Lazos De Hielo Y Fuego

Capitulo 11

Camil

El avión aterriza suavemente en Nueva York, y una mezcla de alivio y tensión se instala en mi pecho. A través de la ventana, veo las luces de la pista iluminando la oscuridad de la noche, y poco a poco la sensación de estar atrapada en un espacio reducido se disipa. Tomo una respiración profunda, tratando de calmar la ansiedad que se ha acumulado durante el vuelo.

Cuando el jet finalmente se detiene, Alexei se levanta de su asiento y me ofrece la mano para ayudarme a levantarme. Aprecio el gesto, su atención constante, aunque parte de mí se siente abrumada por su presencia. Acepto su mano y me pongo de pie, alisando la ropa mientras me preparo para enfrentar lo que venga a continuación.

—Mi chofer ya está esperando afuera —me informa Alexei mientras caminamos hacia la salida del avión—. Si quieres, puedo acompañarte hasta donde necesites ir.

Lo miro, evaluando sus palabras. Hay algo en su voz, una especie de preocupación genuina que nunca antes había escuchado en él. Es como si, de alguna manera, todo lo que pasó durante nuestro viaje a Londres hubiese creado un vínculo más profundo entre nosotros, un entendimiento que va más allá de las palabras.

—Está bien, puedes acompañarme —respondo después de un momento de duda. No sé qué es exactamente lo que voy a enfrentar cuando llegue a casa, y la idea de tener a Alexei cerca, alguien que parece dispuesto a protegerme, me brinda un poco de consuelo.

Descendemos del avión y, al pisar la pista, siento el aire frío de Nueva York envolverme. Me abrazo a mí misma para protegerme del viento y sigo a Alexei hacia el coche que ya nos espera. El chofer abre la puerta y, con un gesto de cabeza, me indica que entre primero. Subo al vehículo, sintiendo la comodidad del interior, el calor que contrasta con el frío de la noche.

Alexei entra detrás de mí y se sienta a mi lado. La cercanía en el espacio cerrado del coche es abrumadora, pero su presencia es, de alguna manera, tranquilizadora. El chofer arranca y nos dirigimos hacia mi casa. La ciudad pasa rápidamente a nuestro alrededor, una serie de luces y sombras que se desdibujan con la velocidad.

Durante el trayecto, Alexei no dice nada, pero noto cómo sus ojos me observan de reojo, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos, cada respiración. Mantengo la mirada al frente, tratando de no pensar demasiado en lo que nos espera. Mis pensamientos se mezclan con recuerdos de la conversación en el avión, de las estrellas fugaces en Londres, de la forma en que Alexei me miró como si fuera la única persona en el mundo.

—¿Estás segura de que estás bien? —pregunta de repente, rompiendo el silencio con su voz suave.

Giro la cabeza para mirarlo, y por un momento, no sé qué decir. No estoy bien, pero tampoco quiero preocuparlo más de lo necesario. Asiento lentamente, ofreciéndole una pequeña sonrisa.

—Sí, lo estoy —respondo, aunque no estoy segura de cuán convincente suena mi voz—. Gracias por preocuparte, Alexei.

Él asiente, aunque no parece completamente convencido. El coche se detiene frente a mi casa, y mi corazón late con fuerza en mi pecho. Respiro hondo y me preparo para enfrentar lo que sea que venga. Cuando abro la puerta para salir, siento la mano de Alexei en mi brazo, un toque ligero, pero firme.

—Recuerda que puedes contar conmigo, Camil. Pase lo que pase.

Sus palabras son un ancla, un recordatorio de que no estoy sola. Asiento una vez más, agradecida por su apoyo, y me dirijo a la puerta de mi casa con Alexei caminando a mi lado. En este momento, no sé qué deparará el futuro, pero tener a alguien como él a mi lado me da la fuerza para seguir adelante, para enfrentar cualquier cosa que venga con determinación y valentía.

Al abrir la puerta de la villa, me encuentro con una escena inesperada: Ronald está sentado en la sala de estar con mis padres y Rodrigo. La sorpresa y la ira se entremezclan en mi pecho. La tensión en el aire es palpable, y siento cómo mi enojo crece al ver a Ronald allí, como si fuera parte de la familia.

Al verme, Ronald se levanta rápidamente y se acerca con una expresión de sorpresa y una sonrisa que no puedo soportar en ese momento. Se acerca para abrazarme, pero yo retrocedo con desdén.

—No me toques —digo con firmeza, el odio en mi voz—. Lárgate de mi casa.

Mis palabras resuenan en la sala, y el silencio que sigue es ensordecedor. Mis padres parecen atónitos, sin saber cómo reaccionar. Rodrigo, siempre el protector, se acerca y se planta frente a Ronald.

—Sal de aquí, Ronald. No tienes nada que hacer en esta casa.

Ronald mira a todos con una mezcla de sorpresa y ofensa, pero no dice nada más. Se da la vuelta y se va sin otra palabra. La puerta se cierra con un clic detrás de él, y la tensión en la sala empieza a disiparse, aunque el ambiente sigue cargado de incomodidad.

Cristina, que ha estado observando desde un rincón, se acerca y me pregunta con un tono lleno de confusión.

—Pensé que aún estaban juntos.

La pregunta me irrita aún más, y le respondo con un tono cortante.

—Nunca fuimos novios. Ahora, si no les importa, deseo que pasen buena noche.

Con eso, me doy la vuelta y me dirijo hacia mi habitación. La ira y la tristeza se mezclan en mi corazón, y todo lo que quiero es estar sola. No quiero hablar con nadie más, no quiero escuchar explicaciones ni disculpas. Solo necesito un momento de paz para procesar lo que está pasando.




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