tomarían. Pero aquí estaba, enfrentando la consecuencia de algo que no había pedido, pero que era mío.
—Sí… estoy embarazada. —Mi voz salió con un susurro, casi como si fuera un secreto que nunca había compartido con nadie más. —No fue algo planeado, ni lo que esperaba. Fue… fue horrible, Carla. Pero decidí seguir adelante. No podía quitarle la oportunidad de vivir a ese bebé. Así que aquí estoy.
Hubo un silencio largo. Carla no dijo nada de inmediato, pero podía ver en sus ojos que entendía más de lo que yo pensaba. Y fue en ese silencio donde sentí un pequeño consuelo. La comprensión de Carla me hizo sentir menos sola en todo esto.
Carla me miró directamente a los ojos, sin juicio, solo con comprensión.
—Violet, eso no es fácil. Decidir tener a un bebé en esas circunstancias debe ser una de las decisiones más difíciles que puedas tomar. Pero, te admiro por tu fortaleza. Y no te preocupes, aquí no estás sola. Tienes todo el apoyo de Tomás y mío, siempre que lo necesites.
No supe qué decir en ese momento. Solo sentí una mezcla de gratitud y alivio al escuchar sus palabras. Sabía que todo cambiaría, que este pequeño bebé que llevaba dentro me cambiaría a mí también, pero ahora tenía la sensación de que no sería tan difícil hacerlo sola. No tendría que estar sola.
Sonreí, aunque mi sonrisa era frágil, como si se deshiciera en el aire.
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Editado: 22.02.2025