Caleb y Violet salieron de la clínica con una nueva sensación en el pecho. Ahora no solo esperaban un bebé, sino que sabían quién era. Su hija. Su pequeña. Su boreguita.
Caleb, como siempre, estaba en modo protector. Ayudó a Violet a subir a la camioneta con más cuidado del necesario, asegurándose de que estuviera cómoda antes de rodear el vehículo y tomar el volante.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, echándole una mirada de reojo mientras encendía el motor.
Violet sonrió, aún con lágrimas de felicidad en los ojos.
—Feliz. Emocionada. No puedo creerlo, Caleb… ¡Una niña! —dijo, abrazando la ecografía que tenía en las manos como si fuera el mayor tesoro del mundo.
Caleb soltó un resoplido y sacudió la cabeza.
—Tendré que construir un fuerte, rodearlo de alambres de púas y conseguir más escopetas —murmuró, aún asimilando la idea.
Violet se rió y lo miró con ternura.
—¿De verdad estás tan asustado de que tenga novio algún día?
—No es miedo. Es precaución —respondió Caleb con seriedad—. No quiero que ningún idiota le haga daño.
—¿Cómo tú conmigo? —bromeó ella, levantando una ceja.
Caleb la miró con el ceño fruncido.
—Yo no te hice daño.
—Al principio, no eras precisamente el hombre más amable del mundo.
Caleb se quedó callado unos segundos antes de soltar un suspiro.
—Bien… tal vez fui un poco idiota.
—Un poco mucho —corrigió Violet con una sonrisa traviesa.
Caleb solo negó con la cabeza y se enfocó en la carretera.
Violet volvió a mirar la ecografía con dulzura y luego le lanzó una mirada expectante a Caleb.
—Oye… ahora que sabemos que es niña, tenemos que hablar sobre su nombre.
Caleb apretó el volante, incómodo.
—No soy bueno para esas cosas.
—Vamos, Caleb, tiene que ser algo especial. Algo que signifique mucho para nosotros.
Caleb pensó por un momento. No quería admitirlo, pero desde que vio la imagen de su hija en la pantalla, algo en su pecho se había encogido. Algo que lo hacía sentir cosas que nunca había sentido.
—¿Y qué nombres te gustan a ti? —preguntó al fin, sin apartar la vista del camino.
Violet suspiró, pensativa.
—Me gusta Emma. Es dulce y sencillo.
Caleb frunció el ceño.
—No.
—¿No? —Violet lo miró, sorprendida.
—Conozco una Emma. Me cae mal.
Violet puso los ojos en blanco.
—Está bien, descartado. ¿Qué tal Isabella?
Caleb hizo una mueca.
—Suena muy elegante para una boreguita.
Violet se rió con ternura.
—¿Entonces tienes alguna idea?
Caleb apretó los labios. No era bueno con los nombres. Pero entonces, recordó algo. Recordó una historia que su madre solía contarle cuando era niño, sobre una estrella que nunca se apagaba sin importar cuán fuerte soplara el viento.
—Stella —dijo, casi sin darse cuenta.
Violet parpadeó.
—¿Stella?
Caleb asintió.
—Significa estrella. Y nuestra hija brillará más que cualquier otra.
Violet se quedó en silencio por un momento. Sintió un nudo en la garganta y las lágrimas regresaron a sus ojos.
—Es… perfecto —susurró conmovida—. Nuestra pequeña estrella.
Caleb la miró de reojo y luego volvió su atención al camino.
—Stella McAllister Sinclair … Suena bien.
Violet sonrió y acarició su vientre.
—Te gustará tu nombre, boreguita.
Caleb sonrió apenas, pero Violet lo notó. Lo conocía demasiado bien.
Mientras la camioneta avanzaba por la carretera de regreso al rancho, Caleb tenía la sensación de que, por primera vez en su vida, su mundo estaba exactamente donde debía estar. Y en ese mundo, Stella sería el centro de todo.
Editado: 18.03.2025