El silencio en la camioneta solo era interrumpido por la respiración entrecortada de Violet. Caleb no dijo nada, simplemente la sostuvo contra su pecho, permitiéndole que se refugiara en él. Sentía el calor de su cuerpo tembloroso, su fragilidad en cada suspiro.
Después de un rato, la sintió moverse ligeramente, apartándose solo un poco.
—Estoy bien… —murmuró, aunque su voz aún tenía rastros de vulnerabilidad.
Caleb bajó la mirada y vio cómo ella frotaba sus ojos con las mangas de su camisa de cuadros. Negó con la cabeza y suspiró.
—No, no lo estás —corrigió con su tono seco de siempre—. Pero no tienes que fingir conmigo.
Violet mordió su labio, sin mirarlo.
—No estoy fingiendo —dijo—. Solo… no quiero ser una carga para ti.
Caleb chasqueó la lengua, molesto por sus palabras.
—Si fueras una carga, ya te hubiera dejado ahí con ese idiota.
Ella alzó la mirada, sorprendida por su rudeza. Caleb simplemente encendió el motor de la camioneta, como si quisiera cambiar de tema.
—¿A dónde vamos? —preguntó Violet con voz suave.
—A casa —respondió él sin rodeos.
Violet lo observó de reojo.
—Pero… ¿y la competencia?
Caleb frunció el ceño y apretó los nudillos contra el volante.
—¿Tú crees que después de todo lo que pasó me interesa esa maldita competencia?
Ella bajó la mirada, sintiéndose un poco culpable.
—Lo siento…
Él soltó un resoplido.
—No tienes que disculparte por nada. La culpa es de ese imbécil.
Violet tragó saliva.
—Pero disparaste su mano… —susurró.
Caleb giró un poco la cabeza y la miró fijamente.
—¿Y?
Violet se quedó en silencio, sin saber qué responder.
—Mira, Violet —dijo Caleb después de unos segundos—, si alguien te pone un dedo encima otra vez, te juro que no solo será su mano la que termine jodida.
Su tono era tan serio, tan frío y definitivo, que Violet sintió un escalofrío. Pero al mismo tiempo, sintió algo diferente… algo cálido, algo que nunca antes había sentido con nadie.
Seguridad.
La camioneta avanzaba por la carretera de tierra, alejándose de la feria. En el remolque, el caballo de Caleb relinchó suavemente. El aire fresco de Wyoming entraba por las ventanas, despeinando los cabellos dorados de Violet.
Ella lo miró de reojo, analizando su perfil serio, su mandíbula apretada. Caleb era un hombre difícil, tosco y sarcástico. Pero ahora lo veía diferente.
—Gracias… —susurró.
Caleb no respondió de inmediato. Solo mantuvo la mirada en la carretera. Luego, después de un largo silencio, murmuró:
—Descansa.
Violet cerró los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió protegida.
La camioneta avanzaba a través de la carretera polvorienta, con el sonido del motor siendo lo único que rompía el silencio entre ellos. Violet aún tenía el rostro escondido en el pecho de Caleb, sintiendo el vaivén de la camioneta mientras él la sostenía con firmeza, pero sin apretar demasiado. Su respiración era lenta, casi medida, como si estuviera haciendo un esfuerzo por controlarse.
—Ya casi llegamos —dijo Caleb, su voz grave y ronca.
Violet asintió levemente sin apartarse. No quería moverse, no quería soltarlo. Sentía que si se alejaba de él, toda la angustia volvería a golpearla de nuevo. Caleb pareció notar su tensión y, en un acto completamente inesperado, deslizó su mano por su espalda, trazando círculos lentos y calmados. Violet se estremeció, no por miedo, sino porque el gesto era demasiado suave para alguien como él.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, sin apartar los ojos de la carretera.
Violet tardó un momento en responder. Su voz aún estaba temblorosa cuando susurró:
—Un poco…
Caleb resopló, como si no le creyera del todo. Se quedó en silencio por un momento antes de soltar:
—Si ese imbécil te hubiera hecho algo más… lo mato.
Violet se tensó levemente, levantando la cabeza para mirarlo. La seriedad en su expresión la hizo estremecerse.
—No digas eso… —susurró—. No quiero que te metas en problemas por mi culpa.
Caleb chasqueó la lengua, su ceño fruncido marcándose aún más.
—Escucha, Violet. No es cuestión de problemas, es cuestión de que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a tocarte sin tu permiso. ¿Lo entiendes?
Violet tragó saliva, sus ojos azules reflejaban la luz de la luna que empezaba a aparecer en el cielo.
—Lo entiendo… —susurró, aunque en el fondo aún le costaba creer que alguien quisiera protegerla así.
Caleb apretó los labios y desvió la mirada un segundo para mirarla de reojo.
Editado: 18.03.2025