Lavanda Y Cuero

CAPITULO 38

La luz de la mañana se filtraba por las rendijas de las cortinas, despertándome suavemente. Abrió los ojos lentamente, reconociendo el aire fresco que entraba por la ventana y el sonido lejano de los pájaros. Estaba cansada, pero tranquila. El día de hoy traía consigo una mezcla de incertidumbre y esperanza.

Me levanté despacio, estirando los músculos que aún sentían el peso del sueño. Miré el reloj: ya era casi las seis y media. Caleb pasaría por mí a las siete. Un pequeño nudo de nerviosismo se formó en mi estómago. Me dirigí al baño para comenzar a prepararme, el rostro todavía algo borroso de sueño.

Cuando salí de la ducha, me vestí con algo sencillo, pero cómodo. La camiseta ya no me quedaba tan suelta como antes, el pequeño bultito en mi vientre estaba comenzando a notarse, aunque todavía no fuera mucho. Me sentí un poco extraña al mirarme al espejo, pero esa sensación se desvaneció rápidamente cuando pensé en el bebé. Eso era lo más importante.

Me acerqué a la cocina donde Carla y Tomas ya estaban desayunando. La calidez de la casa me envolvió de inmediato, y los aromas del pan recién hecho y el café me hicieron sentir un poco más a gusto. Tomas levantó la vista de su taza cuando me vio entrar.

—¿Lista para el chequeo? —preguntó, con una mirada suave.

Asentí, aunque no pude evitar sentirme un poco nerviosa.

—Sí... más o menos. No sé qué esperar, la verdad.

Carla sonrió al escucharme, con una mezcla de comprensión y cariño en sus ojos.

—Es normal sentir algo de nervios, Violet. Pero todo va a ir bien, ya verás. Solo asegúrate de no estresarte. —Hizo una pausa, como si pensara algo—. No te preocupes por nada. Estarás en buenas manos.

Mi respiración se relajó al escucharla. Su voz tenía algo tranquilizador, como si me hubiera dado permiso para relajarme un poco.

—Gracias, Carla —dije, con una sonrisa tímida, antes de servirme un poco de café.

Justo cuando tomé mi taza y me senté, escuché el sonido de una camioneta que se acercaba. Mi corazón dio un pequeño salto. Caleb estaba aquí.

Me levanté, colocando la taza en la mesa antes de salir a la puerta. Allí estaba él, esperándome en la camioneta con los brazos cruzados, su expresión seria como siempre, pero algo en su postura decía que no estaba tan molesto como solía ser. Tal vez era solo mi imaginación, pero decidí no darle demasiadas vueltas.

—Buenos días —dije, tratando de sonar tranquila, aunque había una pequeña sensación de incomodidad en el aire.

—Buenos días —respondió Caleb, con su tono habitual, aunque esta vez había algo más suave en su voz—. ¿Lista para ir al médico?

Asentí, y nos dirigimos hacia la camioneta. La carretera estaba tranquila, y el aire fresco de la mañana nos rodeaba mientras avanzábamos en silencio. Solo el sonido de los neumáticos sobre el asfalto llenaba el espacio, y aunque quería hablar, no sabía por dónde empezar.

Caleb parecía estar en sus propios pensamientos, y no quería forzar una conversación si no estaba listo para ella.

Finalmente, no pude contenerme.

—¿Qué tal el rancho? —pregunté, mirando de reojo por la ventana, tratando de hacer una pregunta ligera.

—Todo está en orden —respondió él sin mirarme, su tono directo—. Tomas y yo nos encargamos de las cosas por aquí. Eli… bueno, él hace lo suyo.

No pude evitar sonreír un poco ante la mención de Eli. Sabía que, aunque Caleb a veces no mostraba sus emociones, su familia era importante para él. Eli debía ser una especie de caos en su vida, pero también una parte esencial de su rutina.

—¿Y cómo te va con todo lo que está pasando? —me atreví a preguntar, aún mirando hacia fuera, sin querer verlo directo a los ojos, como si temiera que su respuesta fuera demasiado directa.

Hubo un largo silencio antes de que Caleb respondiera, y por un momento pensé que no diría nada. Finalmente, suspiró.

—Supongo que estoy aprendiendo a vivir con lo que me toca —dijo, en un tono algo más suave de lo que esperaba—. A veces, las cosas no salen como uno espera. Pero supongo que eso es la vida, ¿no?

Mi pecho se apretó un poco. No era la respuesta más cálida, pero había algo genuino en sus palabras que me hizo sentir que, de alguna manera, compartíamos algo en ese momento.

—Sí... la vida tiene esa forma de sorprendernos —respondí, con una sonrisa pequeña.

Cuando llegamos a la clínica, Caleb estacionó la camioneta y se quedó un momento mirando al frente antes de abrir la puerta.

Violet respiró profundamente mientras miraba la puerta de la clínica. El nerviosismo que sentía no se iba, y aunque sabía que tenía que hacerlo sola, no podía evitar sentir una pequeña punzada de incertidumbre.

—¿Te importa si entras conmigo? —preguntó, mirando a Caleb con algo de duda en sus ojos—. Entiendo si no quieres, pero... me siento un poco nerviosa.

Caleb la observó por un momento, sus ojos permaneciendo en silencio como si estuviera calculando algo en su mente. Finalmente, asintió de manera casi imperceptible.

—Está bien. Vamos —dijo con su tono característico, algo seco, pero su respuesta era clara. Caminó junto a ella mientras se dirigían hacia la sala de espera dentro de la clínica.




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