Lavanda Y Cuero

CAPITULO 32

El sonido de la puerta al abrirse resonó en la cabaña, y Caleb ni siquiera tuvo que levantar la vista para saber que era su hermano. Eli entró con su andar relajado, quitándose el sombrero y sacudiéndose el polvo de la chaqueta antes de detenerse en seco al ver a Violet dormida en el sofá.

—¿Y esta quién es? —preguntó con curiosidad, mirando de reojo a Caleb, que estaba sentado en el sillón frente a la chimenea.

Caleb soltó un suspiro pesado, sin moverse de su lugar.

—Es Violet Sinclair —dijo con tono neutral.

Eli frunció el ceño y miró a la rubia en el sofá como si tratara de recordar algo. Su expresión cambió cuando finalmente hizo la conexión.

—¡No jodas! ¿La nieta de los Sinclair? La que se fue cuando era una niña y nunca más volvimos a ver.

Caleb asintió con un leve gruñido.

—La misma.

Eli silbó bajito y se cruzó de brazos.

—Vaya, vaya. Siempre escuché historias de ella, pero nunca la había visto en persona. Se ve… distinta a lo que imaginaba.

Caleb lo miró con advertencia, sin paciencia para los comentarios de su hermano.

—Cierra la boca, Eli.

Eli levantó las manos en señal de inocencia, pero una sonrisa juguetona se dibujó en su rostro.

—Tranquilo, hermano. Solo digo que nadie esperaba ver a Violet Sinclair aquí, y menos en tu sofá. ¿Qué demonios pasó?

Caleb se pasó la mano por el rostro, agotado, y luego le resumió lo ocurrido en la feria. Desde el momento en que James se acercó a Violet hasta el instante en que apretó el gatillo. La expresión de Eli se tornó seria por primera vez.

—Hiciste bien —dijo finalmente, inclinando la cabeza hacia Violet—. Si hubiera visto a ese imbécil tocándola de esa manera, también le habría dado su merecido.

Caleb no respondió, solo miró de reojo a Violet, que dormía con el rostro sereno, aunque su respiración todavía tenía rastros de la agitación de antes. Eli siguió la dirección de su mirada y sonrió con picardía.

—Vaya, Caleb… Esto sí que es nuevo. Nunca te vi tan protector con alguien que no fuera una de tus vacas.

Caleb resopló y le lanzó una mirada cortante.

—Cierra la boca, Eli. No es lo que crees.

—Ah, claro, claro. ¡Por supuesto! —Eli levantó las manos otra vez, pero su sonrisa no se desvaneció—. Bueno, si no es lo que creo, entonces no tendrás problema en que la acompañe cuando despierte, ¿verdad? Tal vez quiera un rostro más amigable que el tuyo para calmarse.

Caleb se puso de pie en un solo movimiento, y Eli soltó una carcajada.

—No la molestes —gruñó Caleb con advertencia.

Eli siguió riendo y le dio una palmada en el hombro a su hermano antes de dirigirse hacia la cocina.

—Vaya, vaya... Caleb Foster, el protector de damiselas en apuros. Nunca pensé que vería el día.

—Cállate, Eli —gruñó Caleb, pero su hermano solo sonrió con diversión.

—Solo digo que es curioso. Te la pasas alejando a todo el mundo y ahora tienes a una mujer en tu casa. ¿Y qué pasa con el bebé? ¿Es verdad lo que dicen?

Caleb apretó la mandíbula. No tenía paciencia para las habladurías de su hermano.

—No es asunto tuyo.

Eli levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien, está bien. Solo me pregunto qué dirían los Sinclair si supieran que su preciosa nieta está aquí, en la casa del hombre más huraño de todo Wyoming.

Caleb lo miró fijamente, su paciencia al límite.

—Si no vas a ayudar, mejor lárgate.

Eli soltó una carcajada baja y sacudió la cabeza.

—No me lo perdería por nada. Vamos a ver cómo manejas esto, hermano.




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