Alexei
Han pasado cuatro meses llenos de risas y emociones, y ahora, a tan solo semanas —quizá días— de la llegada de nuestra hija, todo parecía estar listo para recibirla.
Camil estaba en la habitación de nuestra bebé, caminando lentamente mientras ajustaba algunos detalles en las estanterías. La habitación había quedado exactamente como lo habíamos imaginado: tonos suaves, detalles en rosa y un mural de estrellas y nubes que iluminaba la pared principal.
—¿Está derecho esto? —preguntó, señalando un pequeño cuadro que estaba colgando.
Sonreí desde mi lugar, apoyado contra el marco de la puerta, observándola con atención. Su vientre redondeado destacaba bajo el vestido cómodo que llevaba, y aunque estaba claramente cansada, su rostro irradiaba felicidad y una luz que nunca dejaba de asombrarme.
—Está perfecto, Camil. Como todo lo que tocas —respondí, acercándome para colocar una mano suavemente en su hombro.
Ella se giró hacia mí, con esa sonrisa que siempre lograba calmar cualquier preocupación.
—Solo quiero que todo esté listo para cuando llegue. Quiero que se sienta amada desde el primer segundo.
—Ya lo está, Camil. Todo este esfuerzo, todo este amor que le hemos puesto a cada detalle… Nuestra hija sentirá lo mucho que la amamos incluso antes de que llegue.
Ella suspiró suavemente, dejando que su mano descansara sobre su vientre mientras sus ojos recorrían la habitación.
—Ha sido un viaje increíble, Alexei. Y ahora estamos a punto de comenzar una nueva etapa.
—La mejor etapa —respondí, inclinándome para besar su frente.
Después de asegurarnos de que todo estaba en su lugar en la habitación de la bebé, fuimos a nuestra habitación para terminar de instalar la cuna portátil que usaríamos durante los primeros meses.
Camil se sentó en el borde de la cama mientras yo ajustaba los últimos detalles de la cuna. Cada vez que levantaba la vista, la encontraba observándome, con una mano acariciando su vientre y la otra descansando sobre la cama.
—¿Qué pasa, mi fénix? —pregunté, sonriendo.
—Nada, solo… me gusta verte así, tan concentrado, tan dedicado a nuestra hija.
Me acerqué a ella, sentándome a su lado y colocando una mano sobre su vientre.
—No podría ser de otra manera, Camil. Ustedes son mi vida, y haré todo lo que esté en mis manos para que siempre se sientan amadas y protegidas.
Ella se inclinó hacia mí, dejando un suave beso en mis labios antes de apoyarse en mi hombro.
—Gracias por todo, Alexei. No sé qué haría sin ti.
—Nunca tendrás que averiguarlo, porque siempre estaré aquí contigo —le aseguré, pasando un brazo alrededor de sus hombros mientras ambos mirábamos la cuna.
La calma del momento era interrumpida solo por el suave movimiento de nuestra hija dentro de su vientre, como si ella también estuviera emocionada por unirse a nosotros. La espera estaba a punto de terminar, y con cada día que pasaba, la expectativa y el amor crecían aún más.
Después de asegurarnos de que la cuna estaba perfectamente instalada en nuestra habitación, Camil comenzó a revisar la lista de cosas que necesitaríamos para el hospital. Se movía lentamente, con una mano siempre descansando sobre su vientre como si ya estuviera protegiendo a nuestra hija incluso antes de que llegara.
—¿Tienes todo listo en tu maleta? —le pregunté mientras yo ajustaba la cremallera de la mía.
—Sí, aunque siento que siempre se me puede olvidar algo —respondió, dejando escapar una suave risa mientras doblaba una pequeña manta para la bebé y la guardaba con cuidado.
—No te preocupes, mi fénix. Si se nos olvida algo, lo resolveremos. Lo importante es que estés tranquila.
Ella me lanzó una mirada agradecida y se acercó para colocar una mano en mi brazo.
—Gracias, Alexei. Siempre sabes cómo calmarme.
Sonreí, inclinándome para besar su frente antes de continuar revisando las cosas. Había ropa para Camil, artículos de higiene, los primeros conjuntos para nuestra pequeña, y esa manta que ella había elegido especialmente. Todo estaba en orden, pero aún sentía que la expectativa hacía que el aire se sintiera más denso, más cargado de emoción.
—Voy a darme un baño mientras terminas aquí —dijo Camil, colocando suavemente una mano en mi mejilla antes de caminar hacia el baño.
La observé irse, mi mirada siguiendo cada movimiento suyo. Cuando cerró la puerta, me quedé un momento en silencio, permitiendo que la realidad del momento me envolviera.
Me acerqué a la cuna portátil que habíamos instalado y me quedé mirándola, imaginando cómo sería cuando nuestra pequeña estuviera ahí, durmiendo plácidamente.
—Ariadna —murmuré en voz baja, dejando que el nombre resonara en la habitación.
El sonido de su nombre me llenó de una calidez que no podía explicar. Pensar en ella, en sostenerla por primera vez, en escuchar su risa y verla crecer, me hacía sentir una mezcla de emoción y un amor que nunca había experimentado.
—Mi pequeña Ariadna —repetí, pasando una mano por el borde de la cuna como si ya estuviera ahí, esperando por nosotros.
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Editado: 14.02.2025