Alexei
El tráfico finalmente comenzó a fluir, pero para cuando llegamos al penthouse, Camil ya estaba profundamente dormida en el asiento del copiloto. Su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia un lado, y su respiración tranquila llenaba el silencio del auto.
Me detuve frente al edificio, apagué el motor y me quedé observándola por un momento. Su rostro relajado y sereno me hizo sonreír. Había trabajado tanto hoy que no me sorprendía verla así, completamente rendida por el cansancio.
—Mi fénix —murmuré en voz baja, aunque sabía que no me escucharía.
Salí del auto y rodeé el vehículo, abriendo la puerta del copiloto con cuidado. Me incliné, desabroché su cinturón de seguridad y la levanté en mis brazos, asegurándome de no despertarla. Era tan ligera, tan delicada, que sostenerla siempre se sentía como un privilegio.
Ella se acomodó instintivamente contra mi pecho, dejando escapar un leve suspiro. Caminé hacia el edificio, saludé al portero con un simple asentimiento, y me dirigí al ascensor.
Mientras esperábamos, el movimiento de las puertas deslizándose parece haberla alertado, porque sentí cómo su cuerpo se tensaba ligeramente.
—Alexei… —murmuró, su voz suave y adormilada.
Miré hacia abajo, encontrándome con sus ojos medio abiertos mientras intentaba ubicarse.
—Shh, estás bien, mi fénix. Ya estamos en casa —le dije, dejando un beso en su frente mientras las puertas del ascensor se cerraban.
Ella se acomodó nuevamente en mis brazos, pero esta vez me miró con una pequeña sonrisa en los labios.
—¿Me cargaste hasta aquí? —preguntó, su tono mezclando incredulidad y ternura.
—No iba a despertarte. Parecías tan tranquila… y, para ser honesto, me gusta llevarte así —admití, sin ocultar mi satisfacción.
Camil soltó una risa suave, apoyando su cabeza contra mi pecho nuevamente.
—Eres imposible, Alexei.
—Y tú eres perfecta —respondí con una sonrisa mientras el ascensor llegaba a nuestro piso.
La llevé directamente al penthouse, decidido a hacer que el resto de su noche fuera igual de tranquila y especial como merecía.
Entramos al penthouse, y me dirigí al sofá con Camil aún en mis brazos. Ella estaba medio despierta, con una sonrisa adormilada en su rostro. La acomodé con cuidado, colocando unos cojines detrás de su cabeza para que estuviera cómoda.
—Quédate aquí, mi fénix. Voy a traerte algo de beber —dije, dejando un beso suave en su frente antes de dirigirme a la cocina.
Mientras servía un vaso de agua fría, escuché su voz suave desde la sala.
—Alexei...
Me giré y la vi incorporarse un poco, sus ojos todavía medio cerrados pero con una expresión decidida.
—¿Sí, mi amor?
—Mañana iremos a la prueba de comida, postres y bebidas para la boda —dijo, con un tono que no dejaba lugar a discusión. —¿Estás de acuerdo en que lo hagamos mañana?
Sonreí mientras me acercaba con el vaso en la mano, sentándome a su lado.
—Por supuesto que estoy de acuerdo, Camil. Tú decides los tiempos, y yo estoy contigo en todo —respondí, ofreciéndole el vaso.
Ella lo tomó con una pequeña sonrisa, bebiendo un sorbo antes de responder.
—Perfecto. Quiero que todo salga perfecto, y creo que mañana será un buen día para empezar a definir esas cosas.
La miré fijamente, admirando su determinación incluso después de un día agotador.
—Entonces, mañana será. Pero por ahora, mi fénix, descansa un poco. No quiero que te agotes antes de que siquiera lleguemos al altar.
Camil soltó una risa suave, dejando el vaso sobre la mesa mientras se recostaba nuevamente contra el respaldo del sofá.
—Siempre cuidándome... ¿Cómo tuve tanta suerte contigo?
Sonreí, inclinándome para besarla suavemente en los labios.
—Yo soy el afortunado, Camil. Y no olvides eso.
Camil se estiró ligeramente en el sofá, dejando escapar un pequeño suspiro antes de mirarme con una sonrisa suave.
—Voy a darme un baño, Alexei. Quiero relajarme antes de dormir —dijo, mientras se ponía de pie lentamente.
La observé, admirando cómo incluso en su cansancio tenía esa gracia que siempre me dejaba sin palabras.
—Está bien, mi fénix. Tómate tu tiempo.
Ella caminó hacia la habitación, pero antes de desaparecer por el pasillo, se giró para mirarme con una expresión que mezclaba diversión y ternura.
—Te espero en la habitación. No te tardes.
Solté una leve risa, asintiendo mientras la veía irse.
—No lo haré —respondí, aunque sabía que terminaría dándole unos minutos para disfrutar de su tiempo a solas antes de unirme a ella.
Mientras se dirigía al baño, me quedé sentado en el sofá por un momento, recordando su entusiasmo por los preparativos de la boda. Camil siempre tenía esa energía que hacía que todo a su alrededor pareciera más brillante, y la idea de compartir un futuro con ella me llenaba de una felicidad indescriptible.
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Editado: 13.01.2025