Alexei
Sus ojos oscuros posándose en mí, aún algo confusos pero esta vez más serenos. Noté una ligera sonrisa en sus labios, lo que me dio un rayo de esperanza. Esa expresión cálida me arrancó el primer suspiro de alivio desde que había entrado a su habitación.
—¿Por qué me llamas “Fénix”? —preguntó de nuevo, pero esta vez había una chispa de familiaridad en su voz, como si la palabra empezara a resonar en algún rincón de su memoria.
Sonreí y me acerqué un poco más, apoyando una mano en el borde de su cama.
—Te llamo así porque renaces de tus propias cenizas, Camil. Como un fénix, siempre te levantas, incluso en los momentos más difíciles —dije, con la voz apenas un susurro cargado de amor y devoción. Ella sostenía mi mirada, y yo solo podía esperar que esas palabras despertaran en ella algo más.
—¿Me recuerdas, Camil? —pregunté, mi corazón latiendo con fuerza.
Un destello pasó por sus ojos, y lentamente, asintió. Me di cuenta de que no solo me reconocía, sino que en su mirada había algo más. Algo profundo y antiguo, el vínculo que habíamos compartido desde siempre.
—Recuerdo cuánto te amo, Alexei —dijo suavemente, su voz cargada de emoción.
Mis manos temblaban cuando me incliné hacia ella, y antes de que pudiera decir nada más, sentí sus labios encontrarse con los míos en un beso lento y lleno de la promesa de que, sin importar qué más olvidara, su amor por mí seguía intacto. Mis brazos la rodearon con cuidado, temeroso de romper este momento tan frágil.
De repente, un sonido en la puerta nos hizo apartarnos, aunque seguí sosteniéndola con una mano. Miré hacia arriba y vi a sus padres, Javier y Cristina, entrar acompañados de Rodrigo. Las expresiones de alivio en sus rostros eran claras, aunque la emoción en los ojos de Cristina la traicionaba; sus lágrimas no habían dejado de correr desde que llegamos al hospital.
—Camil… —murmuró su madre, acercándose a nosotros y tomando su otra mano, mientras su padre y su hermano se mantenían cerca, respetando nuestro momento pero visiblemente emocionados.
Los ojos de Camil buscaron a cada uno de ellos, y su sonrisa volvió, dándome una calma que no había sentido en mucho tiempo. Por un instante, todos en la habitación compartimos esa misma esperanza, esa certeza de que, aunque la vida la hubiese puesto a prueba, la fortaleza de Camil y el amor de todos nosotros serían suficiente para traerla de vuelta.
El ambiente en la habitación se sentía pesado y cálido a la vez, lleno de un alivio que no podía describir. Camil, con esa misma sonrisa que había extrañado, me miró de una forma que parecía envolver todo el dolor que habíamos pasado y transformarlo en un solo momento de paz.
—Alexei… —murmuró suavemente, su voz apenas audible, como si aún dudara en formular las palabras—. ¿Pensaste alguna vez que podría olvidarte?
Su pregunta me golpeó con fuerza. Era lo único que había temido, la idea de que el rostro que ella veía, el nombre que pronunciaba, no le significaran nada. Respiré hondo y, sin soltar su mano, me acerqué más, permitiéndome ser vulnerable frente a ella.
—Sí, Camil, lo pensé —admití en voz baja, con el corazón a punto de romperse solo de recordar esos momentos—. Fue un miedo constante, como una sombra que nunca me dejaba en paz. No podía soportar la idea de que tú… de que te olvidaras de todo lo que compartimos, de cada momento que hemos vivido.
Ella me observó en silencio, con sus ojos profundos llenos de una ternura que aliviaba cada parte de mí. Se acercó un poco más, apretando mi mano, como si sus dedos pudieran borrar cada duda que había tenido.
—Lo que siento por ti no se puede olvidar tan fácilmente, Alexei —susurró, y esas palabras fueron como un bálsamo para cada herida, para cada noche de insomnio y cada instante de duda.
Incliné mi frente hasta rozar la suya, cerrando los ojos mientras mi pecho se llenaba de algo más que alivio; era amor en su forma más pura y sincera, un amor que había sobrevivido a las pruebas más duras. Y en ese momento, supe que nada en este mundo podría arrancarla de mí.
Justo entonces, escuché el suave sollozo de su madre, Cristina, que no pudo contener las lágrimas. Rodrigo se acercó a Camil y le dio un beso en la frente, como un silencioso gesto de amor y protección. Su padre, Javier, simplemente la miraba, intentando contener su propia emoción.
Camil nos miró a todos, y la expresión en sus ojos decía que entendía perfectamente cuánto la habíamos extrañado y cuánto significaba para cada uno de nosotros. Y aunque habíamos pasado por la incertidumbre y el dolor, ahora estábamos todos juntos, y eso era lo único que importaba.
Javier, Cristina y Rodrigo intercambiaron algunas palabras cariñosas con Camil antes de despedirse, dejándonos a los dos solos en la habitación. Observé cómo mi "fénix" los miraba partir, una suave sonrisa en sus labios, la misma que hacía que mi corazón se estremeciera. Era un alivio verla tan tranquila, rodeada de amor. Cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio se instaló entre nosotros, pero no era incómodo; era uno lleno de promesas y de una paz que hacía tanto no sentía.
Aproveché esos momentos para acariciar suavemente su mano, grabándome en la memoria cada pequeño detalle, cada curva de sus dedos entrelazados con los míos, asegurándome de que nunca volveríamos a estar separados, ni siquiera en sus pensamientos. Camil cerró los ojos un momento, disfrutando de la cercanía, y mi pecho se llenó de orgullo al verla más fuerte.
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Editado: 02.12.2024