Caleb ya tenía a la vista su último blanco cuando algo en su visión periférica lo hizo desviar la mirada. Un instinto primitivo lo alertó antes siquiera de entender qué pasaba.
James.
Sus dedos recorriendo la pierna de Violet. Su cuerpo inclinado sobre ella, como si tuviera algún derecho de acercarse así.
Y luego, vio a Violet.
Su rostro tenso, la incomodidad grabada en su expresión. Sus manos tratando de apartar la de James con desesperación, pero él insistiendo, disfrutando de su molestia.
La rabia golpeó a Caleb en el pecho como un balazo. Sintió el calor subirle por la sangre, un fuego que nunca antes había experimentado de esa manera.
Luego, James levantó la mano derecha. Se movió hacia el rostro de Violet, con la clara intención de tocarla. Pero lo que paralizó a Caleb no fue la mano de James, sino el rostro de Violet.
Ella cerró los ojos con fuerza, apretando los labios como si esperara un golpe, como si... estuviera atrapada en otro recuerdo.
No lo pensó.
No dudó.
Apuntó.
Disparó.
El estruendo del disparo resonó en toda la feria. Un grito de dolor explotó en la multitud. James se llevó la mano a la muñeca ensangrentada y cayó de rodillas en la grada.
—¡MIERDA! —James gritó, su rostro contorsionado por el dolor—. ¿QUÉ DEMONIOS TE PASA, CALEB?
Pero Caleb no respondió.
Ya estaba en movimiento.
Golpeó con las riendas, haciendo que su caballo avanzara a toda velocidad hacia las gradas. Sin frenar, se impulsó con una fuerza brutal y saltó del lomo del animal. Cayó sobre las gradas con la agilidad de un lobo, justo frente a James.
El hombre apenas tuvo tiempo de alzar la vista cuando Caleb lo tomó del cuello de la camisa y lo alzó con una fuerza que nadie hubiera creído posible.
—¿Te crees con derecho a tocar lo que no puedes alcanzar? —Caleb escupió las palabras con un tono grave, oscuro, mientras miraba a James con desprecio absoluto—. Pusiste tus manos sucias donde no debías.
James trató de hablar, pero Caleb no se lo permitió. Su puño chocó contra su rostro con una fuerza que lo hizo escupir sangre
—¡Maldito loco! ¡Me disparaste en la mano!
—Fue muy amable de mi parte —respondió Caleb, con una sonrisa sin humor—. Porque si hubieras seguido, te habría disparado en la maldita cabeza.
—No vuelvas a tocarla. —Su voz era un gruñido contenido, puro veneno—. No vuelvas a acercarte. No vuelvas a mirarla siquiera, porque la próxima vez… —Apretó más la camisa de James, acercando su rostro al suyo—. No solo perderás la mano, sino algo mucho más valioso.
La multitud estaba en shock. Nadie se movía, nadie decía nada. Todos sabían que Caleb Callahan no era alguien con quien se jugara.
—Escúchame bien, desgraciado —Caleb acercó su rostro al de James, sus ojos oscuros ardiendo de ira—. Tocar lo que no te pertenece tiene consecuencias.
—¿Desde cuándo te importa tanto una mujer, Caleb? —dijo con dificultad, escupiendo sangre—. ¿No eras el hombre que no se dejaba atrapar?
Caleb lo estrelló contra las gradas.
—Desde que tocaste lo que no debías tocar —gruñó, su mirada ardiendo de ira. Luego se inclinó más, su voz se volvió más peligrosa, más baja—. Ella no es algo que puedas tener. No es algo que puedas tocar. No es para ti.
Apretó el puño y le lanzó un golpe en el rostro. El crujido del impacto fue seco, brutal. James cayó hacia un lado, con sangre goteando de su labio.
—¡Basta, Caleb! —gritó alguien en la multitud, pero él no escuchó.
James apenas logró levantar la cabeza cuando Caleb lo sujetó de nuevo, esta vez acercando su rostro al suyo.
—La próxima vez que pongas un solo dedo en Violet —su voz era un gruñido de advertencia—, no va a ser tu mano lo que pierdas.
James jadeaba, temblando de miedo.
Lo soltó con un empujón. James cayó al suelo, jadeando y sosteniéndose la mano herida.
Y entonces Caleb se giró.
Violet.
Aún estaba en el banco, con los ojos cerrados, su cuerpo temblando levemente. No se había movido ni un centímetro.
Caleb sintió que algo dentro de él se rompía.
Esa no era la Violet que él conocía. No era la mujer que le respondía con sarcasmo, que lo enfrentaba sin miedo. No. Esa Violet estaba atrapada en otro lugar, en otro momento... en otro infierno.
Dio un paso hacia ella, y luego otro. Se agachó, tratando de encontrar su rostro.
—Violet… —Su voz había cambiado. Ya no había furia, solo una suavidad inusual en él.
Ella no reaccionó.
Caleb frunció el ceño y se inclinó un poco más.
—Oye, ábreme esos ojos.
Violet tardó en hacerlo, pero finalmente sus párpados se levantaron, revelando esos ojos azules llenos de miedo y algo más. Algo que Caleb no supo descifrar, pero que le dolió ver.
Editado: 18.03.2025