Diario de Walter Sinclair
Fecha: 14 de octubre de 1954
"Anoche, la sensación fue aún más intensa. Los susurros no cesaban, pero esta vez, la voz sonaba más desesperada. Como si algo dentro de esas paredes quisiera ser escuchado... o liberado."
Violet sintió un escalofrío recorrer su espalda. Cerró el diario con cuidado y lo guardó en el cajón de la cómoda, asegurándose de que quedara bien oculto. La madera crujió bajo sus pies cuando se puso de pie, y fue en ese momento cuando lo escuchó.
Pasos.
Alguien estaba subiendo al ático.
Se giró rápidamente hacia la puerta y contuvo la respiración. Los escalones de la vieja casa gemían bajo el peso de quien fuera que estuviera subiendo. Su corazón latía con fuerza. Se acercó lentamente, sus manos temblaban un poco cuando giró el pomo de la puerta. La abrió con cautela, y al otro lado encontró un rostro familiar.
—¡Tomas! —exclamó Violet, soltando el aire que había contenido.
—¿Por qué estás aquí arriba sola? —preguntó Tomas, frunciendo el ceño—. Te estuve buscando por toda la casa.
—Yo… solo vine a ver unas cosas viejas —respondió Violet rápidamente, tratando de sonar casual.
Tomas ladeó la cabeza y la miró con una ceja arqueada.
—¿En el ático? —repitió, desconfiado—. No me digas que te dio por ponerte nostálgica con toda esta antigüedad.
—Algo así —dijo ella, encogiéndose de hombros—. ¿Qué haces aquí?
Tomas resopló, como si estuviera acostumbrado a sus respuestas evasivas.
—Vine a buscarte. Vamos al campo a recoger flores. Quiero llevarle algunas a tus abuelos.
Los ojos de Violet se suavizaron.
—Oh… qué detalle. No sabía que querías hacer eso.
—Sí, bueno… hay cosas que no digo en voz alta —respondió Tomas con un encogimiento de hombros.
Ella sonrió y asintió, cerrando la puerta del ático tras de sí.
—Está bien, vamos. Aunque… —hizo una pausa y lo miró con curiosidad—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
Tomas le devolvió una mirada seria.
—Vi la luz encendida y escuché ruidos. Al principio pensé que había alguien más aquí…
Violet sintió un leve escalofrío en la nuca, pero lo ignoró y trató de sonreír.
—Pues solo era yo. Vamos antes de que oscurezca.
Sin decir más, ambos bajaron por la escalera de madera que crujía con cada paso. Tomas le lanzó una última mirada a la puerta del ático antes de seguirla, como si algo allí arriba le inquietara tanto como a ella.
El campo estaba bañado en tonos dorados por la luz del atardecer. La brisa era suave, moviendo la hierba y las flores silvestres que se esparcían como un tapiz de colores. Violet caminaba entre ellas con los ojos brillantes, agachándose de vez en cuando para recoger las más hermosas.
—Los girasoles y lavanda siempre han sido mis favoritos —comentó, sosteniendo uno entre sus manos.
—No me sorprende —respondió Tomas, arrancando algunas flores azules—. Son igual de llamativos que tú.
Violet rió.
—¿Eso fue un cumplido?
—No lo sé. Tómalo como quieras —dijo él con un encogimiento de hombros.
Ella negó con la cabeza y continuó su tarea, llenando su cesta con una mezcla de flores coloridas. Por un momento, el silencio entre ellos fue cómodo, acompañado solo por el sonido del viento y los grillos escondidos en la hierba.
—Hace un tiempo que no veo a Caleb —dijo Violet de repente, sin mirarlo—. ¿Sabes dónde ha estado?
Tomas tardó en responder.
—En el rancho, como siempre. Ya sabes cómo es. No es precisamente el tipo de hombre que busca compañía.
—Sí, pero… suele aparecer por aquí de vez en cuando —insistió Violet, girando el girasol en sus manos—. ¿Ha pasado algo?
Tomas suspiró y la miró con algo de cautela.
—No lo sé, Violet. Últimamente está más callado de lo normal. Y considerando que ya es bastante reservado, eso dice mucho.
Ella frunció el ceño, sintiendo una leve inquietud en el pecho.
—¿Crees que esté bien?
Tomas le lanzó una mirada de reojo.
—Si te preocupa tanto, podrías ir a verlo tú misma.
—No quiero molestar… —murmuró Violet.
—No creo que te considere una molestia —dijo Tomas con una media sonrisa—. Pero quién sabe. Caleb McAllister es un misterio hasta para los que trabajamos con él todos los días.
Violet no respondió de inmediato. En su mente, la imagen del hombre serio y distante apareció con claridad. Caleb siempre había sido alguien difícil de leer, pero algo dentro de ella le decía que algo no estaba bien.
—Tal vez pase por el rancho pronto —dijo finalmente, sin comprometerse del todo.
Tomas asintió, acomodando las flores en su cesta.
—Haz lo que creas mejor. Pero por ahora, terminemos con esto. A tus abuelos les encantarán estas flores.
Editado: 18.03.2025