Lavanda Y Cuero

CAPITULO 19

Caleb entró en la casa con paso firme, resoplando con frustración, tratando de despejar los pensamientos que seguían rondando su mente. El silencio de la casa lo envolvía mientras caminaba por el pasillo hacia la sala, donde su hermano, Eli, lo esperaba, recostado en uno de los sillones. La luz tenue de una lámpara iluminaba parcialmente su rostro mientras jugueteaba con un vaso de whisky en la mano.

—Vaya, vaya, si no es el gran Caleb, el hombre que no sabe cuándo quedarse quieto —dijo Eli con una sonrisa burlona, observando a su hermano entrar.

Caleb resopló y se quedó de pie en la puerta por un momento, sus ojos fijos en él.

—¿Qué quieres, Eli?

Eli levantó una ceja y dejó el vaso en la mesa, cruzando las piernas con aire de superioridad.

—Solo esperaba que me contaras cómo te fue con tu pequeña excursión nocturna. Desde que saliste corriendo cuando Tomas vino a buscarte, no supe nada más de ti.

Caleb frunció el ceño, su rostro endureciéndose de inmediato.

—No hay nada que contar.

—Oh, vamos, Caleb, no me hagas sacar las palabras de tu boca —Eli se acomodó en el sillón con una expresión divertida—. Tomas te buscó desesperado, y tú, sin dudarlo, fuiste a ayudarlo a encontrar a la niña de los Sinclair. Eso es raro.

Caleb resopló, dirigiéndose hacia la mesa.

—Me prometió dos de sus mejores toros como pago. ¿Qué esperabas que hiciera?

Eli soltó una carcajada.

—¿Dos toros? —lo miró con incredulidad, claramente divirtiéndose—. Hermano, ni tú te crees eso.

—Créelo o no, me da igual. —Caleb tomó un vaso y se sirvió agua, ignorando la mirada insistente de Eli.

Eli sonrió con picardía, sin dejar de observarlo.

—Entonces, si solo era por los toros, ¿por qué sigues con esa cara de perro rabioso?

—Porque me estás jodiendo la paciencia —gruñó Caleb, bebiendo de un solo trago.

—Nah, no es solo eso —Eli negó con la cabeza—. Algo te tiene más irritado de lo normal. Y yo diría que tiene que ver con esa chica.

—No tiene que ver con nadie —respondió Caleb, tajante.

Eli lo miró con una expresión de incredulidad.

—Mira, hermano, te conozco desde siempre. No eres del tipo que sale corriendo a ayudar a alguien a menos que haya algo más.

—Ya te dije cuál fue mi motivo.

—Ajá. Y también sé que eres un mentiroso de mierda cuando quieres —Eli se echó a reír.

Caleb apretó la mandíbula, harto de la conversación.

—No me he encariñado con nadie.

Eli sonrió de lado.

—No dije que te habías encariñado, pero mira cómo saltaste a defenderte. Interesante.

Caleb chasqueó la lengua y se pasó una mano por el rostro.

—Ya basta, Eli. No tengo tiempo para tus tonterías. Voy a dormir.

Eli se encogió de hombros con diversión.

—Como quieras, pero dudo que puedas dormir tranquilo. Pareces demasiado alterado para eso.

Caleb no respondió, simplemente se giró y subió las escaleras con pasos pesados. Entró a su habitación y cerró la puerta de un golpe.

Se dejó caer en la silla frente a la ventana, mirando hacia las estrellas que brillaban con fuerza en el cielo nocturno.

A pesar de sus esfuerzos por bloquear esos pensamientos, su mente volvía una y otra vez a Violet. Qué tan extraña era, lo diferente que era a las demás personas que conocía. Cómo había logrado colarse en su vida, sin pedir permiso, sin siquiera intentarlo.

Caleb cerró los ojos con frustración.

—No puede ser. No puede ser que esté pensando en ella.

Suspiró y se levantó, comenzando a caminar por la habitación.

—Solo es una niña rara —murmuró para sí mismo—. Solo una niña que no sabe lo que está haciendo.

Pero a pesar de las palabras, Caleb no podía sacarla de su cabeza. Y lo que más le molestaba era que ni siquiera quería hacerlo.




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