Liam
Cada día que pasaba, Isla estaba más cerca de la verdad.
Y yo estaba más cerca de perder el control.
Mi lobo ya no soportaba estar lejos de ella. A cada segundo, su aroma, su voz, su simple existencia me atraía con una fuerza que no podía explicar con palabras humanas. Era instinto, destino, conexión.
Pero también peligro.
El Consejo sabía. Evelyn me lo advirtió esa misma noche.
—¿Le hablaste ya? —preguntó, apoyada en el marco de mi puerta.
Negué. —Todavía no.
—Los Hollowfang están espiando. Si ellos se lo dicen antes que tú, la perderás, Liam.
No lo necesitaba escuchar para saber que tenía razón.
Salí a buscarla.
La encontré cerca del bosque, al atardecer. Estaba sola, como si esperara algo. Vestía suéter blanco y llevaba un libro en brazos. Cuando me vio, no se sobresaltó. Solo me observó con esa mirada que ya me conocía demasiado bien.
—¿Qué eres, Liam?
Mi cuerpo se tensó.
Ella no dijo “¿quién?”, sino qué.
—¿Por qué lo preguntas? —dije, aunque mi voz sonó más ronca de lo normal.
—He leído cosas. Y tú… tú encajas con todo. Tu fuerza. Tus ojos. La forma en que me encuentras siempre. El chico del bosque en mis sueños...
Di un paso hacia ella.
—No estás loca, Isla —le dije por fin, con el corazón acelerado—. Pero no estás lista para escuchar toda la verdad todavía.
Ella me sostuvo la mirada. Y, para mi sorpresa, asintió.
—Entonces dime algo. Lo que sea. Solo... no me sigas tratando como si no pudiera manejarlo.
Me acerqué más. Mi mano rozó su mejilla.
—Hay cosas dentro de ti que aún no han despertado. Cuando lo hagan, todo va a tener sentido. Yo estaré aquí. Te lo prometo.
Y cuando me fui, la vi poner una mano sobre su pecho.
Como si pudiera sentir el eco del lobo que rugía por ella desde el otro lado.