Isla
Las fiestas nunca han sido lo mío. Mucho menos estas donde todo huele a perfume caro, hipocresía y vino viejo. Pero cuando tu apellido es Callahan y tu familia es una de las más poderosas del país, te acostumbras a fingir sonrisas.
Mi madre me había elegido un vestido plateado ceñido al cuerpo que brillaba más de lo que yo soportaba. Todo en mí gritaba que no quería estar ahí, excepto mis labios, que sonreían por puro reflejo.
Estábamos en una gala benéfica en un hotel cinco estrellas. Techos altos, arañas de cristal, violines sonando desde un rincón. Mis padres hablaban con políticos y empresarios. Yo caminaba con una copa en la mano, sin probarla, buscando un rincón para respirar.
Y entonces lo vi.
No sé cómo describirlo. Alto, traje negro, hombros anchos. Tenía una postura tranquila, como si nada en esa sala pudiera afectarlo. Su mirada recorrió la multitud, y cuando se cruzó con la mía... me congelé.
Sentí algo extraño. Como si el aire se hiciera más denso entre nosotros. Como si una corriente eléctrica me atravesara la piel.
Él no sonrió. No se acercó. Solo me miró con intensidad, como si supiera algo que yo no. Como si... me conociera.
Bajé la vista, de pronto insegura. Cuando volví a mirar, ya no estaba en el mismo lugar. Me giré un poco y lo vi alejarse, caminando hacia el balcón.
Algo dentro de mí, algo que no entendía, me empujó a seguirlo.
No sabía su nombre.
No sabía nada de él.
Pero esa noche, algo en mi mundo cambió para siempre.