Violet caminó despacio hacia la parte de arriba de la casa, con la luz del sol entrando suavemente por las ventanas que daban hacia el bosque. Caleb la seguía, un paso atrás, siempre con esa expresión distante, pero hoy algo parecía diferente. Ella, con el corazón un poco acelerado, le mostró la puerta de una habitación en la parte más alejada de la casa.
—Aquí está —dijo, señalando la puerta que daba a una habitación sencilla, aunque luminosa. La madera del suelo crujió bajo sus pies mientras Violet empujaba la puerta para abrirla.
La habitación era pequeña, casi desordenada. Un gran ventanal se extendía a lo largo de la pared, ofreciendo una vista impresionante del bosque que rodeaba la casa. La pintura en las paredes estaba incompleta, con algunas áreas a medio cubrir. A un lado, había una cuna sin armar, piezas desordenadas en el suelo. En el rincón opuesto, una mesedora antigua, que pertenecía al abuelo de Violet, descansaba junto a la ventana, con cojines desgastados pero acogedores. Violet no sabía mucho sobre cómo armar la cuna, ni tenía mucha experiencia en eso. Había estado tan ocupada en otros aspectos de su vida que el bebé parecía algo lejano, aunque lo llevaba en su vientre.
Caleb se quedó parado en el umbral de la puerta, observando la habitación con una mirada crítica. No dijo nada al principio, pero su silencio hablaba por él. Estaba acostumbrado a la simpleza y la rusticidad de las casas rurales, pero algo en este lugar parecía más personal, más íntimo. Al fondo, vio la cuna, y sin pensarlo demasiado, caminó hacia ella.
Violet salió de la habitación un momento, caminando hacia su cuarto para recoger el cuadro que había pintado para Caleb. Quería dárselo, pero no sabía muy bien cómo empezar la conversación. Al regresar, se detuvo en el umbral de la puerta, sorprendida al ver a Caleb ya en medio de la habitación, arrodillado frente a la cuna y con las piezas esparcidas a su alrededor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sin poder evitar la sorpresa en su voz.
Caleb no levantó la vista de las piezas, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
—Armo la cuna. No es tan difícil, ¿verdad? —dijo con tono burlón, mientras seguía trabajando con destreza.
Violet puso los ojos en blanco, sintiendo una mezcla de vergüenza y alivio. Caminó hacia él y se agachó para observar lo que hacía, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Yo no soy tan buena con la madera —admitió, dándole una mirada incrédula. —No sé ni por dónde empezar. Soy un desastre con esas cosas.
Caleb se rió entre dientes, sin levantar la vista.
—¿No sabías que se armaba sola? —se burló, sin dejar de trabajar.
Violet frunció el ceño, aunque la risa de Caleb no la molestó. Estaba acostumbrada a su sarcasmo. En lugar de responder, decidió seguir con sus planes y entró en su habitación a recoger el cuadro que había pintado. Era algo pequeño, pero lo había hecho con todo su corazón. Cuando salió de nuevo, Caleb ya había terminado de montar la cuna, dejando las piezas perfectamente unidas y la estructura en su lugar.
—¿Lo terminaste ya? —preguntó Violet, sorprendida por lo rápido que lo había hecho.
—Te dije que no era tan difícil —respondió Caleb, levantándose y mirando su trabajo con una expresión de satisfacción.
Violet sonrió al ver la cuna en su lugar. Parecía que Caleb había hecho algo que ella misma había creído imposible. Mientras él limpiaba las manos con un trapo, Violet se acercó y dejó el cuadro sobre una mesa cercana.
—Esto es para ti —dijo con una voz suave, señalando el cuadro que había pintado para él. Caleb lo miró brevemente y luego lo tomó entre sus manos.
—Es… bonito —dijo con tono seco, aunque había una chispa de gratitud en su mirada. No estaba acostumbrado a recibir algo tan personal, pero vio que Violet lo había hecho con cariño.
Después de un rato, Violet empezó a trabajar en la habitación. Cogió unos pinceles y comenzó a pintar los detalles en las paredes, llenándola de colores suaves. No sabía por dónde empezar, pero de alguna manera, el simple acto de poner un poco de color en las paredes la hizo sentir más preparada para lo que venía.
Caleb observaba en silencio, y aunque no lo expresaba, algo en su interior le decía que cada uno de esos pequeños cambios que Violet hacía en la habitación no solo eran para el bebé, sino también para ella misma. A medida que pasaba el tiempo, comenzaron a organizar el espacio. Violet movía algunas piezas de la mesa mientras Caleb organizaba los objetos pequeños que había traído. Aunque su presencia era silenciosa, la forma en que ambos trabajaban en la habitación parecía tener un ritmo casi perfecto.
El aire estaba cargado de la tranquilidad del lugar, y después de un rato, se alejaron un poco para admirar el trabajo que habían hecho. Violet se sentó en la mesedora que había estado en la habitación desde que ella era niña, y Caleb se quedó de pie junto a la ventana, mirando hacia el bosque.
—¿Qué te parece? —preguntó Violet, mirando la habitación con satisfacción. —Creo que ya está lista, ¿no?
Caleb miró a su alrededor, observando cada detalle. La cuna estaba impecablemente armada y colocada en el rincón, cerca de la ventana. Las paredes, aunque simples, ahora estaban llenas de colores suaves que Violet había pintado. Los muebles, aunque viejos, tenían una calidez especial, como si cada rincón hubiera sido tocado por el tiempo y la historia de la familia de Violet.
Editado: 18.03.2025