Cabalgamos en silencio, el sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra seca era lo único que rompía la quietud del paisaje. La tarde comenzaba a caer, y el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados, un recordatorio de que el día ya estaba llegando a su fin. Pero por alguna razón, el silencio entre Violet y yo se sentía pesado, como si todo lo que no se decía flotara entre nosotros, esperando ser resuelto.
Miré de reojo a la chica que cabalgaba detrás de mí, que aún no sabía su nombre. Su expresión estaba seria, pero no mostraba arrepentimiento. Ni siquiera había dicho una palabra desde que la encontré en la pradera, perdida en su mundo. Y no sabía qué pensar sobre eso. Parte de mí seguía molesto, frustrado por su imprudencia, pero otra parte de mí no podía evitar preguntarme si había algo más detrás de su comportamiento. Algo que no estaba viendo.
Pude sentir la tensión en el aire, pero no sabía cómo romperla. Yo no era de hablar mucho, y menos sobre sentimientos. Las emociones me pesaban, y nunca había sido bueno para lidiar con ellas. Así que simplemente cabalgué, manteniendo mi mirada fija en el camino que se extendía frente a nosotros.
Violet no parecía dispuesta a hablar. Sus ojos fijos en el horizonte, su cuerpo erguido sobre el caballo, pero su mente claramente en otro lugar. ¿Qué pensaba ella en ese momento? ¿Le importaba que la regañara? ¿Se sentía avergonzada por lo que había hecho? Ni siquiera lo sabía.
—¿Sabes? —dije de repente, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más grave de lo que había esperado. Vi que me miraba rápidamente, como si no esperara que hablara. Claro, no estaba acostumbrado a iniciar conversaciones amables.
—No tienes que quedarte callada, ¿sabes? —continué, sin saber si ella en realidad quería hablar, pero sintiendo que algo tenía que decir. —Lo que hiciste... irte sola... no fue inteligente. Y eso es todo lo que voy a decir.
Violet no dijo nada, pero su postura se tensó ligeramente, como si hubiera estado esperando que dijera algo como eso. Sabía que estaba molesta, y de alguna manera, eso me hacía sentir peor. ¿Por qué tenía que ser tan difícil comunicarme con ella?
Suspiré, y mi mirada se desvió hacia el paisaje, la vastedad del campo que parecía interminable a lo lejos. Era un lugar tranquilo, pero nunca me había sentido tan incómodo en él. No me gustaba esta sensación, no me gustaba preocuparme por alguien más. Después de todo, no me importaban muchas personas, pero Violet... algo en ella lo hacía diferente.
—Mira, no es que no me importe... —dije, casi en un murmullo, como si no estuviera seguro de lo que iba a decir. Vi que me miraba, su expresión algo desconcertada, pero atenta. —Solo... no quiero que te hagas daño. Y no quiero que nadie más se preocupe. —Me sentí tonto de repente, porque no sabía si lo que decía tenía sentido.
Violet miró hacia mí, sus ojos reflejando algo que no supe identificar al principio. Tal vez era sorpresa, o tal vez solo estaba tratando de entender lo que acababa de decir. No me importaba si no entendía, no me importaba si no me lo agradecía. Solo sabía que algo dentro de mí se había roto en ese momento, como si, por una vez, tuviera que ser honesto.
Y luego, de manera inesperada, Violet rompió el silencio.
—Gracias por venir a buscarme, Caleb —dijo suavemente, su voz ligera pero cargada de una gratitud silenciosa que no esperaba. —Lo siento. Sé que fue imprudente.
Me quedé en silencio por un momento, y algo en mi pecho se alivió al escucharla. Ella no tenía que agradecerme, no tenía que sentir que le debía nada, pero por alguna razón, escuchar esas palabras hizo que todo el enojo que había sentido antes se desvaneciera.
—Solo... ten más cuidado la próxima vez, ¿vale? —respondí, y esta vez mi tono no fue tan duro. Era más una sugerencia que una orden. Yo no era nadie para decirle qué hacer, pero al menos podía intentar cuidar que no hiciera estupideces.
Violet asintió, aunque no dijo nada más. Seguí cabalgando al frente, sabiendo que las palabras no siempre eran necesarias. A veces, el silencio decía más que cualquier cosa. Y en ese momento, el silencio que compartíamos no era incómodo. Era diferente. Era como si estuviéramos en algún tipo de acuerdo tácito, aunque ninguno de los dos lo dijera en voz alta.
Cuando llegamos al rancho, el aire se sentía más fresco y reconfortante, y a medida que nos acercábamos al porche, noté que Carla y Tomás ya nos estaban esperando. Vi la expresión de alivio en sus rostros, pero había algo más en sus ojos: preocupación. No les gustaba que Violet hubiera salido sola, y el hecho de que la hubiera encontrado tan lejos, perdida en la pradera, no era algo que tomarían a la ligera.
Tomás fue el primero en acercarse. Su mirada estaba fija en Violet, pero rápidamente se desvió hacia mí con una ligera inclinación de cabeza. Era un tipo serio, de pocas palabras, pero al menos sabía que la chica estaba a salvo. Tomás era protector con Violet, como si fuera parte de su familia, y eso era algo que respetaba.
—¿Todo bien? —preguntó Tomás, sus ojos mirando a Violet con una leve preocupación, pero también con un dejo de alivio. Violet asintió, sin decir una palabra, pero su mirada se suavizó al ver a los dos.
Carla, por otro lado, se acercó de inmediato a Violet, como una madre que no puede dejar de cuidar a su hija. Sonrió, aunque había algo en su expresión que mostraba el cansancio de la preocupación acumulada.
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Editado: 22.02.2025