Lazos Corrompidos | 0.5

Capítulo 06

Señorita Abellán

Han pasado algunos días desde que mi familia ha desaparecido. No ha habido noticia. Yo apenas he logrado levantarme de la cama. Maximilian sigue igual de distante que siempre. Después de esa noche no ha vuelto a quedarse en la fortaleza.

Ballet the Little Café suena de fondo mientras mezclo los frutos rojos con todos los ingredientes para mi tarta. Esa tarde les he dado el resto del día libre al personal de cocina. Les he dicho que quiero estar sola, más, si eso es todavía posible. Este día en especial he despertado un poco más desanimada. Como he dicho, Maximilian está distante. Ha cumplido lo que prometió. Me ha visitado. Todos los días. En el desayuno, comida y cena. Y hemos compartido algún momento de lectura. O a veces suele observarme mientras me encuentro en el invernadero cuidando de mis plantas.

Por las mañanas, lo primero que hago al despertar es darme un largo baño de espuma que es preparado por mi Eva quien no me deja sola ni un minuto. A veces ni siquiera termino de pronunciar su corto nombre curando ella aparece. Ella ayuda a vestirme y maquillarme. Ocasionalmente intento maquillarme por mí misma, pero termino pidiéndole a Eva que termine. Ella se está encargando de cambiar toda mi apariencia. Está instruyéndome en cada aspecto de ella gracias a las peticiones de Maximilian, a quien le gustaría verme “más formal” de acuerdo a sus palabras.

He pasado de usar gloss a labiales rojos. A colocarme mascara de pestañas, un blush menos natural y a delinearme los ojos. Mis peinados han pasado de ser dos mechones del frente trenzados y sujetados hacia atrás a un moño bien peinado o el cabello suelto perfectamente estilizado. He dejado de usar mis vestidos floreados para usar vestidos negros, lisos y bastante pegados que casi podía sentir como una segunda piel. Eva también está enseñándome a usar tacones. Algo que se me dificulta aún más. Siento que en cualquier momento mis pies fallarán cuando los uso y me iré de frente. Pero he mejorado.

Es una tarde común. Estamos en el salón del comedor. Mi espalda está demasiado recta que bien podría usarla como regla; contra la silla de terciopelo en color vino. Corto un trozo de carne para llevarlo a mi boca. Después tomo un trozo de pan tostado para untar un poco de puré de papa. Mis ojos se deslizan por el largo comedor de madera hasta el otro extremo donde se encuentra Max en completo silencio.

—¿Por qué estamos en extremos muy separados?

—Porque así es el comedor. Y así va el orden de los asientos.

—¿Quién lo dice? —contraataco.

—Es un protocolo.

—Nadie nos vendrá a supervisar.

—Así es el comedor, Cassy.

—Quiero cambiarlo—ordeno.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Porque es necesario para los banquetes. O cenas con más personas.

—Pero por el momento no hay nadie más. Sólo tú y yo. Y si no puedo cambiar este horrible comedor, quiero otra sala de comedor —sentencio—. Con uno más chico. Uno donde máximo nos separe metro y medio de distancia.

—Está bien—responde, sin mirarme—. Te daré el dinero que necesites.

Asiento, no tan satisfecha, pero al menos conforme. El resto de la comida lo pasamos en silencio. Al terminar, el personal levanta la vajilla sucia y colocan frente a cada uno un pequeño plato con un trozo de tarta. Observo con atención cuando Maximilian se lleva un trozo de tarta a la boca.

—Está delicioso.

—Gracias—respondo encantada llevándome un trozo de tarta a la boca—. A Lauren… —murmuro pensativa, un pinchazo ataca mi corazón—, a ella le gustaba mucho—no responde. Durante días he estado muy desesperada queriendo saber respuestas inmediatas. Pero para mí tormento, ninguna novedad—. ¿Ha habido… algún avance?

—No, lo siento. —limpia la comisura de sus labios que se ha manchado con mermelada.

—No es tu culpa—suelto un suspiro—. Has hecho lo que puedes. Y te lo agradezco. En verdad.

—Haría todo por ti, Cassy.

Por la tarde, al terminar la comida y después de que Maximilian se marcha decido tomar un poco de aire en el quiosco mientras continúo con mi lectura. Eva desaparece por un momento.

—Señora Beaumont—me llama cuando regresa.

Dejo el libro sobre mi regazo y la muero mientras termina de acercarse y de subir los escalones del quiosco.

—¿Qué sucede, Eva?

—Una mujer solicita verla. Akon se ha quedado con ella en la entrada mientras tanto.

Rápidamente me pongo de pie y salgo del quiosco—: ¿Una mujer? ¿Mi hermana? ¿Al fin apareció?

—No, señora—sus palabras me detienen. Me giro a verla—. Estoy completamente segura de que no es su hermana.

—¿Entonces?

—Realmente no recuerdo su rostro.

Asiento y continúo caminando por el césped hasta el camino de terracería que da directo a la entrada en un paso más tranquilo. Miro al hombre de la cabina y le hago un asentimiento para que abra el portón. Cuando lo hace, veo a la mujer que, en efecto, no conozco. Es rubia, un rubio dorado como los rayos del sol. Labios delgados y una sonrisa extendida teñida de un rojo carmín. Ojos verdes cómo los pinos relucientes en primavera. Viste un largo vestido que le llega hasta la rodilla en color blanco y un enorme sombrero que cubre la mayor parte de su pálido rostro. Sus tacones altos le ayudan a ganar unos cuantos centímetros haciéndola ver de cuerpo largo.




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