La noche envolvía el rancho en un manto de tranquilidad, solo interrumpida por el suave cricrí de los grillos y el ulular del viento entre los árboles. Caleb estaba sentado en el porche, con Stella dormida entre sus brazos, respirando con la paz de quien se siente segura.
Su hija. Su estrella.
La luna bañaba la tierra con su luz plateada, y el cielo estaba despejado, dejando ver miles de estrellas titilando sobre ellos. Caleb levantó la vista, su corazón apretado con un dolor que nunca desaparecía del todo.
—Violet… —su voz fue apenas un susurro, pero en la inmensidad de la noche, parecía resonar en cada rincón del mundo.
Acarició el cabello suave de Stella con una ternura infinita y luego volvió a mirar el cielo.
—No sé si puedes escucharme… pero quiero creer que sí. Quiero creer que de alguna forma sigues aquí, con nosotros.
Respiró hondo, sintiendo el peso de los recuerdos, de la ausencia, de todo lo que aún no había aprendido a vivir sin ella.
—Te extraño, Violet… cada maldito día te extraño. No hay un solo amanecer en el que no desee verte despertar a mi lado, en el que no desee escucharte quejarte porque puse los libros en el lugar equivocado otra vez… o porque soy demasiado terco para aceptar que tenías razón sobre algo.
Sonrió con tristeza, recordando su risa, su forma de mirarlo con esos ojos llenos de vida, de luz.
—Siempre decías que era difícil de amar, que tenía el corazón más duro que una piedra… pero tú… tú encontraste la forma de meterte en él, y ahora que no estás… se siente vacío.
Cerró los ojos por un momento, dejando que el viento revolviera su cabello.
—Nunca fui bueno con las palabras, Violet, ya lo sabes… pero fuiste mi primer amor, mi único amor. Y te juro que siempre lo serás.
Miró a Stella, acurrucada contra su pecho, respirando tranquila.
—Nuestra hija es todo lo que nos quedó de ti… y aunque duele, aunque cada vez que la miro veo tanto de ti en ella que a veces no sé si reír o llorar… sé que es el mejor regalo que me pudiste dejar.
Se inclinó y besó la frente de Stella con cariño.
—Ella cree que eres una estrella… y ¿sabes qué? Yo también lo creo. Porque solo así tendría sentido… que aún en la distancia, sigas iluminando mi vida.
Suspiró y apoyó la cabeza contra la mecedora, dejando que el silencio lo envolviera.
—Te amo, Violet… siempre te voy a amar.
Las estrellas titilaron con más fuerza en el cielo, como si respondieran a sus palabras. Y por primera vez en mucho tiempo, Caleb sintió que no estaba tan solo.
Editado: 18.03.2025