El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando Violet caminaba hacia el prado, conocido como Lake Desmet, según Tomas. La brisa de la tarde le revolvía el cabello suavemente, y el cielo se teñía de tonos naranjas, rosados y lilas, como un cuadro pintado por la naturaleza.
Pero nada la había preparado para lo que vio cuando llegó.
El prado, aquel mismo lugar donde había conocido a Caleb por primera vez, estaba transformado.
Sobre la hierba, había una manta con cojines desordenados —porque seguramente él no tenía idea de cómo acomodarlos— y algunas lámparas de queroseno que parpadeaban suavemente con la brisa. Pero lo que más le llamó la atención fueron los muñecos de madera tallados a mano, representando pequeñas escenas que reconoció al instante: ella y los caballos, Carla cocinando, Tomas trabajando en el granero, Eli sonriendo burlón… y, en el centro, un hombre sosteniendo en brazos a un bebé.
A su alrededor, en los árboles, colgaban retratos de ella, pero no cualquier retrato. Eran imágenes que reflejaban distintos momentos de su vida en la granja. En algunos, aparecía riendo con Carla en la cocina, en otros estaba acariciando a los caballos en el establo, en uno incluso aparecía dormida en el porche con un libro sobre su pecho. Caleb había capturado momentos que ella ni siquiera recordaba.
Lo que más la conmovió fue lo que estaba justo en el centro del prado: un columpio de madera sujeto a una gran rama de roble. No era un columpio cualquiera. En el respaldo, tallado con sumo cuidado, estaban escritas las palabras "Para ti, donde siempre serás libre".
Los ojos de Violet se llenaron de lágrimas instantáneamente.
Justo entonces, un par de luces suaves se encendieron alrededor del lago, revelando a Caleb de pie, con las manos en los bolsillos, observándola. Su expresión era la de siempre: seria, controlada… pero esta vez había algo más en su mirada. Algo que lo delataba.
—¿Qué es todo esto? —preguntó con un hilo de voz.
Caleb soltó un leve suspiro, sacando las manos de los bolsillos.
—Mira, no soy bueno con… con este tipo de cosas —dijo, con su tono seco de siempre, rascándose la nuca—. Así que solo… escucha.
Violet parpadeó, sin estar segura de qué esperar.
Caleb desvió la mirada hacia el lago por un momento antes de hablar.
—El bebé —comenzó, algo tosco—. No sé cómo demonios se supone que se hace esto, pero… quiero estar ahí. No solo porque sí, no porque "deba", sino porque quiero.
Volvió la vista a ella, con una intensidad que hizo que Violet se quedara inmóvil.
—No sé si seré bueno en esto de… ser un ejemplo o lo que sea que un niño necesite. Pero sí sé que voy a protegerlo. Voy a asegurarme de que nunca le falte nada. Y voy a asegurarme de que siempre tenga a su mamá… porque lo mejor que podría tener es eso.
Violet sintió un nudo en la garganta.
Caleb respiró hondo y continuó.
—Y hablando de su mamá… —se cruzó de brazos, mirando a un punto indefinido en el suelo—. Eres un caso, Violet. Un desastre. Hablas con las vacas como si fueran a responderte y el otro día intentaste pintarle las pezuñas a una…
Violet soltó una risa temblorosa.
—Era solo un experimento.
—Sí, claro —resopló él, con una media sonrisa—. También hablas dormida, eres terca, no sabes armar muebles y tienes una tendencia ridícula a llorar por cosas que no entiendo… pero también eres la persona más alegre que he conocido.
Hizo una pausa y se pasó la mano por la nuca otra vez.
—Eres única, Violet. Llenas todo de vida sin darte cuenta. Eres la razón por la que me despierto y no me parece que el mundo apeste tanto. Y si hay alguien con quien quiero estar, es contigo.
Violet sintió que el corazón le latía tan fuerte que dolía.
—No sé decir cosas bonitas —murmuró Caleb, con una expresión frustrada—. No sé hacer esto bien. Pero sé que no quiero verte con nadie más. Y sé que… quiero estar contigo.
Sacó algo de su bolsillo: un anillo de plata simple, sin lujos, pero con algo grabado en el interior.
—Así que, lo que intento decir es… —carraspeó la garganta y la miró directo a los ojos—. ¿Quieres ser mi novia?
El aire se quedó suspendido entre ellos.
Violet se llevó una mano a la boca, sintiendo sus ojos arder con lágrimas.
—Eres un idiota —susurró, sonriendo.
Caleb levantó una ceja.
—Sí. ¿Eso es un sí?
Violet asintió rápido, con las lágrimas escapando de sus ojos.
—Sí, Caleb. Sí, quiero ser tu novia.
Él exhaló, como si hubiera contenido el aire todo este tiempo. Le deslizó el anillo en el dedo y la miró con una expresión tan sincera, tan vulnerable, que hizo que Violet se lanzara a abrazarlo.
Caleb se quedó rígido por un momento antes de envolverla con sus brazos, apretándola contra él.
Editado: 18.03.2025