Lavanda Y Cuero

CAPITULO 52

—¿Entonces por eso me pusieron Stella? —preguntó con ojos brillantes, esperando la respuesta de su padre.

La pequeña Stella miró a su padre con curiosidad, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras Caleb pasaba una página del viejo diario con dedos cuidadosos.

Caleb levantó la vista de las páginas y observó a su hija. Se parecía tanto a Violet que, a veces, le costaba mirarla sin que el pecho se le apretara. Pero aún así, sonrió un poco.

—Sí, tu mamá estuvo de acuerdo en que era el nombre perfecto para ti. Siempre decía que serías nuestra estrella más brillante.

La niña sonrió, satisfecha con la respuesta, pero su curiosidad no se detuvo ahí.

—Papi… cuéntame más de mamá.

Caleb sintió un nudo en la garganta. Sabía que este momento llegaría, pero aún así, no estaba preparado. Soltó un suspiro y cerró el diario sobre su regazo.

—Tu mamá… —su voz se quebró un poco, así que carraspeó antes de continuar—. Era la mujer más terca y testaruda que he conocido.

Stella rió con suavidad.

—¿Más que tú?

Caleb arqueó una ceja.

—Mucho más que yo —admitió, y la niña se tapó la boca con las manos, como si eso fuera imposible—. Pero también era la persona más bondadosa, dulce y fuerte. Siempre tenía algo que decir, y aunque a veces hablaba demasiado, nunca te aburrías con ella.

Stella lo escuchaba con atención, sus manitas apoyadas en su mentón, como si no quisiera perderse ni una sola palabra.

—¿Cómo la conociste?

Caleb esbozó una sonrisa nostálgica.

—Nos conocimos en el prado, cerca de Lake Desmet. Yo estaba ocupado con el rancho y ella apareció de la nada, con su libreta y sus ideas locas.

—¿Ideas locas?

—Tu mamá quería escribir una historia sobre el oeste, pero lo que no sabía es que iba a terminar viviendo una.

Stella frunció el ceño, confundida.

—¿Qué significa eso?

Caleb la miró con ternura y le dio un golpecito en la nariz con el dedo.

—Significa que, al final, escribió la historia de su vida.

La niña miró el diario con nuevos ojos, como si entendiera su verdadero valor.

—¿Mamá también escribió sobre mí?

—Sí —respondió Caleb, su voz apenas un susurro—. Desde el momento en que supo que ibas a venir al mundo, no dejó de escribir sobre ti.

Stella acarició la cubierta del diario con las yemas de los dedos, imaginando las palabras de su madre dentro de aquellas páginas.

—Papi… ¿crees que mamá nos está viendo?

Caleb cerró los ojos un momento, conteniendo la emoción. Luego, miró a su hija con suavidad y le revolvió el cabello.

—Por supuesto que sí, boreguita.

La niña sonrió, satisfecha con la respuesta.

—Yo creo que mamá es una estrella. La más brillante de todas.

Caleb sintió que algo en su interior se rompía y sanaba al mismo tiempo. Asintió despacio, tragándose las lágrimas que amenazaban con salir.

—Sí, Stella… y siempre nos estará cuidando.

La niña se abrazó a su padre, y Caleb la sostuvo con fuerza, como si así pudiera protegerla del dolor que él mismo sentía. Y en la noche, cuando miró al cielo, supo que Stella tenía razón.

Violet no se había ido del todo.

Seguía allí, brillando en lo alto.




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