Alexei
Los años habían pasado más rápido de lo que jamás imaginé. Sentado en el balcón de nuestra casa, observaba el atardecer mientras escuchaba el sonido de las risas de mis hijos en el jardín. Ariadna, con sus ocho años, corría detrás de los gemelos, Aleksandr y Amelia, que con sus pequeños tres años trataban de escapar entre risas y gritos de emoción.
Apoyé los codos en la baranda, perdiéndome en mis pensamientos mientras veía a Camil salir al jardín con una sonrisa cansada pero llena de amor.
Estos últimos años habían sido un torbellino de emociones. El embarazo de los gemelos había sido mucho más complicado de lo que esperábamos. Camil, a pesar de ser la mujer más fuerte que conocía, había tenido que enfrentar meses de agotamiento, controles médicos constantes y momentos en los que el miedo de que algo pudiera salir mal nos acechaba día y noche.
Recordé las noches en las que apenas dormíamos porque los síntomas eran demasiado intensos para ella. Las veces que la acompañé a la clínica cuando las molestias eran insoportables. Y la angustia de la última etapa del embarazo, cuando la doctora nos advirtió que, debido al peso de los gemelos, podrían adelantarse.
Y así fue.
Amelia y Aleksandr llegaron antes de lo previsto, pequeños pero fuertes, convirtiendo nuestro mundo en un caos hermoso. Recuerdo perfectamente el momento en que los sostuve por primera vez, sintiendo un amor abrumador que me hizo prometer que siempre los protegería.
Pero también recuerdo la preocupación en mis ojos cuando vi a Camil después del parto, agotada y frágil. Me asustó verla tan vulnerable, pero incluso en su estado, cuando sostuve su mano en el hospital, ella solo sonrió y susurró:
—Lo logramos, Alexei.
Y lo hicimos.
Pasamos noches enteras sin dormir, dividiendo nuestra atención entre Ariadna y los gemelos, asegurándonos de que ninguno de nuestros hijos se sintiera dejado de lado. Fue un reto. Uno de los más difíciles que enfrentamos, pero lo superamos juntos.
Ahora, tres años después, todo ese esfuerzo valía la pena. Miré a mis hijos jugando, con Ariadna protegiendo a sus hermanos como la hermana mayor responsable que era. Amelia, con su personalidad risueña, reía sin parar mientras Aleksandr, más tranquilo pero igual de travieso, intentaba esconderse detrás de los arbustos.
Camil se acercó a mí, apoyando una mano en mi hombro mientras se sentaba a mi lado en el balcón.
—¿En qué piensas, Alexei? —preguntó con esa dulzura que nunca había cambiado.
La miré, admirando cómo el tiempo la hacía aún más hermosa.
—En todo lo que hemos pasado. En lo complicado que fue el embarazo, en lo mucho que nos costó adaptarnos, pero sobre todo… en lo felices que somos ahora.
Ella me sonrió, entrelazando sus dedos con los míos.
—Fue difícil, pero valió la pena. Mira lo que hemos construido, Alexei.
Bajé la mirada hacia el jardín, donde Ariadna abrazaba a los gemelos después de atraparlos, llenándolos de besos mientras ellos reían sin parar.
—Sí. Valió cada segundo —susurré, inclinándome para besar a Camil en los labios, sellando con ese gesto todo el amor y la gratitud que sentía por nuestra vida juntos.
El sonido de risas infantiles llenaba el aire cuando, de repente, Amelia y Aleksandr notaron nuestra presencia en el balcón. Sus ojitos brillaron con emoción y, sin pensarlo dos veces, comenzaron a correr hacia nosotros con sus pequeñas piernas moviéndose torpemente por la emoción.
—¡Papá, mamá! —gritó Amelia con su vocecita dulce, mientras Aleksandr iba un paso detrás de ella, con su expresión concentrada como si fuera una misión importante llegar primero.
Camil soltó una risa suave antes de levantarse de su asiento justo a tiempo para recibir a los dos pequeños en sus brazos. Amelia saltó directamente a su regazo, rodeando su cuello con sus bracitos mientras Aleksandr se aferraba a su cintura, enterrando su carita en su vestido.
—¿Qué pasa, mis amores? —preguntó Camil, acariciándoles el cabello con ternura.
—¡Ariadna nos atrapó! —exclamó Amelia con dramatismo, como si hubiera sido el evento más impresionante del día.
—¡Pero solo porque Aleksandr se cayó! —agregó Ariadna, que llegaba con una gran sonrisa y se detuvo al vernos abrazados con los gemelos.
—¿Te caíste, campeón? —pregunté, mirando a Aleksandr, quien levantó la cabeza y negó con fuerza.
—¡No dolió! —dijo con orgullo, pero su manita pequeña aún tenía un poco de polvo del césped.
Sonreí y lo cargué en mis brazos, abrazándolo con fuerza mientras Camil hacía lo mismo con Amelia.
—Eres fuerte, igual que mamá —le dije en un susurro, besando su cabeza.
Camil y yo intercambiamos una mirada, y en ese momento supe que estábamos viviendo el mejor capítulo de nuestras vidas. A pesar de todos los desafíos, las noches sin dormir y los momentos de preocupación, teníamos lo que siempre habíamos soñado: una familia llena de amor.
—Papá, mamá… —dijo Ariadna de repente, con los brazos cruzados y una mirada traviesa—. ¿Podemos comer helado ahora?
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Editado: 25.02.2025