Lavanda Y Cuero

CAPITULO 18

Caleb se reclinó contra el poste del porche de la vieja casa de los abuelos de Violet, mirando cómo ella, frustrada por su derrota en la batalla de los apodos, se quedó en silencio, mirando el suelo. La luz cálida de las lámparas del porche iluminaba su rostro, y la suavidad de la noche comenzaba a envolverlos. El aire fresco de la pradera se sentía, como siempre, lleno de una paz que a Caleb le era familiar, pero algo en la atmósfera esa noche estaba ligeramente diferente.

La risa que acababa de escapar de él por los ridículos apodos de Violet aún le resonaba en la cabeza, y aunque intentaba parecer indiferente, no podía evitar que una sonrisa se asomara a sus labios cada vez que pensaba en lo que ella había dicho.

"Cabeza de piedra", "Tormenta de arena"... Caleb no pudo contenerse. Siendo tan serio, tan directo y casi siempre implacable, la simple idea de Violet intentando ponerle un apodo tan tierno y frágil le resultó casi cómica. La chica claramente no sabía qué hacer con él, pero eso solo lo hacía más... interesante.

Él no era el tipo de hombre que se dejaba influenciar por las palabras, ni mucho menos por las emociones. Estaba acostumbrado a la vida dura, a la gente ruda, a la tierra que no tenía tiempo para juegos. Pero Violet, con su inocencia y su energía, lo sacaba de su zona de confort. Y aunque no quería admitirlo, en el fondo, algo de eso le agradaba.

Violet levantó la cabeza y lo miró, todavía con los brazos cruzados, claramente irritada pero sin poder evitar una pequeña sonrisa. Caleb la observó en silencio por unos momentos, antes de decidir romper el hielo.

—¿Sabes qué, Bichito? —dijo, usando el apodo como si fuera lo más natural del mundo. —Esos apodos que intentaste ponerme... son una pérdida de tiempo. No me llaman la atención. Pero por algún motivo, me hiciste reír. No lo tomes como un cumplido, solo... —caló la mirada en ella—, es raro que algo me haga reír últimamente.

Violet lo miró desconcertada, como si no supiera si debía tomar sus palabras como una crítica o un elogio, pero el pequeño destello de curiosidad en sus ojos no pasó desapercibido para Caleb.

—¿Ah, sí? ¿Te reíste de mí? —preguntó Violet, con una mezcla de incredulidad y ligera molestia. La luz de la lámpara de aceite hizo que sus ojos brillaran, dándole una apariencia casi etérea, como si fuera una figura sacada de una historia de campo.

Caleb resopló, con una leve sonrisa de complicidad. No iba a admitir que Violet lo había hecho sentir algo que no había experimentado en mucho tiempo: incomodidad.

—No... no de ti. Solo de tus intentos. —Hizo una pausa, mordiéndose la lengua antes de añadir—. Pero, te lo admito, fue... entretenido.

Violet suspiró, sintiéndose más tranquila ahora que la conversación había tomado un giro más ligero. Algo en el tono de Caleb, aunque brusco, le daba la sensación de que no todo era tan malo como había pensado.

—No sé por qué insistes en llamarme Bichito —dijo Violet, su voz suavizándose, ahora más seria—. Es... raro. Y... no me gusta mucho.

Caleb no la miró, pero sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si sopesara sus palabras. Estaba acostumbrado a decir lo que pensaba sin preocuparse por si a alguien le gustaba o no. Pero con Violet, algo parecía ser diferente.

—Lo llamo como se me da la gana —respondió, su tono rudo, pero sin mucha agresividad. Luego dejó escapar un suspiro, como si finalmente cayera en cuenta de algo—. La verdad es que no me gusta la gente que se hace llamar algo que no son. Y tú... con tus tonterías de apodos, pareces estar buscando algo que no encaja. Yo, por mi parte, te llamo Bichito porque es lo que me sale natural. Y si no te gusta, pues... me da igual, pero no lo voy a cambiar.

Violet lo miró por un momento, sin saber si debía sentirse ofendida o halagada por la manera en que Caleb le hablaba. Era un hombre complicado, eso estaba claro. Pero, a su manera, él también parecía estar intentando comprenderla.

—Está bien, no lo cambiarás, lo sé —dijo ella con una sonrisa tímida, algo resignada. Luego miró al frente, como si quisiera cambiar de tema, pero no pudo evitar añadir—: A lo mejor debería ponerle yo un apodo a los toros o algo así. Quizás eso te haga reír más.

Caleb levantó las cejas, ya intrigado por la nueva idea de Violet.

—Eso sí que quiero ver —respondió, su tono menos áspero, más curioso—. Verás, Bichito, no sé si será muy efectivo, pero... me parece que podría ser divertido.

Violet sonrió, un poco más relajada ahora. Era difícil comprender a Caleb, pero algo le decía que, de alguna forma, los dos se entendían más de lo que parecía.

Se quedó en silencio, mirando las estrellas que comenzaban a asomar en el cielo de Wyoming. La noche estaba quieta, pero algo en el aire se sentía diferente. Algo que la hizo pensar que tal vez este lugar, tan lejano de la ciudad, no era tan malo como pensaba.

A Caleb, sin embargo, todo esto le era indiferente. Solo la observaba, como siempre, con la misma calma que mantenía en su rostro, tan sereno como la noche misma.




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