Lazos De Hielo Y Fuego

Capitulo 15

Alexei

Desperté con la luz tenue del amanecer colándose por las cortinas, llenando la habitación de un brillo suave. Sentí el calor de Camil a mi lado antes de verla. Estaba acurrucada contra mi pecho, su respiración tranquila y rítmica. Su cabello oscuro se extendía sobre la almohada, desordenado y sedoso. La miré mientras dormía, sus pestañas largas descansando contra su piel, su rostro relajado, libre de preocupaciones. Parecía tan frágil y, al mismo tiempo, tan fuerte.

Recordé la noche anterior, cómo habíamos compartido más que solo el espacio en esta cama. Habíamos compartido un pedazo de nuestras almas. Sentí una oleada de emoción recorrerme. Cada momento con ella era un recordatorio de cuánto la amaba, de cuánto la necesitaba. Había algo en su manera de ser, en su risa, en su manera de mirar el mundo, que me hacía sentir que todo estaba bien, incluso cuando no lo estaba.

Me incliné un poco para besar su frente, inhalando el aroma de su piel, una mezcla de su perfume y el jabón de la ducha. Ella se movió ligeramente, como si incluso en sueños pudiera sentir mi presencia. No pude evitar sonreír. Había algo en la manera en que buscaba mi cercanía que hacía que todo valiera la pena.

Anoche, mientras la sostenía en mis brazos, me di cuenta de la magnitud de lo que sentía por ella. No era solo deseo, aunque sin duda lo había. Era amor. Un amor profundo y enraizado que no se podía explicar con palabras. Un amor que me hacía querer protegerla de todo, incluso de las cosas que no podía controlar. Como su enfermedad.

El miedo a perderla se colaba en mis pensamientos, una sombra persistente que amenazaba con robarme la paz. Pero no podía dejar que ese miedo me dominara. Camil merecía más. Merecía a alguien que la amara sin condiciones, sin reservas. Y yo estaba decidido a ser ese alguien para ella.

Me di cuenta de que en cada beso, en cada caricia, estaba imprimiendo un pedazo de mi alma en la suya, asegurándome de que supiera cuánto la amaba. Porque, pase lo que pase, nunca dejaría de amarla. Ella era mi todo. Mi razón para seguir adelante. La luz que iluminaba mis días más oscuros.

Camil se movió de nuevo, entreabriendo los ojos y mirándome con una suave sonrisa que hizo que mi corazón latiera más rápido.

—Buenos días —murmuró, su voz todavía adormilada.

—Buenos días, mi amor —respondí, inclinándome para besar sus labios suavemente.

En ese momento, supe que haría cualquier cosa para verla feliz, para mantenerla a salvo. Porque en los brazos de Camil, en su amor, había encontrado mi hogar.

Sentí el calor de Camil contra mi piel mientras la abrazaba, su cuerpo suave y delicado en mis brazos. Me incliné hacia ella, besando su frente, luego sus mejillas, y finalmente sus labios con una ternura que casi me hizo perderme en el momento. Deslicé mis manos a lo largo de su piel, sintiendo su calor bajo mis dedos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Camil, su voz aún entrecortada por el sueño.

—Estoy acariciando a mi bella y atractiva novia —respondí, mi voz cargada de cariño.

Ella rió, una risa ligera y contagiosa que me hizo sonreír aún más.

—No me has pedido que sea tu novia —dijo, con un brillo juguetón en sus ojos.

En un rápido movimiento, la atrapé con cuidado, apretándola suavemente contra la cama y sosteniéndola por los brazos. Su mirada se encontró con la mía, y vi una chispa de sorpresa y emoción en sus ojos.

—¿Entonces, te gustaría ser mi novia? —le pregunté, mi voz grave y sincera, mi corazón latiendo con fuerza por la anticipación.

Ella me miró fijamente, sus ojos llenos de un amor que se reflejaba en los míos.

—Sí —dijo finalmente, su voz suave y segura—. Sí, quiero ser tu novia.

La sonrisa que apareció en mi rostro era incontrolable. Me incliné para besarla de nuevo, mi corazón rebosante de felicidad. La había encontrado, y ahora, con ella a mi lado, me sentía completo.

Mis manos se movieron con un impulso que no podía controlar, deslizándose lentamente bajo la fina tela de la camisa de su pijama. Sentí su piel cálida contra mis dedos, su respiración agitada mientras subía por su costado. Camil cerró los ojos, entregándose a cada caricia, sus labios entreabiertos dejando escapar suspiros silenciosos que me volvían loco.

Con cuidado, le quité la camisa, deslizándola por sus hombros, y luego repetí el mismo movimiento con el short. Camil quedó expuesta ante mí, una visión de belleza que robaba el aliento. La luz suave de la mañana se filtraba por la ventana, bañando su piel en un resplandor dorado. La admiré, en silencio, dejándome llevar por la pureza de ese momento.

Era perfecta. Cada curva, cada línea de su cuerpo era como una obra de arte creada para ser venerada. Mis manos recorrieron su cintura, ascendiendo lentamente hasta su pecho. Al tocarla, un gemido suave escapó de sus labios, un sonido que encendió un fuego incontrolable dentro de mí. Mis dedos trazaron círculos suaves sobre su piel, sintiendo su cuerpo responder a cada toque, mientras la observaba detenidamente, grabando cada detalle en mi memoria.

—Eres tan hermosa, Camil —murmuré, casi sin aliento, mis ojos recorriendo cada centímetro de su piel—. No puedo evitarlo... Te adoro, te venero.




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