Lazos De Hielo Y Fuego

Capitulo 18

Alexei

Desperté a eso de la medianoche, con la tenue luz de la luna colándose por las ventanas y llenando la habitación con un resplandor suave. Mi primera sensación fue la calidez de Camil en mis brazos. Estaba profundamente dormida, su respiración suave y rítmica contra mi pecho. No podía apartar la mirada de ella; en ese momento, parecía tan tranquila, tan perfecta, que sentí una paz que hacía tiempo no experimentaba.

Llevé una mano a su cabello, dejando que mis dedos lo recorrieran suavemente. Su textura sedosa y el aroma de su perfume, aún débil en el aire, me hicieron sonreír. Ella se movió un poco, como si incluso en sueños sintiera mi toque, y se acercó más a mí, enterrando su rostro en mi cuello.

Mi sonrisa se amplió mientras sentía su respiración cálida contra mi piel. Era un gesto tan simple, pero cargado de una intimidad que me llenaba de una calma absoluta. Envolví mis brazos más firmemente alrededor de ella, como si quisiera protegerla de cualquier cosa que pudiera amenazar este momento perfecto.

Pero entonces, inevitablemente, mis pensamientos regresaron a Irina y sus palabras de más temprano. Mi mandíbula se tensó ligeramente al recordarlo, pero rápidamente me forcé a relajarme. Miré a Camil en mis brazos, esta mujer que lo era todo para mí, y supe con absoluta certeza que no estaba dispuesto a dejarla ir.

No importaba lo que Irina dijera o hiciera. Si ese bebé resultaba ser mío, me haría responsable, como debía ser. Pero eso no significaba que renunciaría a Camil. No podía. Ella era mi fuerza, mi refugio, la única persona que realmente me conocía y me hacía querer ser mejor.

Aun así, en mi interior seguía latente la certeza de que el bebé no era mío. Había demasiadas inconsistencias en las palabras de Irina, demasiadas dudas en su historia. Y aunque no podía basarme únicamente en mis sospechas, sabía que la prueba de ADN confirmaría lo que mi instinto me decía.

Camil se movió ligeramente, apretándose más contra mí, como si en sueños supiera que la necesitaba cerca. Mi corazón se llenó de amor y determinación. Pase lo que pase, esta mujer sería mi prioridad. No iba a permitir que nada ni nadie nos separara.

Incliné mi rostro hacia su cabello y dejé un suave beso en su frente.

—Nunca voy a dejarte, Camil —murmuré en voz baja, aunque sabía que no podía escucharme.

Mientras ella dormía en mis brazos, supe que, sin importar las pruebas que vinieran, enfrentaríamos todo juntos. Este amor que teníamos era mi mayor certeza, y haría todo lo necesario para protegerlo.

El suave ritmo de la respiración de Camil, acurrucada contra mi pecho, me arrulló hasta quedarme dormido de nuevo. La tranquilidad de tenerla en mis brazos me llenó de una paz que hacía tiempo no sentía.

Cuando desperté por la mañana, los rayos del sol entraban tímidamente por las cortinas, bañando la habitación en una luz cálida. Me moví ligeramente, buscando a Camil entre las sábanas, pero mi brazo solo encontró el espacio vacío a mi lado. Fruncí el ceño, aún somnoliento, y abrí los ojos por completo.

—¿Camil? —murmuré, pero no hubo respuesta.

Me incorporé y revisé el baño adjunto a la habitación, pero estaba vacío. Un ligero olor comenzó a filtrarse por el aire, algo cálido y familiar. Seguí el aroma hacia la cocina, y ahí la vi.

Camil estaba de pie junto a la estufa, moviéndose con gracia mientras preparaba el desayuno. Llevaba puesta una de mis camisas, que le quedaba demasiado grande, y sus piernas desnudas se asomaban debajo del borde de la tela. El simple hecho de verla así, en mi espacio, usando algo mío, llenó mi pecho de una sensación que no podía describir con palabras.

Me acerqué en silencio y la rodeé con mis brazos desde atrás, apoyando mi rostro en su cuello.

—Buenos días, mi fénix —murmuré contra su piel, dejando un beso suave allí.

Camil se sobresaltó levemente, pero al darse cuenta de que era yo, sonrió y se recargó en mi pecho.

—Buenos días, Alexei —respondió con una voz cálida y tranquila, mientras continuaba cocinando.

—Me gusta cómo luces con mi camisa —dije, mi voz baja, rozando su oído.

Ella rió suavemente, inclinando su cabeza hacia un lado para permitirme besar su cuello.

—Es cómoda, y me gusta sentirte cerca, incluso de esta forma.

Mi sonrisa se amplió, y no pude resistir la tentación de girarla suavemente para enfrentarla. La tomé por la cintura, mirando esos ojos que siempre lograban hacerme sentir en casa.

—Deberías usarla siempre, entonces. —Mis labios encontraron los suyos en un beso lento, uno que transmitía todo lo que no podía decir con palabras.

Cuando nos separamos, ambos sonreímos, y supe que este era el mejor comienzo para cualquier día: tenerla a mi lado, en mi espacio, compartiendo estos pequeños momentos que significaban tanto. Con Camil, cada día era una promesa de algo nuevo y hermoso.

Nos sentamos juntos a la mesa, compartiendo el desayuno que Camil había preparado con esa habilidad y cuidado que la hacían tan única. Los huevos estaban perfectamente cocidos, el pan ligeramente tostado, y el café tenía ese aroma cálido que despertaba los sentidos. Pero lo que realmente hacía que todo supiera mejor era verla sonreír, relajada, mientras hablábamos de pequeñas cosas que parecían insignificantes pero llenaban el momento de una calma especial.




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