Lavanda Y Cuero

CAPITULO 14

El día había sido largo, y a pesar de la tensión que todavía flotaba en el aire después de la discusión con Caleb, me encontraba buscando algo que me distrajera. Decidí dar un paseo por el rancho, con la esperanza de despejarme un poco. No era de las personas que se quedaban sentadas esperando que las cosas mejoraran, así que me levanté de mi silla y empecé a caminar en dirección a los establos.

Pude escuchar gritos y risas provenientes de un grupo de trabajadores que estaban alrededor de un corral. Mi curiosidad me llevó hasta allí, y fue entonces cuando vi lo que estaba pasando: un caballo salvaje, tan grande como intimidante, estaba siendo sujetado por varios hombres. El animal se resistía, relinchaba, y sus ojos reflejaban una furia que solo los caballos salvajes pueden mostrar.

—¡Cuidado, niña Violet! —gritó uno de los trabajadores, al verme acercarme demasiado.

No presté mucha atención, mi atención estaba puesta completamente en el caballo. Algo en su mirada me llamaba, me decía que había algo más detrás de su comportamiento agresivo. Tal vez solo necesitaba calma, alguien que lo comprendiera. Me acerqué con pasos lentos, sin hacer movimientos bruscos, mi voz suave pero firme.

—Tranquilo, chico... no te voy a hacer daño. —dije con calma, casi en un susurro. El animal, que antes luchaba contra las cuerdas que lo mantenían sujeto, empezó a calmarse un poco al escuchar mi voz.

Los hombres a mi alrededor me miraban con incredulidad. No estaban acostumbrados a ver a una ciudadana como yo tratando de calmar un caballo tan salvaje.

—¡Ni se te ocurra! —gritó uno de los trabajadores—. Ese caballo es peligroso. ¡Vete de aquí!

Pero yo ya no les estaba prestando atención. Solo tenía los ojos fijos en el animal, observando sus movimientos, notando los pequeños signos que indicaban que, a pesar de su furia, estaba escuchando mis palabras.

—Sigue respirando, todo va a estar bien —le murmuré, acercándome aún más.

El caballo, aunque inquieto, dejó de moverse violentamente. Sus músculos tensos comenzaron a relajarse poco a poco. Sin embargo, no me atreví a acercarme más de lo necesario. Sabía que el respeto por su espacio era crucial.

Entonces, por un momento, todo se detuvo. El caballo, con un suspiro largo, dejó que el nudo de la cuerda fuera aflojado. Se acurrucó en el suelo, como si se sintiera seguro.

—¿Qué demonios...? —uno de los trabajadores murmuró, sin poder creer lo que veía.

Mi corazón latía con fuerza, pero sabía que no era el momento para retroceder. Con cuidado, me agaché al lado del caballo, tocándole suavemente el lomo, y el animal no se apartó. Cuando vi que su cuerpo ya no estaba tenso, le acaricié la cabeza. El caballo estaba tranquilo, casi confiado en mi presencia.

—Eso es... tranquilo, chico. —susurré.

Los murmullos a mi alrededor eran evidentes, pero los ignoré por completo. Sabía lo que tenía que hacer. Con una mano sobre el lomo del caballo, me deslicé lentamente hacia su espalda. El caballo no reaccionó, como si entendiera que solo quería ayudarlo.

—¡Estás loca! —dijo otro de los trabajadores, mirando con ojos desmesuradamente abiertos.

Pero yo no podía detenerme ahora. Sentí el aire frío rozando mi cara mientras me montaba sobre el caballo. Él se levantó con una elegancia que me sorprendió, sus músculos moviéndose con suavidad bajo mí.

—Todo está bien, chico. —dije, mientras lo guiaba con las riendas, tratando de darme confianza, aunque mi corazón latía rápido.

Pero en cuanto el caballo se levantó completamente, su actitud cambió de nuevo. Con un relincho fuerte y una sacudida brusca, el animal empezó a moverse rápidamente, llevándome a galopar por todo el corral.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritaron los hombres, pero mi cuerpo ya estaba sincronizado con el caballo. La libertad que sentí al estar sobre su lomo me hizo sentir que el mundo se desvanecía alrededor de mí.

El caballo comenzó a galopar sin control, como si todo lo que hubiera hecho antes se desvaneciera, como si solo importara ahora la velocidad, la pradera. Me sentí liberada, una mezcla de adrenalina y emoción me recorría el cuerpo. Pero en el fondo, algo me decía que esto no iba a terminar bien.

Vi cómo los trabajadores intentaban alcanzarnos, pero me fue imposible detener al animal. Él corría hacia la pradera abierta, más allá de donde el rancho se podía ver. El viento golpeaba mi rostro con fuerza, y cada vez que pasaba junto a un arbusto o una roca, mi cuerpo se tensaba, pero el caballo no se detenía.




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