Lazos Corrompidos | 0.5

Epílogo

Epílogo

Mayo, 2018.

Narración omnisciente.

Un fuerte ruido se escucha en la fortaleza, provocando que el señor y la señora Beaumont despierten de golpe. Él salta en dirección a la gran ventana de la habitación principal en el tercer piso que le deja una vista completa del pueblo. La preocupación invade su cuerpo cuando se percata de las enormes flamas de fuego que se esparcen con gran rapidez por todo el bosque y parte del pueblo. Escucha los gritos de todos sus habitantes. No puede permitirse quedarse estítico un momento más o todos morirán. Limita su oído agudo para él y se concentra.

—¿Qué pasa? —pregunta su esposa—. ¿Por qué parece como si ya hubiese amanecido?

—Fuego. Hay mucho fuego esparciéndose por el pueblo desde el bosque. —responde al momento que voltea a verla mientras frunce su ceño.

Ella también se preocupa al instante. Sale de la cama y corre en dirección al pasillo, pero un fuerte estruendo hace que se detenga. Su esposo se posiciona a su lado en un segundo, y examina el pasillo en otro, volviendo finalmente a su lado.

—Hay alguien. Alguien entró. —informa de manera pensativa.

—Max, las niñas—la mujer solloza.

—Tranquila. Iré por ellas. Tú sal de aquí.

Ella corre escaleras abajo y sale de la enorme fortaleza hasta encontrarse en el enorme patio lleno de árboles, arbustos y florales hermosos y bien cuidados. Su esposo apenas tarda unos segundos más en aparecer con sus tres hijas: Harper, Heather y Harriet. De 10, 6 y 4 años. Sin perder mucho el tiempo, salen de la fortaleza, encontrándose con algunos del pueblo en las calles.

—¡Vayan a las afueras! —ordena el hombre—. Evan, guíen a todos a las afueras. Los vampiros los guiarán. Mientras tanto, hay que detener el fuego.

—Claro—le responde el alfa de la manada más grande de Blairsville.

Aunque en estos momentos no hay divisiones. Todos se vuelven uno sólo y no hay otro objetivo más que sobrevivir

—Las alcanzaré en un momento—se despide mientras besa sus frentes.

—¿Qué? No—su esposa niega—. Maximilian, esto es peligroso. Si el fuego logra alcanzarte… —solloza.

—No lo hará. Soy rápido, Cassy—besa su frente nuevamente—. Estaré con ustedes en un segundo. Pon a las niñas a salvo.

Sin dejar que ella pueda protestar o añadir algo desparece entre la oscuridad. La mujer toma a sus hijas y comienza a caminar en dirección a donde han ido los demás para ponerse a salvo.

—Mamá… tengo miedo—murmura la mayor—. ¿algo malo está pasando?

—No pasa nada, cielo—la mujer trata de sonreírle—. Papá lo arreglará todo y podremos volver a casa. Podrán seguir durmiendo en paz.

Ellas siguen caminando, sin percatarse que a unos cuantos metros atrás, la mediana de las tres se ha distraído lo suficiente para no darse cuenta de que su madre, y sus dos hermanas se han comenzado a marchar. Lo suficiente, para que alguien la tomara y desapareciera con ella como el humo. Una mujer. Una enemiga que nadie espera.

Mientras tanto, el señor Beaumont trata de averiguar qué es lo que sucede.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo alguien logró entrar a mi fortaleza? —pregunta el hombre a uno de los brujos.

—La debilitaron—responde con seguridad—. No fue algo al azar, porque eso toma días.

—¿Días? —el hombre se preocupa. Siente que su cabeza explotará. Se supone que tiene personal especial para cuidar de su familia cuando él no se encuentra en casa. Lo cual trata de que sea el menor tiempo posible— ¿alguien lleva días planeando entrar a mi casa? ¿para qué…?

—No lo sé, señor—el brujo mira a su alrededor—. Pero debió de ser alguien muy peligroso y con demasiado poder.

—Y con magia negra. —opina otro brujo.

—¿Qué? —voltea a verlo, alarmado—. Nadie en Blairsville tiene permitido usar magia negra. Se condena con la muerte.

—Sí—confirma el primero.

—Con un demonio—maldice—. No entiendo quién querría hacer algo así.

—No es por nada, señor Beaumont—frunce los labios—, pero a lo largo de los años has ganado muchos enemigos y, no me extrañaría que uno de ellos lo haya planeado.

—Pero todos estamos bien—justifica—. ¿Por qué si era uno de mis enemigos no me hizo daño, o a mi familia? ¿Por qué prender fuego a todo?

—Distracción—explica encogiéndose de hombros—. O quería borrar huellas.

—Creo que quería algo de usted. Y con el fuego ha borrado sus huellas. —opina otro de ellos.

—Y si fue un brujo no podrán apagar el fuego. Tendremos que hacerlo nosotros.

—Señor, encontramos esto. Estaba en su despacho. Es una nota.

El hombre con rapidez toma la nota entre sus dedos y comienza a leerla que sólo se puede percibir sus ojos moverse de un lado a otro entre líneas. Cuando llega al final y lee el remitente su piel se paraliza. Sale de la fortaleza a toda velocidad para buscar a su familia. Ni siquiera se molesta en dejar la nota en un sitio de forma cuidadosa. Esta sale volando y termina en el suelo después de unos segundos dejando a la vista al autor: Karina Tatcher.




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