Liam
Olí el Hollowfang antes de que Isla lo describiera.
Era Markus, uno de los más agresivos del clan del sur. Si la había marcado con su presencia, era una advertencia. Y no era solo hacia ella. Era hacia mí.
Fui directo al bosque. A lo profundo. Al lugar donde las leyes de los humanos no importaban.
Markus ya me esperaba en su forma humana. Altivo, con esa sonrisa burlona que siempre escondía veneno.
—La chica empieza a cambiar —dijo—. Muy tarde para ocultarla del mundo, Blackthorne.
—No es asunto tuyo —gruñí, sintiendo a mi lobo empujar desde dentro.
—Todo lo que huela a poder es asunto nuestro. Y ella… ella huele a algo más que humana.
Lo ataqué.
No por rabia. Por advertencia.
Rodamos por la tierra húmeda, gruñidos, golpes, huesos tensos a punto de transformarse. No me importaba quién nos viera. Solo quería dejar claro algo:
Ella no se toca.
Cuando por fin lo dejé en el suelo, sangrando y jadeando, me incliné sobre él y lo dije con la voz del lobo:
—Si vuelves a acercarte a ella, juro por la Luna que te haré pedazos.
No respondió. Se desvaneció entre los árboles.
Esa noche volví a casa y me encerré en mi habitación.
Tenía que decírselo todo. Pronto.
Porque Isla no era solo mi pareja.
Estaba despertando.
Y cuando lo hiciera, su vida no volvería a ser humana jamás.