Lavanda Y Cuero

CAPITULO 24

El sol estaba bajo, tiñendo todo con una luz dorada que hacía que los árboles se vieran como sombras alargadas, danzando lentamente al ritmo del viento. Cuando llegué al cementerio, vi a Violet arrodillada frente a las tumbas de sus abuelos. No esperaba encontrarla aquí, pero algo dentro de mí me decía que este lugar tenía un peso para ella que no podía ignorarse.

Me quedé un momento en silencio, observando desde lejos. Ella estaba tan absorta en lo que hacía, que ni siquiera me notó cuando me acerqué. El viento jugaba con sus cabellos, y por un momento, me pareció que estaba en otro mundo, como si los murmullos de los árboles pudieran contarle historias que yo no podría entender.

Al acercarme más, la vi limpiarse la cara rápidamente con la manga de su blusa, tratando de esconder algo. Su postura rígida me lo dijo todo antes de que siquiera hablara. Estaba tratando de mantener el control, pero algo dentro de ella había quebrado. Me detuve a un par de metros, sin acercarme más. Lo peor que podía hacer era mostrar que me importaba demasiado. Aunque, ¿por qué me importaba en primer lugar?

No esperaba encontrarte aquí,” dije sin pensarlo, la voz grave y un poco áspera.

No sé por qué lo dije. Tal vez porque era lo que esperaba de ella, que no estuviera en ese lugar de dolor. Pero ella no reaccionó como siempre, con esa respuesta punzante que me solía dar.

Yo tampoco esperaba verte,” respondió con una frialdad que me hizo arquear una ceja, aunque sabía que era solo su manera de protegerse.

Me acerqué un par de pasos más y dejé el ramo de flores que llevaba, colocándolas suavemente junto a la tumba de su abuelo. Era lo mínimo que podía hacer, después de todo, Walter había sido un buen hombre. Un buen amigo.

Eran buenos amigos,” solté, mirando las piedras de las tumbas. Mi voz sonó más seria de lo que pensaba. No estaba acostumbrado a hablar de esas cosas, pero ahí, en ese momento, parecía necesario.

Lo sé,” dijo Violet, con un tono suave, y me sorprendió un poco. Como si ella también estuviera reconociendo algo que en el fondo sabía. "Él también te respetaba."

Me quedé en silencio. Era raro para mí escucharla tan calmada, tan... sincera. Viendo cómo sus hombros se tensaban, me di cuenta de que no tenía sentido forzarla a hablar. Tal vez no estaba tan lejos de lo que necesitaba.

Finalmente, nuestras miradas se encontraron. Fue un instante corto, pero suficiente. En su mirada había algo que no pude leer bien, algo que no esperaba ver. Quizá fue el miedo, la confusión o tal vez solo el peso de la situación.

¿Estás bien?” pregunté, con la voz más baja de lo normal. No lo dije por cortesía. Podía ver en su rostro que algo no estaba bien. Sabía que no todo estaba bien.

Ella se desvió, respiró hondo y susurró algo que ni siquiera trató de ocultar. “No lo sé, Caleb. No lo sé.

Fue una respuesta sincera, pero también una que no me dejaba tranquilo. Quise hacer algo, decir algo, pero no sabía cómo. No tenía las palabras correctas, no tenía el tono adecuado para consolarla, porque nunca supe cómo hacerlo. Y no me interesaba mostrarme vulnerable, ni mucho menos debilitarme frente a ella. Pero ahí estaba, viendo cómo su mirada se vaciaba, cómo sus manos temblaban ligeramente.

Decidí quedarme callado. No había necesidad de decir más. En ese momento, me limité a estar allí, simplemente cerca. Algo en mi pecho se apretó al ver lo frágil que se veía, algo que no se ajustaba a la imagen de la Violet que solía ser: dura, siempre lista para pelear, siempre tan segura.

Bichito,” dije de repente, el apodo saliendo sin pensarlo. Era la primera vez que lo usaba de esa forma, como una especie de intento torpe de hacerla sonreír, de aliviar el peso que la envolvía, aunque sabía que no sería tan fácil.

Me quedé allí, observando cómo se tomaba su tiempo, como si no tuviera prisa por volver al mundo real, un mundo lleno de dudas y responsabilidades. Y aunque yo no lo admitiera, aunque me negara a mostrarlo, había algo en mi interior que quería quedarme allí un poco más, solo para que no se sintiera tan sola.

Al final, no dijimos nada más. Solo compartimos el silencio, el tipo de silencio que hablaba más de lo que cualquier palabra podría decir.

Caleb dejó que el viento hiciera el resto del trabajo, llenando los vacíos en su conversación.

Y luego, de repente, la escuchó. No era un llanto fuerte, pero sí ese susurro que podía romper algo si se quedaba escuchando más tiempo. Era una debilidad que no estaba acostumbrado a ver. Algo que nunca había esperado encontrar en ella.

Siguió allí, quieto, sin saber qué hacer. Finalmente, no pudo evitarlo, y dejó escapar una palabra, con su tono áspero, seco, como si todo fuera parte de un juego que no entendía bien.

—Bichito... ¿estás bien? —preguntó, con una mezcla de incomodidad y sarcasmo, sin saber bien cómo calmar esa situación que no era su estilo.

Ella levantó la mirada, y él vio que no podía mentirle. No se sentía bien, lo sabía. Y no estaba seguro de cómo debía manejarlo.

Aquel silencio se alargó hasta que Caleb, siempre impaciente, no pudo soportarlo más.

—Escucha, no sé qué demonios estás sintiendo, pero... —su tono se suavizó apenas—, tomas me pidió que te llevara a la feria. Lo dijo como si fuera un trato, algo sobre un toro... No sé, algo de eso.




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