Lavanda Y Cuero

CAPITULO 13

Esa mañana, el frío viento de Wyoming soplaba con fuerza, y decidí quedarme un rato más en el porche de la casa de mis abuelos. Había algo en ese lugar que me hacía sentir tranquila, como si el mundo se redujera a lo que veía a mi alrededor: los árboles que se balanceaban suavemente con el viento, las montañas lejanas cubiertas de nieve, y el sonido constante de los animales del rancho. Pensé que si pasaba más tiempo aquí, tal vez podría encontrar algo que me inspirara, algo que me ayudara a poner en orden mis pensamientos.

Me envolví bien con una manta y tomé una taza de chocolate caliente que Clara me había preparado. Mientras observaba el paisaje, sentí una extraña paz. Pero esa paz se desvaneció rápidamente cuando escuché el sonido de cascos acercándose. Mi corazón dio un pequeño salto. No podía ser otro. Caleb.

Me di vuelta en mi silla, apenas alcanzando a ver la figura de Caleb montando su caballo a lo lejos. Él estaba galopando, su silueta imponente recortada contra el cielo gris. A medida que se acercaba, pude notar lo tenso que parecía. La expresión de su rostro era grave, como si tuviera un millón de cosas en la cabeza, pero no pareciera que quisiera compartirlas con nadie.

Caleb frenó en seco frente a la casa. Su caballo relinchó suavemente mientras él lo guiaba con una mano firme. A pesar de su presencia dominante, Caleb no parecía del todo cómodo. Bajó de su montura con una rapidez que delataba su urgencia. Se ajustó el sombrero y dio unos pasos hacia la casa, sus botas resonando en el suelo.

—¡Tomas! —gritó, su voz grave y fuerte. —¡¿Dónde diablos estás?!

Me quedé quieta, observando desde la silla, como una especie de espectadora incómoda. No sabía si debía decir algo o quedarme en silencio. Caleb parecía tan enfadado, tan... molesto, que no quería arriesgarme a involucrarme en su furia.

A los pocos segundos, Tomas apareció desde la parte trasera de la casa, levantando la mano en señal de saludo.

—Aquí estoy, Caleb. ¿Qué pasa? —preguntó, pero no parecía tan alarmado como Caleb. De hecho, Tomas parecía estar bastante tranquilo, lo que solo hacía que el contraste entre ellos fuera más notorio.

—Uno de los malditos toros rompió la cerca. Necesitamos repararla ya antes de que todo el ganado se nos escape. —La voz de Caleb sonaba tensa, casi controlada, pero todavía se podía sentir la frustración en cada palabra que salía de su boca. —¿Por qué no están trabajando en ello?

Tomas se rascó la cabeza, aparentemente buscando una respuesta adecuada.

—Estábamos por ir, pero algunos de los chicos tuvieron que ir a atender otros asuntos. No te preocupes, Caleb, lo arreglaremos.

Pero Caleb no parecía satisfecho. Caminó un par de pasos hacia Tomas, su mirada fija y desafiante.

—¿Arreglarlo? —dijo, su tono sarcástico—. Eso suena como un "vamos a esperar hasta que se nos escape todo el maldito ganado", ¿verdad?

Tomas levantó las manos en señal de rendición, como si intentara evitar una confrontación más grande.

—Relájate, Caleb. Lo haremos. No estamos dormidos, ¿sabes?

Caleb resopló, claramente frustrado, pero se dio vuelta sin decir nada más. Su mirada se dirigió hacia el campo, donde, a lo lejos, el ganado comenzaba a moverse en dirección a la parte de la cerca rota. Vi cómo apretó los dientes y se pasó una mano por el cabello, como si estuviera luchando por mantener la calma.

Decidí que era el momento de intervenir. No quería que se quedara todo el día en ese estado de enojo, ni que la situación se complicara aún más. Me levanté de la silla, dejando mi taza de chocolate en la mesa.

—¿Necesitan ayuda? —pregunté, acercándome tímidamente, tratando de no sonar demasiado curiosa. No era mi lugar, pero había algo en la situación que me hizo sentir que debía hacer algo.

Caleb giró hacia mí de inmediato, y su rostro, que antes estaba lleno de frustración, pasó a ser más severo. Al principio, no me respondió. Se quedó mirándome fijamente, como si estuviera evaluando si valía la pena decir algo.

—¿Ayuda? —repitió con un tono cargado de sarcasmo—. ¿Qué vas a hacer, Bichito? ¿Poner una cerca con tus manos delicadas de ciudad?

La forma en que dijo esas palabras me hizo sentir como si fuera insignificante. Sentí una punzada en el pecho, pero traté de mantenerme firme.

—Solo quería saber si podía hacer algo. —respondí, tratando de no dejar que su actitud me afectara demasiado.

Caleb frunció el ceño, claramente no entusiasmado con la idea de que alguien de la ciudad, como yo, intentara involucrarse en su mundo. Sin embargo, después de un largo silencio, habló, esta vez sin tanta mordacidad.

—Puedes quedarte aquí, si no quieres que te pase algo. Este lugar no es para las personas sensibles.

Eso era lo máximo de amabilidad que había recibido de él hasta el momento, y aunque no era mucho, decidí no tomarlo a mal. Al menos no me había echado de inmediato.

—Está bien. —dije, sin saber muy bien qué más agregar. —Solo no olvides que hay más gente aquí que podría ayudar.

Caleb asintió de forma casi imperceptible y luego se volvió hacia Tomas, que ya se había dirigido al cobertizo de herramientas.

—Vamos, Tomas. No tengo todo el día para esperar. —dijo Caleb, subiendo nuevamente a su caballo con una facilidad que me sorprendió.




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