Isla
Había aprendido a no ignorar esa sensación. Ese cosquilleo en la nuca. Esa punzada de alerta en el pecho que me hacía mirar por encima del hombro, aunque supiera que no debía haber nadie allí.
Estaba saliendo de mi clase de piano, más tarde de lo normal. La noche había caído con una neblina espesa, y el camino al estacionamiento estaba casi vacío. Solo se oían mis pasos… y algo más.
Ramas.
Crujiendo.
Me detuve.
—¿Liam? —dije en voz baja, deseando que apareciera.
Pero no era él.
Unos ojos rojos se encendieron entre los árboles. Bajos. Demasiado bajos para ser humanos. Sentí el aire cambiar, pesado, como si algo respirara muy cerca de mí. Cuando retrocedí, tropecé y caí al suelo.
La criatura salió de entre las sombras.
Un lobo. O algo parecido. Su pelaje era gris sucio, sus colmillos alargados, y su cuerpo tenía la forma de un animal… pero los ojos, los malditos ojos, eran de hombre.
Iba a matarme.
Grité. No pensé. Solo grité. Cerré los ojos justo cuando el monstruo se abalanzó sobre mí.
Pero no me alcanzó.
Un rugido mucho más profundo retumbó en el aire.
Y cuando abrí los ojos, había dos bestias peleando frente a mí.
Una de ellas tenía los ojos dorados.