Capítulo 08
Mía Driscoll
Al despertar por la mañana y sentir el frío por la nevada del día anterior me cubro con la manta gruesa desde los pies hasta mi nariz. Siento cómo mis delgados dedos están congelándose. A pesar de ello me pongo de pie y me coloco las pantuflas cubiertas de peluche suave. Me cubro el cuerpo con mi bata y me dirijo al cuarto de baño a pesar de que no quiero hacerlo. Mi único deseo es quedarme en cama y mantenerme caliente. Pero antes de que pueda entrar alguien abre la puerta.
Es Delilah Hamilton. Mi doncella.
—Oh, buenos días señorita Driscoll. Pensé que seguiría dormida.
—Buenos días, Delilah—respondo, con una sonrisa encantada y un tono de voz suave, como siempre—. El frío me ha despertado. Me daré un baño para bajar a desayunar.
—Excelente, el señor Driscoll ya ha pedido su café matutino. Le prepararé la tina…
—No, sólo me daré una ducha—anuncio—. Deseo algo rápido.
—Entiendo. Iré preparando su atuendo, entonces.
—Gracias, Delilah—le sonrío.
Entro al cuarto de baño para darme una ducha rápida. El agua está caliente. Perfecta para disminuir el frío entumecedor en mi cuerpo. Delilah ya me tiene preparadas unas cálidas prendas. Y encima de todo me coloco una gabardina.
Al terminar bajo y me adentro en el salón de estar, esperando ver a mi padre. Pero al no ser así me sorprendo. Apresuro mi paso al salón del comedor. Al verlo ya en su lugar le dedico una sonrisa y me adentro caminando en su dirección para saludarlo apropiadamente.
—Buenos días, padre—saludo y deposito un beso en su frente. Posterior me coloco en la silla a su lado. Noto que no responde a mi saludo. Se mantiene bastante quieto. Frunzo el ceño cuando me he acomodado en mi lugar— ¿Qué sucede?
—Me he enterado que te estás viendo a escondidas con Maximilian Beaumont—responde de forma directa mirándome a los ojos. Puedo notar su furia atravesar mi mirada cual dagas recién afiladas.
—Yo… —balbuceo.
—No intentes ocultarlo, Mía.
—Yo… papá… lo siento… yo lo amo—confieso, sin poderme contener.
—No, no lo amas.
—Tú no lo sabes.
—Sé que tú no lo entiendes. No puedes acercarte a él. Además, ¡te estabas viendo a escondidas con él, por Dios! ¡y sola! ¡sabes que eso no es apropiado, no puede dañar tu virtud!
—¡No hicimos nada malo! ¡Sólo… sólo…! Charlábamos.
—No te creo—puntualiza mirándome a los ojos con bastante determinación—. Sé qué clase de persona es ese hombre.
—No lo sabes. Apenas y has convivido con él. Y cuando está cerca tú te pones tenso. Ni siquiera lo volteas a ver.
—Ese hombre es malo.
—¿Cómo lo sabes? —reclamo.
—¡PORQUE ES UN VAMPIRO, MÍA! —explota, colocándose de pie. La silla en la que ha estado sentado casi se cae.
Me aterra más su reacción que su confesión. Las venas de su cuello se sobresaltan y se macha de rojo. Parece que sus ojos van a desentenderse de su cuerpo. E incluso, puedo notar cómo una gota de sudor aparece en su rostro deslizándose por él hasta caer por su barbilla. Me quedo firme. Sin moverme. Sin decir nada. Pero claro, él se da cuenta de que no me he sorprendido por lo que ha dicho. Y que el brinco que he dado es por el fuerte grito.
—Lo sabías…
—Sí—admito en voz baja—. Él me lo ha dicho.
—¿Y aun así lo has seguido viendo? —reclama. Sus ojos se abren como platos y comienza a negar. Se ve alterado. Temblando—. Él… no… ¿sigues siendo humana? —pregunta, aterrorizado.
—Sí, papá. Él no me ha convertido. No me ha mordido. No ha bebido de mi sangre. Nada.
—Bien—asiente—. Más vale que así lo sea. No volverás a verlo.
—¿Qué? Te he dicho que no me ha hecho daño.
—Lo que has oído, Mía. Haré lo que tenga que hacer para impedir que te sigas viendo con ese monstruo.
—¡Maximilian no es un monstruo! —me pongo de pie, enfadada.
Apenas logro sentir el golpe sobre mi mejilla que calienta la zona y que hace girar mi rostro. Me llevo la mano a esa zona y comienzo a acariciarla. Veo a mi padre quien tiene la respiración agitada. Pero no se le veía arrepentimiento por lo que ha hecho.
—No lo voy a dejar de ver—digo con determinación, volviendo a clavar mis ojos en él.
—Sí lo harás.
—Yo lo amo, padre—comienzo a llorar en silencio. Las lágrimas recorren mi rostro. Una tras otra sin poder detenerse. Empañan mi vista volviendo la silueta de mi padre sólo en oscuridad.