El aire estaba cargado de polvo y el sol ardía sobre mi cabeza. La mañana había comenzado de manera tranquila, pero algo en el ambiente del rancho me mantenía alerta. Al principio, el paisaje me parecía vasto e imponente, pero mientras caminaba hacia los establos con Caleb, Eli y Tomas, comencé a darme cuenta de lo diferente que era todo. Este lugar, aunque lejano a la ciudad y su ruido, me brindaba una sensación extraña de paz.
—¿Te has subido alguna vez a un caballo? —preguntó Eli, rompiendo el silencio mientras caminábamos.
Negué con la cabeza, un poco avergonzada por mi ignorancia sobre el campo.
—No soy precisamente una experta en animales —respondí con una sonrisa nerviosa.
Tomas, que caminaba unos pasos adelante, se giró brevemente, como si hubiera escuchado la conversación.
—No te preocupes. Aquí todo el mundo empieza desde cero. Caleb lo hizo también cuando era más joven, y mira cómo ha salido —dijo con una media sonrisa, mientras echaba una mirada hacia su hermano.
Caleb, que había estado caminando en silencio, frunció el ceño, pero no dijo nada. Solo asintió, y me di cuenta de que, aunque no era muy expresivo, su presencia transmitía una seguridad rara.
Nos detuvimos frente a uno de los establos. El olor a heno y a tierra mojada llenaba el aire. Había varias vacas y caballos, algunos pastando tranquilamente, otros mirando con curiosidad a medida que nos acercábamos.
—Hoy te tocará ayudar con el ganado —dijo Tomas mientras abría la puerta del establo—. Nada complicado, solo mover algunos animales y asegurarnos de que tengan suficiente agua y comida.
Me sentí un poco abrumada por la idea. No tenía ni idea de por dónde empezar. Pero Caleb, que estaba observando atentamente, se acercó y me tendió un cubo.
—¿Sabes cómo darles de comer? —preguntó con su voz grave.
No quería sonar más torpe de lo que ya me sentía, pero tenía que admitir la verdad.
—No, nunca lo he hecho —dije, mirando el cubo que Caleb me ofrecía.
Eli se rió suavemente, como si ya lo hubiera imaginado.
—Tranquila, yo te ayudo —dijo mientras tomaba el cubo y comenzaba a llenar una de las cubetas con grano.
Mientras Eli hacía el trabajo, Tomas me mostró cómo manejar a las vacas, guiándolas hacia un área donde podían comer sin que se pelearan entre ellas. Lo hacía con una calma sorprendente, casi como si hablara con los animales. Yo intentaba imitar sus movimientos, pero no era tan fácil.
—Es cuestión de paciencia —dijo Tomas cuando vio que me costaba mantener la vaca tranquila mientras la guiaba hacia el comedero—. Ellas te siguen si te mantienes firme y calmada. No les gustará que las apresures.
Por primera vez en el día, algo en mi cuerpo reaccionó a sus palabras. No solo estaba siguiendo una rutina, sino que también estaba aprendiendo a escuchar, a comprender. Algo en la conexión con los animales, aunque primitiva, me hizo sentir parte de algo más grande.
—Eso es, así —me animó Tomas cuando logré que una vaca se acercara sin problemas al comedero.
La sensación de satisfacción al ver que todo comenzaba a funcionar me hizo sonreír sin darme cuenta. Vi a Caleb, que estaba revisando algunos de los caballos, y a Eli, que parecía disfrutar de la tarea más de lo que esperaba.
—¿A ti también te gusta este trabajo? —le pregunté a Eli, que se había detenido a observarme.
—Claro —respondió, sonriendo—. Es sencillo, pero tiene su encanto. Y, además, te da tiempo para pensar. Aquí no tienes excusas para no enfrentarte a lo que sea que te preocupe.
Asentí, entendiendo perfectamente lo que quería decir. No necesitaba hablar para sentir lo que el campo transmitía. El ritmo de la vida en el rancho era un recordatorio constante de la fragilidad del tiempo y de lo que realmente importa.
Después de un rato, cuando ya habíamos terminado con el ganado, Tomas nos condujo a una de las parcelas donde había una variedad de cultivos. La tierra parecía pedir atención, y, aunque el calor ya comenzaba a hacerse pesado, no pude evitar sentirme parte de esa labor que, aunque exigente, tenía algo hermoso en su simplicidad.
—Ahora, vamos a sembrar un poco —dijo Tomas mientras nos entregaba algunas semillas.
De nuevo, la torpeza se apoderó de mí al principio. Intenté cavar un hoyo en la tierra con la pala, pero me costó más de lo que había imaginado.
—No pasa nada —dijo Caleb desde el costado—. Aprendes con el tiempo.
El trabajo siguió de manera tranquila, con Eli dándome algunos consejos sobre cómo hacerlo mejor, y Tomas dirigiendo a todos con una calma que era difícil de no notar. El día pasó entre risas, bromas y el constante murmullo de los animales a nuestro alrededor. Aunque mi cuerpo comenzaba a sentirse agotado, algo en mi interior se despertaba. El rancho, con todo su trabajo arduo, me estaba enseñando a valorar las cosas simples, esas que a veces olvidamos en medio del caos.
Al final de la jornada, me senté en una piedra junto al establo, observando cómo el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. La luz dorada se reflejaba en los caballos y en las vacas, creando un paisaje digno de ser observado en silencio.
Editado: 18.03.2025