La noche ya había caído sobre la granja. La luna iluminaba el paisaje, creando sombras suaves entre los árboles y el prado. Violet y Caleb estaban en el prado, aún rodeados de las flores que ella tanto amaba. Caleb la miró y, con una sonrisa sutil, le dijo:
—Tengo una sorpresa más para ti.
Violet, aún con la emoción de la pedida de mano, le sonrió, intrigada. El aire fresco de la noche hacía que sus cabellos se movieran suavemente, mientras sus ojos brillaban por la curiosidad.
—¿Otra sorpresa? —preguntó, con tono de diversión, mientras recogía las mantas y los muñecos de madera que habían utilizado en el prado—. Ya estoy más que feliz con lo que hiciste aquí, Caleb.
Él sonrió y la miró de manera enigmática, dándole una señal para que terminara de recoger todo, mientras él también guardaba lo que quedaba.
—Es algo que preparé con mucho cuidado. ¿Me dejas sorprenderte?
Violet se quedó callada, aún emocionada. Sin decir nada más, Caleb le tomó suavemente las manos y la condujo hacia donde la cuna y los muñecos de madera estaban guardados.
—Bueno, pero antes de ir... —dijo Violet, deteniéndose un momento—. Quiero poner los muñecos de madera en la habitación del bebé, como un pequeño recuerdo. Creo que le dará un toque especial.
Caleb asintió sin dudarlo, viendo lo importante que era ese gesto para Violet.
—Claro, lo que desees.
Con una sonrisa, Caleb tomó algunos de los muñecos y los acomodó en sus manos. Después de un rato, vio cómo Violet miraba los muñecos, ya imaginando el ambiente en la habitación del bebé, y cómo quería que todo fuera perfecto.
De repente, Caleb la miró y le dijo:
—Ven, quiero que vayas a un lugar. Pero antes de que veas, cierra los ojos.
Violet, aunque sorprendida, cerró los ojos obedientemente, con una pequeña risa nerviosa.
—¿Qué estás planeando ahora? —preguntó con una sonrisa juguetona.
Él no respondió, solo la guió con cuidado, asegurándose de que no se tropezara mientras la conducía por el camino hacia el pequeño cobertizo que había estado renovando en secreto. Había planeado convertirlo en un simple cobertizo, pero al ver lo que Violet había llegado a significar para él, no pudo evitar pensar en algo mucho mejor.
Cuando llegaron al lugar, Caleb la detuvo suavemente.
—Ok, puedes abrir los ojos.
Violet abrió los ojos lentamente, y lo que vio la dejó sin aliento. Frente a ella, un pequeño estudio personalizado la esperaba. Las paredes de madera del cobertizo habían sido transformadas en algo completamente diferente. El aire estaba impregnado de la suavidad de la madera y las flores. A un lado, un gran ventanal ofrecía una vista panorámica del bosque y del prado que siempre había sido su refugio.
El lugar estaba adornado con algunos de los detalles que Violet amaba: flores frescas en pequeños jarrones sobre las mesas, una mesa de trabajo robusta con estantes llenos de libros, y una zona de lectura con un sillón cómodo y acolchado junto a una lámpara que irradiaba una luz cálida.
—¿Esto… esto es para mí? —preguntó Violet, asombrada y casi sin palabras. Su voz se entrecortaba por la emoción.
Caleb asintió, con una ligera sonrisa en su rostro, pero intentando mantenerse estoico.
—Pensé que un lugar como este podría inspirarte, Violet. Para que escribas y crees, para que puedas estar cómoda. Quería que tuvieras un espacio solo para ti… y para el bebé también. —Él la miró con suavidad—. Quería que lo tuvieras, algo que te pertenezca completamente.
Violet se acercó lentamente, recorriendo con la mirada cada rincón del estudio. Notó la cuna, perfectamente armada en una esquina, con una manta suave y flores frescas descansando sobre ella. La luz suave de las lámparas se reflejaba sobre las estanterías, llenas de libros y materiales de arte. En una mesa cercana, vio algunas acuarelas y pinceles. Y cerca de la ventana, la silla mecedora, la misma que había pertenecido al abuelo de Violet, ahora se convertía en parte de ese hermoso espacio.
—¿Y esto…? —preguntó Violet, tocando la cuna con delicadeza—. ¿Lo armaste tú?
—Sí —dijo Caleb, algo incómodo pero con un brillo de satisfacción en sus ojos—. No soy experto en esto, pero pensé que te gustaría tenerlo listo.
Violet sintió una oleada de emoción recorrer su cuerpo. Miró la cuna, el ambiente, las pequeñas decoraciones que había pensado en cada rincón. Todo lo que él había hecho, aunque en su propio estilo tosco y distante, se sentía perfectamente pensado para ella.
—Es perfecto —murmuró Violet, tocando suavemente la madera de la cuna—. Es más de lo que había imaginado. Realmente no sé qué decir…
Caleb la miró fijamente, con una sonrisa más cálida, aunque de alguna forma aún reservada.
—Solo quería que tuvieras lo que mereces. Algo que reflejara quién eres. Ese es el regalo, Violet. Para ti, para el bebé, para nosotros.
Violet se giró hacia él, emocionada, y aunque no sabía qué decir, la sola presencia de Caleb, su gesto, su esfuerzo y todo lo que había hecho para ella, la hizo sentir algo más grande que palabras.
Editado: 18.03.2025