Lavanda Y Cuero

CAPITULO 37

El aire fresco de la tarde me acariciaba la piel mientras me quedaba en el porche, observando cómo Caleb y Eli se preparaban para irse. Los árboles a lo lejos susurraban con el viento, y el sonido de las hojas secas moviéndose le daba una sensación de tranquilidad al lugar. Aun así, no podía dejar de pensar en lo que sucedería al día siguiente.

Eli estaba frente a Caleb, con su típica actitud relajada, como si no hubiera una preocupación en el mundo. Me miraba con una sonrisa juguetona, aunque sus ojos brillaban con un toque de curiosidad, como si estuviera esperando ver cómo se desarrollaba toda la situación.

—Bueno, nos vamos, ¿eh? —dijo Eli, sin perder la sonrisa—. No dejes que el “serio” te controle todo el camino, ¿vale?

Caleb lo miró con una expresión neutral, como si sus palabras no le afectaran en lo más mínimo. Era casi imposible leer sus emociones, pero la tensión que se podía sentir en el aire entre los dos hermanos era palpable.

—No empieces —dijo Caleb, su voz firme pero sin el tono agresivo que a veces usaba—. Solo voy a llevar a Violet al médico. No es gran cosa.

Eli levantó las manos, como si no quisiera meterse más, pero la sonrisa en su rostro seguía presente, como si estuviera disfrutando de alguna broma interna que yo no comprendía.

—Está bien, está bien —dijo Eli, caminando hacia la puerta del porche—. Nos vemos luego, Violet. No te olvides de sonreír un poco, ¿eh?

Solté una pequeña risa, agradecida por su intento de aligerar el ambiente. A pesar de las bromas, sentí que Eli no era tan complicado de tratar como su hermano Caleb. Con él, todo parecía ser más directo, más serio.

Caleb, que había estado callado observando a su hermano, finalmente se giró hacia mí. Su mirada, aunque distante, tenía algo que era difícil de descifrar. Quería decir algo más, pero parecía pensarlo mucho antes de hacerlo.

—Te… veré temprano —dijo, y sus palabras fueron más secas de lo que esperaba. Pero había algo en su tono que intentaba suavizar la rudeza, como si estuviera haciendo un esfuerzo por no sonar tan distante—. Pasaré por ti a las siete.

Miré sus ojos, buscando alguna pista sobre lo que realmente pensaba, pero su rostro era como una máscara, difícil de leer.

—Está bien —respondí, sin saber cómo reaccionar ante su seriedad—. Gracias, Caleb.

Hubo un breve silencio entre nosotros, y luego él asintió, dándome una mirada fugaz antes de dirigirse hacia la camioneta de camino a la ciudad. Eli ya se encontraba dentro, con una sonrisa más amplia de la que Caleb había mostrado en todo el día.

Antes de que se subieran al vehículo, Eli asomó la cabeza por la ventana.

—Nos vemos, Violet —dijo, su tono amable y juguetón, pero con algo de preocupación que no podía ocultar—. Cuídate mucho, ¿vale?

Le sonreí, sintiendo una pequeña chispa de simpatía por su actitud despreocupada.

—Igualmente, Eli. Nos vemos pronto.

Luego, la camioneta arrancó y desapareció en el horizonte, llevándose consigo la mayoría de mis pensamientos dispersos. Me quedé ahí, en el porche, mirando la casa de Caleb y Eli, con el corazón un poco más tranquilo pero con una mente llena de preguntas.

Regresé dentro, donde Carla y Tomas seguían conversando en la cocina. Carla, al verme entrar, me sonrió suavemente, como si supiera que mi mente estaba llena de cosas que no había dicho.

—Todo bien, ¿verdad? —preguntó Carla, con un toque de preocupación.

Asentí sin decir mucho. No era que no quisiera hablar, pero había algo en el aire, algo que no podía descifrar completamente sobre Caleb y Eli, y no quería arruinar el momento con demasiadas preguntas.

—Sí, todo bien —respondí, tratando de sonar más convencida de lo que realmente sentía—. Caleb dijo que pasará por mí temprano.

Tomas, que había estado silencioso hasta ese momento, levantó la vista de su taza de café.

—¿A qué hora? —preguntó, con un tono que no me pareció de curiosidad, sino más bien como si quisiera asegurarse de que todo fuera bien.

—A las siete —respondí, con una leve sonrisa.

Carla se levantó de la mesa, acercándose a mí con una expresión calmada.

—Entonces, será mejor que descanses un poco antes de mañana —dijo, tocándome el hombro con gentileza—. El viaje será largo, y te vendrá bien estar relajada.

La noche había caído lentamente, y con ella, una calma que me envolvía mientras me dirigía a mi habitación. Había estado esperando todo el día para tener un poco de espacio para mí misma. Me despedí de Carla y Tomas, quienes ya estaban sentados en el sofá, hablando tranquilamente, y me fui al baño para darme un baño largo y relajante. El agua caliente cayó sobre mi piel, aliviando la tensión acumulada durante el día. Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de calidez que me envolvía.

El día había sido largo, lleno de nuevas experiencias, pero también de pequeños momentos que me hacían sentir un poco más en paz, como si estuviera encontrando mi lugar en medio de todo. Las conversaciones con Caleb, Eli, y hasta la gentileza de Tomas y Carla me hacían sentir que había algo más allá de mi miedo y mi tristeza.




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