El estudio estaba en completo silencio, solo el crujido del fuego en la chimenea y el sonido del viento afuera llenaban el espacio. Caleb pasó sus ásperas manos por la cubierta gastada del diario de Violet, ese que había leído tantas veces que casi podía recitarlo de memoria.
Stella dormía en el sillón junto a él, abrazando un viejo suéter de su madre, aferrándose a su olor como si así pudiera traerla de vuelta.
Caleb dejó escapar un suspiro y abrió el diario, pasando las páginas con lentitud. Sus dedos recorrieron la tinta seca de cada palabra, cada recuerdo, cada instante que Violet había plasmado con tanto amor. A medida que avanzaba, su mirada se detuvo en algo: las últimas hojas estaban vacías.
Sonrió con melancolía.
Había un propósito en esas páginas en blanco, como si Violet las hubiera dejado así a propósito, esperando que un día fueran llenadas con nuevas historias… con las historias de Stella.
Su pequeña estrella.
Apoyó la cabeza contra el respaldo de la mecedora y cerró los ojos un momento, imaginando todo lo que aún estaba por venir. Stella creciendo, corriendo por los campos como lo hacía su madre, hablando con los caballos, pintando sus pezuñas solo para que Tomas le regañara entre risas. Viéndola convertirse en una mujer fuerte, con la misma valentía que Violet.
Caleb abrió los ojos y pasó la última página del diario. Se quedó inmóvil cuando notó que no estaba completamente vacía. En la parte inferior, con la caligrafía elegante y delicada de Violet, había unas palabras escritas.
"El amor verdadero no termina con el tiempo, ni con la distancia, ni siquiera con la muerte. El amor real es eterno, porque deja huellas en el alma, porque sigue viviendo en las historias que contamos, en los recuerdos que guardamos y en los corazones de aquellos que amamos."
Y al final, su firma: Violet McAllister Sinclair .
Los ojos de Caleb se nublaron, pero no lloró. En cambio, sonrió con tristeza, con amor, con una profunda gratitud.
Sostuvo el diario contra su pecho, como si así pudiera abrazarla una vez más.
Miró hacia la ventana, donde el cielo nocturno brillaba con miles de estrellas.
—Tienes razón, Violet… —murmuró en voz baja—. Lo nuestro nunca se irá… porque el amor que siento por ti vivirá para siempre.
Y en el brillo de una estrella en particular, creyó verla sonreír.
Editado: 18.03.2025