Ciudad de Onix.
Monumento a los gobernadores.
Límite entre los barrios Ópalo, Geoda y Comercial.
Mi atención se queda en una niña que está sentada en el monumento de los tres gobernadores, debe tener la edad de mi hermanita, pero ella es mucho más flaca. Noto que por sus dedos pasaba una y otra vez una piedra gris. En un pestañeo, la piedra se hizo polvo y al instante volvió a aparecer otra, aunque esta es más oscura. Nunca dejaba de sorprenderme con las habilidades de los demás, y menos en personas tan chicas. De pronto la madre apareció, la tomó del brazo y le dijo algo muy preocupada al oído. Seguramente algo sobre que no debería hacer eso en público, que era peligroso.
Mi vista vuelve al hombre que se encarga de controlar el tránsito que está parado en medio de la calle. Deja pasar cuatro camiones más, que doblaron hacia la avenida 22 de abril, antes de que detenga al siguiente vehículo y me deje cruzar la avenida junto al resto de personas que esperan paradas junto a mí.
La vida no era fácil en la ciudad de Onix, las familias numerosas tenían que poner a trabajar a sus hijos a partir de los 12 años, era casi obligatorio para todas las familias si ninguno de ellos quería pasar hambre.
Mi familia era una de esas, con seis integrantes, dos hermanas, un hermano y mis padres. Trabajaba para la compañía de electricidad Nex, pero no era constante y tenía que rebuscármela para conseguir comida para mi familia cuando no me llamaban durante días o semanas.
Las personas seguían hacia la avenida 22 de abril donde se encontraban todos los locales, las esquive y doble a la derecha sintiéndome un poco nerviosa por culpa de mi habilidad. Aunque nunca lastime a nadie, siempre estaba el riego. Podía sentir todo lo que tenga electricidad, como los cables de electricidad que pasaban por los túneles subterráneos. como cada vehículo, como cada local, y de vez en cuando podía sentir la energía de las personas, no sabía controlarlo por lo que trataba de ignorarlo, pero a veces era imposible.
A diferencia de la niña que había visto hacía unos minutos, mi habilidad la descubrí a los 16 años, hacía casi cuatro años. El tiempo había pasado rápido y realmente no podía ocuparme de mi habilidad.
En Onix, las personas con habilidades eran rechazada, por eso solamente mi familia lo sabía. No tenía ni idea si había otros con habilidades similares a la mía, o si yo tenía algún modo de saber si otra persona era como yo. Tampoco había acceso a información sobre las habilidades por lo que lo más fácil era intentar pasar desapercibido.
Doble a la izquierda y entre en el camino de piedra, a ambos lados había locales y por mi lado pasaban personas que recién terminaban de trabajar y volvían a sus casas luego de las compras. Caminé esquivando a varias personas hasta que llegué al local de José, era la única verdulería de la ciudad por lo que era grande y tenía dos entradas, una por la avenida y la otra por el camino de piedra.
José tenía alrededor de 50 años, lo había conocido hacía algunos años por mi trabajo, y como conocía la situación que tenía con mi familia me daba un poco de frutas y/o verduras los días que no trabajaba.
Me apoyé en el poste de luz que estaba frente del local y me quedé de espaldas mirando los locales del otro lado donde la gente pasaba apurada o entraba a los locales y salía cargando bolsas. El camino de piedra tenía diez locales, una verdulería, una carnicería, una tienda de ropa, una tienda de telas, una ferretería, una farmacia, una modista -que solo iban la gente con plata-, un bar, una bicicleteria y un local de venta y compra. Toda la ciudad tenía que venir hasta aquí para comprar cualquier cosa que necesite ya que eran los únicos locales que había en todo Onix.
Miré con una mezcla de atención y disimuló al local del frente que era la carnicería esperaba ver a un chico un poco más alto que yo, con pelo castaño y piel clara, pero hoy no estaba. O eso pensaba yo, él era muy bueno para pasar desapercibido en cualquier lugar, pero siempre que venía a ver a José él aparecía y nos mirábamos. Algunos días me levantaba una ceja, que solo significaba una cosa; que seguía en pie la propuesta.
Hace dos años, me interceptó en el camino de piedra cuando estaba volviendo a mi casa cargando bolsas de frutas y verduras, me dijo que sabía de mi habilidad, que podía ayudarme a entenderla y, sobre todo, a usarla. Me negué, me daba miedo, pero él lo entendió, me contó que a él le pasó cuando descubrió sus habilidades, no le pregunté cuáles eran, no me atreví nunca. Tampoco supe su nombre, no le pregunté, pero él sí, me preguntó mi nombre y me avisó que siempre iba a estar cerca para cuando me animé a saber más sobre mi habilidad.